«Mobilització» en un instituto afectado por la dana

El profesorado, el personal de limpieza y conserjería del Instituto de Educación Secundaria Berenguer Dalmau de Catarroja ha creado una red de apoyo que, meses después de la dana del 29 de octubre, funciona a pleno rendimiento.
Desde un grupo previo de Whatsapp de algunas profesoras, creado para organizar las movilizaciones contra las nuevas políticas educativas, surgió la idea de crear comisiones de trabajo y un fondo común para ayudar al alumnado y las familias que lo necesitasen. Al grupo lo hemos llamado «Mobilització» [Movilización].
El desbordamiento del barranco que pasa al lado del Instituto de Educación Secundaria Berenguer Dalmau de Catarroja se llevó paredes, libros, ordenadores y material escolar, dejando toneladas de cañas y una docena de coches en el patio.
Al principio, éramos poquitas, unas doce, pero ya somos 170 personas. Al principio hacían falta manos, palas, escobas y botas de agua. Si veíamos un alumno o alumna, preguntábamos y añadíamos a un documento compartido. Cada día, hacíamos un listado de casas a las que acudir y formábamos brigadas junto con profes de los pueblos cercanos.
Era impensable limpiar el instituto. Había que esperar a las máquinas para quitar el barro. Luego nos avisaron de que había riesgo de derrumbe.
Desde las tutorías y con la ayuda de las compañeras y compañeros que vivían fuera de las zonas afectadas, se organizó una recogida telefónica de datos y necesidades. Comenzamos a visitar también a familiares del alumnado que necesitaban comida, botas de agua o algún tipo de material que comprábamos con el fondo común. Con las máquinas de limpieza a presión, nos convertimos en los «cazafantasmas» de Catarroja.
Hicimos visitas, charlábamos y nos abrazábamos, que hacía mucha falta. El departamento de orientación del instituto acompañó a algunas familias que habían pasado por trances especialmente duros o con chavales muy afectados.
Descubrimos que la familia del bar que nos servía los almuerzos estaba sola en el país y no tenía quien les ayudara a limpiar. Había alumnos y alumnas que echaban muchas horas de voluntariado, quitando barro o haciendo de intérpretes para los bomberos y el ejército. Los catalogados como «difíciles» o «malotes» llevaban comida a vecinas que no podían bajar a la calle.
Pero también descubrimos que íbamos a tardar muchísimo en recuperar la normalidad. A la Conselleria d’Educació del Gobierno valenciano le importábamos más bien poco. Hasta pasados 17 días, no recibimos la visita de la administración y lo que dijo al visitar el centro fue que nos iban a reubicar, mientras pasábamos a dar clases on line.
Pero había cerca de 180 familias que carecían de dispositivo para poder conectarse a las clases, que, por supuesto, la Conselleria no ha suministrado. Así que pedimos donaciones y hemos podido reunir unos 150 ordenadores portátiles y 25 tabletas.
No tengo palabras que describan
la indignación, la rabia y el sentimiento
de abandono que tenemos tanto
trabajadores y trabajadoras como
alumnado y familias
A principios de año, había unos 200 alumnas y alumnos de Formación Profesional en turno de tardes en un centro de un pueblo vecino, al que se puede llegar andando (Massanassa) y el resto sigue con las clases por internet.
Los 300 alumnos de bachillerato acuden de tarde a unas aulas prestadas por un centro privado de Catarroja, donde no hay sala de «profes», ni biblioteca, ni laboratorios. Casi 900 alumnos de primero a cuarto de la ESO siguen clases a distancia, sin haber tenido clases presenciales desde el 29 de octubre.
La reubicación está prevista para después de Semana Santa, cuando terminen y monten las aulas prefabricadas, según los planes de la Consellería. El instituto va a ser derribado y reconstruido y pasarán dos o tres cursos hasta que pueda utilizarse.
No tengo palabras que describan la indignación, la rabia y el sentimiento de abandono que tenemos tanto trabajadores y trabajadoras como alumnado y familias. Meses después todavía hay niños y niñas que aún no han vuelto a clase, no se conectan, no tienen a nadie por las mañanas en casa que les ayuden. Otros viven fuera, porque han perdido la casa y han decidido matricularse en los centros de las poblaciones en las que viven ahora. Algunos de los que se conectan, dicen que no se enteran de nada y que necesitan volver a las aulas.
Mientras peleamos con las clases por internet de las mañanas y las clases presenciales por las tardes, hay que hacer informes de evaluación y atender la burocracia.
El fondo común se agotó, sin poder conseguir los rúteres para seis familias que no tienen internet, doce estufas, cinco deshumidificadores y 15 edredones. Hace frío, las casas todavía no están preparadas. Menos mal que nos queda la solidaridad. •
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Militante de la HOAC de Valencia