Poner a las personas en el centro de la política, uno de los retos del Jubileo de la Esperanza y la pastoral del trabajo

El Jubileo de la Esperanza y la pastoral del trabajo representan un grito urgente y necesario en un mundo cada vez más marcado por la desigualdad, la deshumanización del trabajo y el predominio de las lógicas del mercado por encima de la dignidad humana. No son meros conceptos abstractos ni herramientas simbólicas, sino llamadas al compromiso, a la acción concreta, a la transformación profunda de las estructuras laborales, económicas y políticas que perpetúan la exclusión. En una época donde la persona parece haber sido relegada al papel de recurso explotable, estas propuestas nos interpelan a situar a cada trabajador y trabajadora en el centro de las decisiones. Debemos abordar, denunciar y atajar las injusticias laborales, proponiendo caminos contundentes que prioricen una mirada verdaderamente centrada en la persona.
¿Qué significa el Jubileo de la Esperanza? Este concepto, profundamente arraigado en la tradición cristiana, invita a la humanidad a un tiempo de renovación, reconciliación y esperanza activa. El papa Francisco lo describe como una oportunidad para alentar a los más vulnerables, a los jóvenes que ven derrumbarse sus sueños, a los migrantes que buscan una vida digna y a todas las personas que claman por justicia en un mundo lleno de desigualdades. En palabras del papa Francisco: “También necesitan signos de esperanza aquellos que en sí mismos la representan: los jóvenes. Ellos, lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en su entusiasmo se fundamenta el porvenir”. Estas palabras nos interpelan a no ser cómplices de un sistema que ignora a los jóvenes, que les niega oportunidades y les aboca a un presente de melancolía y desesperanza. Debemos, como sociedad, comprometernos con ardor renovado en su formación, en su acceso al trabajo digno y en su inclusión plena en la vida social y económica.
Partir de la persona, situarla como eje central de toda política y acción laboral, no es solo una opción moral; es una necesidad urgente y política en el contexto actual. La dignidad intrínseca del trabajo humano, que encuentra su expresión en cada tarea realizada con esfuerzo y compromiso, debe ser reconocida y protegida. No se puede tolerar que millones de personas enfrenten condiciones laborales indignas, salarios que condenan a la pobreza o ambientes que ponen en riesgo su salud física y mental. Hablar de trabajo digno implica garantizar un salario justo, jornadas razonables y un entorno que respete los derechos fundamentales de las personas trabajadoras. Pero también implica reconocer el valor de cada oficio y profesión, sin jerarquías ni menosprecios, porque toda labor contribuye al bien común y enriquece a la sociedad en su conjunto. En este sentido, es imprescindible que las personas trabajadoras sean protagonistas en la toma de decisiones. La participación activa y la organización colectiva no son un lujo, sino herramientas esenciales para construir un sistema laboral que sea verdaderamente justo y sostenible.
El Jubileo de la Esperanza no solo exige abordar las problemáticas laborales desde una perspectiva propositiva, sino también denunciar de manera enérgica las estructuras que perpetúan la injusticia. La denuncia no es opcional; es un acto de justicia y un deber ético frente a las realidades de precariedad que afectan a millones de personas. Los contratos temporales y aquellos disfrazados de “indefinidos”, la informalidad laboral y la falta de protección social no son hechos aislados ni inevitables; son el resultado de decisiones políticas y económicas que priorizan el beneficio de unos pocos sobre el bienestar de la mayoría. Además, las desigualdades estructurales que discriminan a mujeres, jóvenes, migrantes y personas mayores no son simples desafíos a superar, sino heridas abiertas que claman por justicia. En este sentido, el papa Francisco también nos recuerda: “No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias. Que sus esperanzas no se vean frustradas por prejuicios y cerrazones; que la acogida vaya acompañada por la responsabilidad”. Estas palabras nos obligan a repensar nuestras políticas y acciones, asegurándonos de que todos, sin excepción, encuentren oportunidades para construir un futuro digno.
La mercantilización de la persona trabajadora es otro de los grandes males de nuestro tiempo. Cuando el ser humano es reducido a un recurso explotable, cuando su valor se mide exclusivamente en términos de productividad y rentabilidad, se atenta contra la esencia misma de la dignidad humana. La economía no puede seguir funcionando bajo la premisa de que el lucro justifica cualquier sacrificio, incluyendo la vida y la salud de las personas. La economía debe estar al servicio de la persona, y no al revés. Este principio debe guiar no solo las políticas laborales, sino también todas las decisiones económicas y sociales que impactan la vida de las comunidades. En este contexto, la pastoral del trabajo tiene un papel esencial como voz profética que denuncia las injusticias y defiende a quienes son relegados por el sistema.
Pero no basta con denunciar; es necesario actuar. Atajar las injusticias laborales requiere un compromiso decidido y sostenido que trascienda las palabras y se materialice en acciones concretas. En primer lugar, es fundamental fortalecer las redes de solidaridad que permitan a las personas trabajadoras unirse y organizarse para hacer frente a las estructuras opresivas. La organización comunitaria y el trabajo en red son herramientas poderosas que pueden transformar las realidades laborales y generar alternativas viables. Asimismo, es imprescindible apostar por una formación integral que capacite a las personas no solo en habilidades técnicas, sino también en el conocimiento de sus derechos y en la conciencia de su poder colectivo. Esta formación debe estar orientada a empoderar a las personas trabajadoras para que se conviertan en protagonistas de su propia historia y de la transformación social.
Además, es necesario promover un cambio cultural que desafíe el individualismo y el cortoplacismo que dominan nuestras sociedades. Una cultura del trabajo basada en la cooperación, el respeto mutuo y la sostenibilidad no solo es deseable, sino imprescindible para construir una sociedad más equitativa. En este sentido, también es crucial impulsar modelos económicos alternativos que prioricen el bien común sobre el lucro. Las cooperativas, las economías solidarias y las iniciativas autogestionadas son ejemplos concretos de cómo es posible construir un sistema más justo desde abajo, promoviendo un desarrollo verdaderamente inclusivo y sostenible. Pero estas alternativas no pueden quedar relegadas a los márgenes; deben ser impulsadas y respaldadas por políticas públicas decididas que reconozcan su potencial transformador.
Estar siempre en el tajo con cada trabajador y trabajadora es una misión que exige constancia, empatía y compromiso. Por ello, la pastoral del trabajo es una presencia constante y cercana que acompaña las historias, los sueños y las luchas de quienes viven la realidad del trabajo en toda su complejidad. Estar en el tajo desde la pastoral del trabajo significa estar presente en los lugares de conflicto, alzar la voz junto a quienes son silenciados, celebrar los avances y persistir en la lucha frente a los retrocesos. Significa también denunciar sin descanso las estructuras de pecado que perpetúan la explotación y sembrar esperanza mediante gestos concretos que transformen las realidades más difíciles.
El Jubileo de la Esperanza y la pastoral del trabajo son, en última instancia, una invitación a imaginar un mundo diferente y a trabajar por hacerlo realidad. Un mundo donde cada política, también las del trabajo, esté orientada al servicio de la persona y no de los intereses económicos. Este sueño no es una utopía; es una necesidad histórica que demanda valentía, coherencia y acción decidida. En cada trabajador y trabajadora se encuentra el reflejo de nuestra humanidad compartida y la llamada a construir un futuro donde la justicia, la dignidad y la solidaridad sean las verdaderas leyes del trabajo. Que este Jubileo sea una oportunidad para renovar nuestro compromiso con la esperanza activa y que la pastoral del trabajo siga siendo un faro de luz y de justicia en un mundo que tanto lo necesita.

Impulsando el Evangelio. Comprometido con la Pastoral Penitenciaria. Activista en la Pastoral del Trabajo de Toledo, defendiendo dignidad y derechos laborales