La pérdida de un ser querido

La pérdida de un ser querido
FOTO | Robert Thiemann, vía unsplash.com

Querido lehendakari Juan José Ibarretxe:

Nos conocimos el pasado 8 de junio de 2023, en el homenaje al escritor, periodista y excelente comunicador que fue Antonio Álvarez-Solís en Bilbao. Habíamos sido invitados para comentar algún aspecto de nuestra relación con ese “rebelde con causa” que fue Antonio. Tuve la suerte de charlar contigo un buen rato, antes de que se iniciara el acto. Recuerdo, en concreto, que te interesaste por el contenido de mi intervención. “Voy a hablar, te dije, sobre la militancia comunista y la convicción de fe cristiana de Álvarez-Solís”. Guardo en mi memoria tu sorprendida reacción. “En las ocasiones en las que me he encontrado con él –continué– siempre se ha autoidentificado como ‘un cristiano comunista’ porque mantenía un permanente diálogo interior –sin complacencias de ninguna clase– con ambas fidelidades. Es lo que creo que ha hecho –finalicé mi sintética exposición– a lo largo de toda su vida”.

“Me alegra que abordes este asunto, me dijiste seguidamente. Me interesa. Te confieso que, a diferencia de Antonio, yo me autoidentifico como un ‘agnóstico cristiano’. Cristiano –continuaste– por tradición y cultura y agnóstico, desde el punto de vista racional: no encuentro que lo que se dice cuando se dice ‘Dios’ pueda ser comprobado empíricamente”. “Comparto –te comenté– los términos que pones en juego en tu autoidentificación, pero, a diferencia de ti, me percibo, más bien, como un ‘creyente agnóstico’ o, mejor dicho, como un ‘cristiano agnóstico’”. Y, proseguí: “entiendo que la explicación creyente es racionalmente consistente a la luz de las evidencias científico-positivas que se vienen alcanzando en la astrofísica, en la protobiología, en la antropología cultural e, incluso en la lógica matemática. Por eso, en mi caso, dicha creencia es sustantiva: primero, soy creyente. Pero comparto contigo ser también agnóstico, aunque de manera adjetiva. Eso quiere decir que no soy agnóstico filosófico, sino metodológico: que Hamlet no pueda tomar café con Shakespeare en su palacio, no quiere decir que no exista su creador ni que no haya señales, murmullos o destellos de él o de su existencia”. “Me interesa –comentaste seguidamente– esto que apuntas sobre el agnosticismo metodológico y el filosófico”. “Sobre ello –te indiqué– estoy tratando de ultimar un libro que te puedo enviar, una vez se publique”.

Justo en ese momento, nos llamaron porque se iniciaba el homenaje al bueno de Antonio. “Tenemos que seguir en otra ocasión”, me manifestaste. “Por supuesto”, te respondí. “Te haré llegar el libro a través de Javier Madrazo. Creo que se va a titular: Diálogos sobre “Dios”. Crítica racional y convicción de fe, atea y creyente. Él, Javier, puede facilitar que nos veamos cuando te venga bien”. Luego, en tu intervención, mencionaste la conversación que habíamos mantenido, autoidentificándote como “agnóstico cristiano” y refiriéndote a la diferencia entre el agnosticismo metodológico y el filosófico de la que habíamos hablado poco antes, manifestando –así creí percibirlo– cierta sintonía con la misma. Después del verano de 2024 me comunicaron la grave enfermedad de Begoña, tu esposa, supe de tu dedicación y acompañamiento en exclusiva a ella y de que habías podido leer lo que te había enviado: “tengo unas ganas enormes de encontrarnos. Los libros me han encantado… y liberado al mismo tiempo”. Ayer, 29 de diciembre de 2024, falleció Begoña.

Con estas líneas quiero compartir contigo cómo vive y afronta un “creyente agnóstico” o un “cristiano agnóstico” –tal es mi caso– la pérdida de una persona querida, su ausencia y el vacío dejado por ella, así como el triunfo de la muerte, simbolizada en el silencio del Sábado Santo.

Ante todo, y, sobre todo, con dolor y llanto. Y sabiendo que cuanto más intenso ha sido el amor compartido con esa persona, mucho más fuerte es el dolor y el llanto. No es de recibo sostener que eso que decimos cuando decimos “Dios” calma tal dolor o acalla el llanto. Nada de eso. Al ser un llanto y un dolor nacidos del amor, ya están llenos de “Dios”. Por eso, ni lo calma ni lo acalla. Nadie ha dicho que Dios –al menos, el cristiano– sea un Nolotil. Como tampoco lo es el amor, vivido y entendido como gracia y anti-mal. Pero eso no es todo. También lo afronta consciente de que, poco a poco, ese dolor y llanto empezarán a coexistir con una memoria agradecida por lo mucho y bueno compartido con esa persona tan querida. Y, por eso, como reconocimiento de haber tenido la inmensa suerte o gracia de haber vivido un tramo de mi existencia con dicha persona; probablemente, el más intenso y definitivo de la vida.

Y así, poco a poco, empiezo a experimentar juntos el dolor y el agradecimiento por el amor vivido y compartido. Y es así como sigo manteniendo la relación con la persona querida: unas veces, con dolor; otras, con agradecimiento. Algunos creyentes percibimos tal unión como un murmullo o una señal de lo que decimos cuando decimos “Dios”. En mi caso, sin dejar de ser agnóstico.

Un abrazo muy fuerte Juan José. Y más fuerte, en estos días de llanto y dolor.