Lucía Ramón: “Queremos una Iglesia que sea parte de la solución a la desigualdad y del machismo, no del problema”

Lucía Ramón: “Queremos una Iglesia que sea parte de la solución a la desigualdad y del machismo, no del problema”
La teóloga Lucía Ramón, abordará el próximo 11 de diciembre en Bilbao, la exclusión del sacerdocio femenino en la agenda del sínodo mundial convocado por el papa Francisco.

En su conferencia, organizada por Berpiziu y que podrá seguirse por internet, Ramón analizará las raíces teológicas de esta decisión, sus implicaciones y los pasos necesarios para construir una Iglesia verdaderamente sinodal y corresponsable. “Es urgente revisar los marcos teológicos que perpetúan la asimetría entre hombres y mujeres”, afirma respondiendo, por correo electrónico, a las preguntas realizadas por Noticias Obreras.

¿Por qué cree usted que el papa Francisco apartó el tema del sacerdocio femenino de la asamblea sinodal?

Creo que ha influido de manera determinante el marco teológico en el que se mueve el Papa cuando aborda la cuestión del papel de las mujeres en la Iglesia, que no es muy diferente al de sus predecesores y que desgraciadamente impide cualquier cambio real en la práctica. Es una cuestión fundamental que debe examinarse con cuidado y sobre la que necesitamos reflexionar y dialogar seriamente.

Admiro profundamente al papa Francisco y estoy convencida de su compromiso inequívoco contra la inequidad, la injusticia y la exclusión en cualquier ámbito. Pero entonces, ¿qué le impide dar pasos más decididos en esta cuestión crucial? Me parece que en gran medida se trata de un marco teológico y antropológico que es urgente revisar. No es la primera vez en la historia de la teología y de la Iglesia en el que ciertas concepciones teológicas impedían reformas y avances necesarios.

Así, aunque Francisco afirma la necesidad de “desmasculinizar” y desclericalizar la Iglesia, la defensa implícita del doble principio mariano y petrino de la Iglesia nos condena a la asimetría entre hombres y mujeres y acaba por legitimar el actual status quo sobre los roles eclesiales de hombres y mujeres. En virtud de este principio, formulado por el teólogo suizo del siglo XX Hans Urs von Balthasar, las mujeres representarían la dimensión contemplativa y materna de la Iglesia (principio mariano), mientras que los hombres representarían su dimensión apostólica y jerárquica –principio petrino–. El principio mariano debería referirse únicamente a las mujeres y el principio petrino a los hombres.

Desde su experiencia, ¿cómo perciben las mujeres cristianas esta exclusión?

Muchas mujeres vivimos esta exclusión con dolor, tristeza, rabia e impotencia, porque sentimos que es contraria al Evangelio y a la verdadera voluntad de Jesús, que nos llama a seguirle y a servirle poniendo todos nuestros dones y capacidades al servicio de la humanidad y de la Iglesia, sin cortapisas. Y porque sentimos que esa exclusión empobrece y debilita a la Iglesia.

Nos gustaría que nuestra Iglesia fuese parte de la solución al problema de la desigualdad y del machismo y no parte del problema, una comunidad donde construir y vivir unas relaciones más justas y amorosas entre hombres y mujeres, libres de dominación y violencia.

También hay muchas mujeres que viven esta situación con resignación y otras que afirman que tal exclusión no existe, ya que creen que hombres y mujeres tenemos funciones diferentes en la Iglesia y que estas fueron asignadas por el mismo Cristo.

Tenemos que empezar por respetar y aceptar que “la mujer” o “la mujer cristiana” no existe, somos diversas y plurales, lo que supone una riqueza y también una interpelación y un reto para la Iglesia y también para nosotras. Nadie puede erigirse en portavoz de todas.


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¿Cómo se puede avanzar en el camino de ser Iglesia sinodal y abierta al Espíritu en relación al tema de la ordenación de las mujeres y a su liderazgo en la Iglesia?

Lo primero es escuchar a las mujeres: sus experiencias, sus sueños, sus perspectivas. Recomiendo en este sentido la lectura del Informe ¡Escuchen! Voces de mujeres de todo el mundo, que resume el proceso sinodal realizado por mujeres católicas de marzo a junio de 2022, y que el Consejo de Mujeres Católicas entregó a Natalie Becquart, subsecretaria del sínodo de obispos sobre sinodalidad.

Me gustaría destacar también algunas indicaciones contenidas en el Instrumentum laboris (IL) preparado para la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos que tuvo lugar en Roma en octubre de 2024, y que reconoce que en la Iglesia se sigue teniendo dificultades “en vivir plenamente una sana relacionalidad entre hombres y mujeres” (IL, 12).

Por ejemplo, promover “espacios de diálogo en la Iglesia, de modo que las mujeres puedan compartir experiencias, carismas, competencias, intuiciones espirituales, teológicas y pastorales para el bien de toda la Iglesia” (IL, 16).

Ampliar la “participación de las mujeres en los procesos de discernimiento eclesial y de elaboración y toma de decisiones” (IL, 16).

Favorecer el acceso “a posiciones de responsabilidad en las diócesis y en las instituciones eclesiásticas” (IL, 16). Dar a las mujeres la posibilidad de acceder “a posiciones de responsabilidad en los Seminarios, en los Institutos y en las Facultades teológicas” (IL, 16).

Poner “atención al uso del lenguaje y a una serie de imágenes tomadas de las Escrituras y de la tradición en la predicación, en la enseñanza, en la catequesis y en la redacción de los documentos oficiales de la Iglesia” (IL, 16).

Promover, valorar, fortalecer y reconocer, “como respuesta a las necesidades de las comunidades individuales”, la “variedad de ministerios que pueden ser ejercidos por cualquier bautizado, hombre o mujer”. (IL, 29).

Da la posibilidad a las mujeres de “contribuir a la predicación de la Palabra de Dios también durante la celebración de la eucaristía” (IL, 8).

Promover e institucionalizar caminos de “formación integral” que apunten a promover la capacidad de encuentro, de compartir y cooperar, de discernimiento en común” (IL n. 56), participando “juntos hombres y mujeres, laicos, consagrados, ministros ordenados y candidatos al ministerio ordenado, permitiendo así crecer en el conocimiento y en la estima mutua y en la capacidad de colaborar” (IL, 57).

“Prestar especial atención a la promoción de la participación de las mujeres en los programas de formación, junto a seminaristas, sacerdotes, religiosos y laicos” (IL, 57). Considerar “de importancia crucial” el acceso de las mujeres “a los roles de docentes y formadoras en las Facultades e Institutos teológicos y en los Seminarios” (IL, 57).

“Ofrecer a obispos, presbíteros y laicos una formación sobre qué tareas pueden desempeñar ya las mujeres en la Iglesia y promover una evaluación del efectivo uso de estas oportunidades en todos los ámbitos de la vida de la Iglesia: parroquias, diócesis, asociaciones laicales, movimientos eclesiales, nuevas comunidades, vida consagrada, instituciones eclesiásticas, hasta la curia romana” (IL, 56).

En sus textos menciona con frecuencia la corresponsabilidad entre hombres y mujeres en la Iglesia. ¿Qué ejemplos destacaría como modelo a seguir?

Para mí un ejemplo muy vivo es la HOAC, como movimiento cristiano tiene un compromiso explícito en esta dirección que atraviesa toda la organización: la formación, las campañas, las publicaciones, el trabajo en los sectores, y también la vida de los equipos, la revisión de vida, nuestro proyecto de vida. Somos muchas y muchos los militantes hoacistas que nos sentimos llamados a una conversión y transformación personal e institucional hasta que la igualdad sea costumbre.

Otro ejemplo serían las redes de mujeres que a nivel nacional e internacional promueven la formación, el liderazgo y el empoderamiento femenino, especialmente en el ámbito espiritual y teológico. Como el Consejo de Mujeres Católicas, el Sínodo de Mujeres, la Revuelta de las Mujeres en la Iglesia o la Asociación de Teólogas Españolas entre nosotros. Aunque son poco escuchadas a nivel institucional son esenciales para nutrir el compromiso y la fe de muchas mujeres que ya habrían abandonado la Iglesia sin esos espacios por sentirse abandonadas por ella. También son fundamentales para difundir las aportaciones de las teologías feministas y darlas a conocer.

Son también muchas las instituciones cristianas que están dando espacio real y visibilidad al talento de las mujeres y sus aportaciones desde el conocimiento y la experiencia en el ámbito de la fe y el trabajo por la justicia, creando espacios de reflexión teológica, debate y discernimiento de hombres y mujeres, como la fundación Cristianismo y Justicia.