Una mirada agradecida a la pastoral obrera y del trabajo. ¿Hacia dónde continuar caminando?

Una mirada agradecida a la pastoral obrera y del trabajo. ¿Hacia dónde continuar caminando?
Ponencia impartida en las XXX Jornadas Generales de la Pastoral del Trabajo «El gran tema es el trabajo. A los 30 años de la aprobación del documento La pastoral obrera de toda la Iglesia», convocadas por la Conferencia Episcopal Española, los días 23 y 24 de noviembre de 2024 en Ávila.

Hace algo más de un año que el director del Departamento me pidió que realizara esta ponencia en el encuentro que nos congrega. En principio la petición iba más orientada a realizar una mirada histórica sobre el recorrido del Departamento y los orígenes de la pastoral obrera en estos treinta años en España. Pero, como muchos recordaréis, eso fue algo que hizo Felipe García hace ya algunos años. Nos ofreció la memoria del recorrido de la pastoral obrera desde los tiempos previos a la constitución de la Subcomisión de Pastoral Obrera dentro de la CEAS, en la Conferencia Episcopal, la gestación del documento de la asamblea plenaria La pastoral obrera de toda la Iglesia, su aprobación, la conversión de la subcomisión en Departamento de Pastoral Obrera, hoy Pastoral del Trabajo. La ponencia desgranaba todos los pasos, los hitos de ese devenir histórico con una maestría insuperable, por lo que yo no tenía otra opción que copiar, o repetir. Estaba abocado a la creatividad, para responder a la petición pareciendo que respondía, aunque no respondiese.

Los que, como yo, ya somos eméritos en algunas parcelas de la vida nos podemos permitir ciertas licencias, así que, acogiendo la propuesta del Departamento de volver la mirada a estos treinta años recorridos, os invito a realizar ese viaje memorial de un modo distinto. No voy a relatar hitos, datos, fechas, estructuras o documentos, sino que os propongo una mirada contemplativa a ese período de nuestra propia historia. En mi caso, la historia de la pastoral obrera en España es una parte importante de mi historia personal: Yo soy sacerdote desde un año antes de que se aprobase el documento de la pastoral obrera, y participé entonces en mi diócesis en esa amplia consulta previa que se realizó desde la Conferencia Episcopal para configurar lo que sería el POTI.

Nuestra fe, como recuerda el papa Francisco, es memoriosa. Se asienta en la narración de su realización histórica vivida en el seguimiento de Jesucristo, mientras como Él hacemos opción preferencial por los empobrecidos del mundo obrero. Por eso nuestra mirada contemplativa y creyente a la historia vivida ha de ser un memorial del paso del Señor Jesús por nuestra vida, personal y eclesial, por la vida de los movimientos apostólicos y, sobre todo, por la del mundo obrero empobrecido cuyas heridas hemos tocado, a las que nos hemos acercado en todos estos años ofreciendo la sanación de Jesucristo, y con quien seguimos caminando en medio de la historia.

Y nuestra fe es, además, memorial, actualización continua y vital en la historia humana de la misma historia de salvación. La mirada al pasado no puede tener más intención que la de la experimentar nuevamente la gratitud al reconocer el paso de Dios por la vida del mundo obrero, para que, en acción de gracias por la gratuidad del amor de Dios, podamos vislumbrar horizontes más amplios hacia los que seguir caminando hoy, aquí, ahora, con esta Iglesia, con este mundo obrero y del trabajo, en el seguimiento del Divino Obrero de Nazaret, y todo ello con la única misión de evangelizar. Solo esa es nuestra razón de ser.

Un mundo obrero en constante transformación

En estos treinta años hemos de constatar la continua transformación que ha experimentado el mundo obrero y del trabajo, y cómo esto no ha sido un episodio puntual, sino que se ha convertido en una seña de identidad del mundo del trabajo, en permanente -y cada vez más acelerada- transformación. Una transformación que va recorriendo vías de deshumanización creciente por la ruta de la precarización del trabajo y de la vida, y por la generalización de un paradigma tecnológico que ha colonizado la cultura obrera, para individualizar de tal modo las relaciones laborales que lo comunitario, que era una seña de identidad del mundo del trabajo -por la comunitariedad de las relaciones generador de cuidado y por la vinculación del trabajo realizado por cada persona trabajadora con el bien común- sea hoy una utopía hacia la que caminar más que una realidad de la que disfrutar.

No me detengo mucho en desgranar los elementos de esta transformación que, por otra parte, podéis encontrar muy desmenuzada en el análisis que de cara a la decimocuarta asamblea general de la HOAC se hizo el año pasado.

Francisco subraya que nuestro mundo es un mundo huérfano porque ha olvidado en la práctica la paternidad de Dios: vivimos un gran olvido de la fraternidad, cuya máxima manifestación es el olvido de los pobres, y eso es el olvido del Dios de Jesús.

En segundo lugar, Francisco insiste constantemente en que el sistema económico, social y cultural que domina nuestro mundo ha generado estructuras de injusticia y una profunda deformación del ser humano que necesitamos afrontar proponiendo el Evangelio de Jesús como camino de vida. La idolatría del dinero que genera el descarte de personas porque descarta lo humano, la globalización de la indiferencia que nace de esa idolatría y la enmascara, y un profundo individualismo que mata nuestra humanidad.

En tercer lugar, este es un sistema que genera crecientes desigualdades e injusticia, y destruye nuestra humanidad, la familia humana y la casa común. Es un sistema que niega una vida digna a gran parte de la humanidad. Es un sistema que no se aguanta y que necesitamos cambiar de raíz.

En cuarto lugar: un sistema que destruye la dignidad del trabajo, que Francisco considera central y esencial para la lucha contra la pobreza y por la justicia, para la liberación de los pobres, la realización de la persona y de una sociedad justa y humana.

El capitalismo se ha hecho cultura. Los valores que lo sustentan y la comprensión de la persona que presupone se han convertido en la forma natural de ser y de actuar. Se ha normalizado e institucionalizado un individualismo que rompe la vocación humana a la comunión.

Esta deformación de la actividad humana (trabajo y política) ha producido un grave problema político: nos hemos alejado de lo que es y de lo que necesita el ser humano. No existe un proyecto social humano que ponga el trabajo y la política al servicio de las personas ni que ponga en el centro el cuidado del trabajo y de la vida. Esto genera un gravísimo problema de injusticia.

Hace treinta años, en el POTI también se partía de una constatación de la situación del mundo obrero y del trabajo. Hoy tenemos que reconocer algunas de las cuestiones allí señaladas se han agudizado de tal modo que han pasado a ser elementos estructurales y culturales del propio sistema.

Decíamos, entonces, que las nuevas tecnologías, la mundialización de la economía, las crisis y las estrategias de salidas de las crisis, habían provocado en el mundo del trabajo transformaciones profundas, una creciente fragmentación y heterogeneidad, una pérdida importante de conciencia obrera y un progresivo empobrecimiento en importantes sectores del mundo obrero que llega hasta la exclusión social.

Hoy hemos de constatar que, lejos de desaparecer, estas consecuencias se han hecho permanentes: Nos hemos acostumbrado a la inhumanidad de la cultura del descarte. Hemos normalizado la precariedad, la desigualdad, la deshumanización y la injusticia como elementos propios del sistema, como algo que no podemos cambiar.

Estructuralmente este sistema, para poder reproducirse, necesita generar una creciente desigualdad, empobrecimiento, injusticia, sobreexplotación de los recursos naturales y exceso de residuos; y, a la vez, genera un tipo de persona adaptada y sometida a su funcionamiento, alejada de lo que es más propio de su humanidad. Por eso, es un modelo económico-social que, a la vez, devasta la sociedad y la casa común, pero también el espíritu humano.

Y, decíamos también algo en lo que hoy hemos de seguir insistiendo: el mundo obrero continúa siendo la realidad más importante, social y numéricamente, en nuestra sociedad, aunque esa realidad se encuentre hoy en fuerte proceso de transformación y en su seno exista una gran variedad de situaciones. Así, hoy, Francisco nos sigue recordando que “el gran tema es el trabajo”.

En esa realidad, y tras un proceso verdaderamente sinodal, el más prolongado y profundo que se ha dado en nuestra Iglesia española antes del actual sínodo, se da a luz el POTI que, al señalar las dimensiones básicas de la pastoral obrera, apuntaba tres líneas de acción y una serie de propuestas operativas. Las líneas de acción eran:

  1. La pastoral obrera es obra de toda la Iglesia
  2. La pastoral obrera es “especialmente necesaria” en la actividad pastoral de la Iglesia.
  3. La pastoral obrera es una pastoral específica.

Las propuestas operativas eran 32 agrupadas en cuatro dimensiones:

  1. La presencia de la Pastoral Obrera en la vida y la misión de la Iglesia
  2. La presencia de la Pastoral Obrera en la sociedad
  3. La formación de militantes obreros cristianos, y
  4. La extensión de la pastoral obrera.

Desde entonces hasta este momento, ha habido una larga y fructífera historia, sencilla en bastantes ocasiones, ocultada en otros momentos, pero con toda la fuerza de las semillas sembradas que germinan, incluso mientras dormimos, que ha posibilitado dar pasos importantes en la pastoral del trabajo y en la evangelización del mundo obrero.

Una mirada contemplativa a estos años de pastoral obrera

Mi mirada contemplativa a esta historia me descubre algunos de estos elementos que significan el presente y pueden seguir orientando nuestro camino. Es verdad también que en estos treinta años no ha cambiado solo el mundo obrero. La propia Iglesia no es como entonces. Francisco ha puesto ante nosotros, de nuevo, llamadas originales del Evangelio que en el aquí y ahora concreto de nuestra Iglesias no podemos obviar, y tienen que ser referentes en nuestro caminar:

Que la evangelización tiene un inexcusable contenido social, que la manera eclesial de ser solo puede ser sinodal, que nuestra misión es parte de nuestra identidad, que nos toca estar en permanente camino para que no nos alejemos de las periferias, que vivimos envueltos en una sola y misma crisis que abarca tanto al ser humano y la vida digna como a la creación, vinculados en el lamento de los pobres y la tierra, como uno solo.

1. La sinodalidad de nuestro caminar. Quizá la primera aportación de la POTI y la más sostenida a lo largo de estos años sea la que ha pasado más desapercibida. La sinodalidad que fue seña de identidad en su elaboración, y en su desarrollo posterior. Tanto el proceso de elaboración del documento como la puesta en práctica de las líneas de acción y de las propuestas pastorales ha sido un continuo proceso de discernimiento, de lectura creyente de la realidad y de realización pastoral en el que han tenido protagonismo tanto el laicado como la vida consagrada y el ministerio ordenado. Ha sido un proceso en el que se han engarzado el caminar de los movimientos apostólicos con la vida diocesana, el compromiso con la espiritualidad, el ser y la misión. Un proceso que resultó metodológicamente novedoso en la Iglesia española y que ha ido abriéndose camino, desde entonces en ella, últimamente reforzado por el magisterio y la práctica del papa Francisco.

2. La sinergia pastoral. Esta sinodalidad que nació de la confluencia de diversos carismas y ministerios eclesiales desde la conciencia bautismal de que la evangelización del mundo obrero era tarea prioritaria del apostolado de los laicos, ha propiciado a lo largo de estos años una sinergia pastoral -una confluencia de carismas, medios, miradas, posibilidades, tareas compartidas- de distintas instancias eclesiales que han abierto camino a otras presencias y realidades. El trabajo conjunto entre diversas delegaciones pastorales que comparten realidades es hoy una constatación, pero, sobre todo, la constatación de que en la Iglesia no podemos funcionar mediante departamentos estancos y que la unión fe vida nos impulsa a tener una mirada poliédrica que contemple todas las diversas dimensiones implicadas en una misma realidad humana: pastoral del trabajo, pastoral social y de la caridad, de la movilidad humana y de las migraciones, de la salud, penitenciaria, pastoral familiar… todas confluimos en las situaciones que conforma el trabajo humano y en las consecuencias que la vulneración de su dignidad conlleva.

3. Una pastoral de toda la Iglesia. Desde ahí hemos ido haciendo realidad la pretensión del POTI hace treinta años: que la pastoral obrera fuera una pastoral de toda la Iglesia, no solo algo propio y exclusivo de los movimientos apostólicos obreros, o de especialistas o personas con una determinada y peculiar vocación. Solo con repasar pronunciamientos de la Conferencia Episcopal, o las cada vez más numerosas cartas pastorales de los obispos en ocasiones señaladas para el mundo obrero, o la cada vez mayor presencia de delegaciones de pastoral obrera o pastoral del trabajo en nuestras diócesis, valdrían para testificar este avance, a la vez que nos muestran lo que aún nos queda por recorrer, que no es poco.

Me parece que este último es un signo muy destacado de la aportación eclesial que ha hecho la pastoral obrera en estos treinta años. No solo porque la estructura lo contemple, sino porque ello es signo de esa creciente preocupación por cuanto acontece en el mundo del trabajo, especialmente de cuanto hiere la dignidad humana. Algunos signos de este caminar:

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4. ITD. Quizá el fruto más visible de esta actitud pastoral sea el nacimiento y la consolidación en nuestra iglesia de la Iniciativa “Iglesia por el Trabajo decente”. Desde 2015, año de su nacimiento, impulsada por la HOAC, a las seis entidades promotoras de la iniciativa se han sumado multitud de parroquias y entidades cristianas y no cristianas, hasta alcanzar 367 entidades y grupos, y se han constituido comisiones dinamizadoras de la iniciativa en, al menos, 33 diócesis, además de la creciente implicación del Departamento de Pastoral Obrera de la propia conferencia episcopal. Por otra parte, hoy por hoy, esta es la realización y el rostro más visible de una pastoral obrera de toda la Iglesia que no se queda solo reducida a la conmemoración de determinadas fechas y a la realización de actos, sino que va siendo una presencia profética de la propia Iglesia en medio de la sociedad, y que, por otra parte, va abriendo caminos de conversión a nuestra propia Iglesia.

5. La denuncia de la siniestralidad laboral y el acompañamiento de las víctimas. De igual modo, la mirada centrada en la siniestralidad laboral ha pasado a ocupar un lugar especial dentro de la pastoral obrera, desde una actitud profética de denuncia de las condiciones laborales que siguen estando en la raíz de esta lacra, pasando por la sinergia con instituciones civiles -como la fiscalía especializada en siniestralidad laboral- y el acompañamiento de las víctimas y sus familias haciendo nuestro su dolor, e impulsando caminos de esperanza en la comunión. La mayoría de las asociaciones de víctimas de accidentes laborales en nuestro país han nacido de este acompañamiento eclesial, tendiendo puentes y tejiendo fraternidad.

Este camino eclesial ha servido para abrir brecha en otro discurso que se había instalado en nuestra Iglesia hasta hacerse muro: el de la resignación ante la fatalidad de lo que la accidentabilidad conllevaba de manera inevitable. Se va viendo que no es mera accidentabilidad sino fruto de lógicas y prácticas deshumanizadoras del trabajo y la vida. Acercarnos y acompañar como Iglesia esta realidad dolorosa, nos ha ayudado a hacer más creyente nuestra mirada y la lectura de la realidad, y a poder hacer más pastoral nuestra presencia, aunque aún quede mucho camino por delante.

En esta misma línea de presencia eclesial en la sociedad, se han tendido puentes con otras instancias sociales, judiciales, políticas: con organizaciones sindicales, con la fiscalía especializada en siniestralidad laboral, como he apuntado.

La siniestralidad laboral se ha convertido, hoy por hoy, en una periferia existencial que es necesario visibilizar por cuanto es mayor el riesgo de normalizarla y ocultarla; de normalizar y ocultar las condiciones en que se desarrolla el trabajo en nuestra sociedad, privándolo de su dimensión más propia: ser para la vida. Y porque es la expresión más dramática de la precarización normalizada de la vida humana y del descuido sistémico de la misma.

6. Las relaciones sindicales. La pastoral obrera en estos treinta años ha abierto cauces de encuentro, de dialogo, y de colaboración entre la Iglesia y las organizaciones sindicales. Algo que se reducía a los encuentros entre organizaciones sindicales y movimientos apostólicos empieza, tímidamente, a hacerse costumbre mediante encuentros en diversas diócesis entre el ministerio pastoral, los obispos, y los sindicatos, propiciando una interlocución más abierta y natural, sin la cual será cada vez más difícil caminar. Al igual que pasa en el ámbito de la siniestralidad laboral, el encuentro entre creyentes y no creyentes en ámbitos de humanización de la existencia posibilitando una vida digna de las personas, se hace evangelio vivo y vivido

7. La lectura creyente de la realidad. Un hito significativo en este caminar fue la realización del Seminario sobre el Conflicto Social que nos ayudó a actualizar nuestra lectura creyente de la realidad y a abordar nuevas tareas y compromisos. Sobre todo, ayudó a poner nombre, a dar visibilidad a muchas situaciones, y a interrelacionar diversas situaciones de modo que nuestra comprensión de la realidad fuera más global y evangélica. De igual modo, una insistencia de la pastoral obrera a lo largo de estos años ha sido el abordaje del necesario conocimiento y formación de la Doctrina Social de la Iglesia. Desde los planes de formación de los movimientos apostólicos, a la aparición de escuelas de formación social en distintas diócesis, a la participación en la formación -aunque ocasionalmente- de los candidatos al ministerio sacerdotal, y sobre todo a la intensificación de la formación del laicado, han servido para tomar conciencia de la centralidad de la dimensión social de la evangelización. Queda aún mucho camino por recorrer en esta tarea. Especialmente prioritario me parece la formación de los sacerdotes y seminaristas.

8. La pastoral social como marco amplio de la pastoral obrera. El fruto expresivo de todo este camino me parece que es la reconfiguración que se ha llevado a cabo en la Conferencia Episcopal, al colocar el departamento de Pastoral Obrera en la Subcomisión de Pastoral Social de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, acreditando así que lo que era considerado tarea propia de los movimientos especializados, por lo que se contemplaba en la CEAS, hoy Comisión de Laicos, Familia y Vida, es, en realidad parte de una amplia pastoral social, multidimensional, que no puede entenderse completa si obviáramos la centralidad del trabajo en la vida humana. No podría entenderse una pastoral social eclesial sin la constante referencia a la realidad del trabajo humano, siempre que queramos vivir en fidelidad la dinámica de la encarnación.

9. La centralidad del trabajo. En todo ello hay una clave de reflexión y de acción eclesial como es la centralidad del trabajo en la vida de las personas que ha posibilitado, de la mano de los papas Juan Pablo II, Benedicto XVI, y Francisco reconocer y resituar el trabajo como lugar humano y, por ello, como lugar teológico y eclesial. Sigue pendiente la tarea de hacer una propia y actualizada teología del trabajo en nuestra Iglesia.

10. La espiritualidad del trabajo. La aportación, con todo, más significativa que la pastoral obrera ha realizado –a mi juicio– en estos años a la Iglesia española es la de una espiritualidad del trabajo, una espiritualidad del compromiso y la acción que nace de la mirada compasiva al mundo obrero y del trabajo. Una espiritualidad que une fe y vida en el reconocimiento de Cristo obrero en cada compañera y compañero de trabajo, en cada vecina y vecino de nuestros barrios, que acompaña la vida de las personas, que nos hace caminar al ritmo sanador de la projimidad. Una espiritualidad que bebe en el encuentro con el Resucitado, en la escucha de su palabra, y en la lectura creyente de la realidad, para ir descubriendo y realizando el necesario cambio de mentalidad que posibilite poner la vida de las personas en la integridad de su ser personal y socia en el centro de la acción pastoral De la Iglesia. Una espiritualidad capaz de sostener el compromiso personal y comunitario para que las instituciones vuelvan a estar al servicio de las necesidades de las personas y las familias, y que nos ha impulsado a hacer de la vida obrera lugar de encuentro con el Dios de la Vida, reconociendo a Cristo en el rostro de cada hermana y hermano de trabajo.

Una espiritualidad orante, de encarnación y seguimiento, de caridad y entrega, de la contemplación y el compromiso; una espiritualidad de la acción, una espiritualidad seglar y obrera, capaz de percibir el paso de Dios por la historia humana concreta y cotidiana que habitamos para ir haciendo palpable el Reino. Una espiritualidad eucarística que nutre nuestro vivir. Una espiritualidad samaritana que nos recuerda que estamos llamados a descubrir a Cristo en los pobres, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.

En conclusión, para seguir caminando

Celebrar los aniversarios son ocasión de volver la mirada a la historia, una mirada agradecida, de valorar el camino recorrido y felicitarnos por ello, de recordar a tantas y tantos militantes cristianos que lo han hecho posible, a quienes abrieron caminos nunca pisados eclesialmente, y a quienes los fueron allanándolo y conservando en estos años, a quienes nos fueron indicando por donde caminar. No puedo dejar de mencionar a nuestro querido Antonio Algora, y en él recordar a todos los que han hecho posible esta historia. Este aniversario es ocasión de apreciar el trabajo del Espíritu vivificador en nuestra Iglesia y en nuestro pueblo. Es ocasión de reconocer, también, los fallos, los errores, las direcciones equivocadas que han podido retrasar el paso y, a través de ellos, también saber ver el paso de Dios por la historia.

Pero, sobre todo, ha de ser ocasión de preguntarnos: y, ahora, ¿qué? Treinta años después del POTI, una vez que hemos llegado a donde estamos, ¿qué nuevos caminos nos impulsa a seguir el Espíritu? ¿Qué propuestas operativas siguen siendo válidas, cuales hemos de dar por cumplidas, y cuales hemos de incorporar como posibles y necesarias? ¿Cuáles hemos de arriesgarnos a inventar y estrenar con creatividad pastoral? ¿Se dice “el POTI” o “la POTI”? En esta realidad cambiada, distinta a la de hace treinta años, social y eclesialmente ¿qué pastoral obrera hemos de seguir realizando? ¿Hacia donde nos empuja el viento del Espíritu?

Hacernos con sinceridad y profundidad estas preguntas y responderlas con generosa gratuidad a la luz de la fe, en escucha del Espíritu, será la mejor manera de celebrar este aniversario. Será este buen momento para poner en marcha nuevamente un proceso sinodal de actualización de la pastoral obrera y del trabajo que hoy necesita realizar la Iglesia en España. En el Jubileo de la Esperanza que iniciaremos en breve, la mejor manera de manifestar nuestra esperanza es seguir mirando al futuro, a la vida del mundo obrero y del trabajo, como don y tarea.

Yo me atrevo a sugerir una orientación de este caminar que, desde el acompañamiento de la vida de las personas y las familias del mundo obrero en clave de misericordia, que debería ser siempre nuestra primera presencia, aborde la cuestión que me parece más importante y urgente hoy: la formación de la conciencia social de los cristianos, y el cambio de mentalidad de las mujeres y hombres del mundo obrero.

Si el mayor problema que existe hoy para hacer frente a la deshumanización es que hemos normalizado la deshumanización, la tarea más necesaria es revertir esta manera de pensar y sentir que nos haga descubrir lo que ni es ni puede ser normal. Esta es condición necesaria para poder transformar la mirada y los sentidos, nuestra manera de mirar y de sentir, para que haciendo una lectura creyente de la realidad, mirando como Dios mira la vida del mundo obrero, podamos abrirnos a la tarea de suscitar esperanza que active el compromiso y la acción transformadora del Reino, junto a nuestras hermanas y hermanos del mundo obrero.

Seguir implicando en esta misión a comunidades y parroquias, a movimientos apostólicos y congregaciones religiosas es otra de las prioridades a las que atender. Sumar voluntades y militancias que posibiliten el surgimiento de alternativas proféticas que nuestro mundo necesita descubrir.

Seguir apostando de manera más decidida por la formación de militantes obreros cristianos, por el impulso de la propuesta pastoral que supone la riqueza de los movimientos especializados de la Acción Católica, y por la formación de consiliarios que acompañen y ayuden a sustentar la espiritualidad que el compromiso con el mundo del trabajo necesita, y para ello implicarnos también en los procesos de formación y acompañamiento de los candidatos al sacerdocio.

Necesitamos reconfigurar la relación entre parroquias y movimientos apostólicos, descubrir el rostro que hoy ha de configurar nuestras comunidades parroquiales para servir, aquí y ahora, a aquellos con quienes caminamos.

Vivimos, en Europa de manera más significativa, la necesidad de resignificar nuestro ser cristiano, de redescubrir las formas personales y comunitarias en que hoy la realidad nos está pidiendo realizar nuestro seguimiento del Resucitado en medio de la vida obrera, y aceptar con valentía y confianza que hay realidades que ya no son las que eran y, por tanto, tampoco las respuestas que fueron válidas en determinadas circunstancias gozan hoy de validez.

Necesitamos ponernos a la escucha del Espíritu, examinadlo todo nuevamente, para quedarnos con lo bueno. Necesitamos dejarnos guiar confiadamente de la mano del padre que nos ha traído hasta aquí, sabiendo que es Él quien hace da crecimiento, a su tiempo, a nuestro hacer, aunque eso suponga abandonar formas de religiosidad que han valido en ciertos momentos, y arriesgarnos a la intemperie de la fe.

Yo creo que Dios, que nos ha traído hasta aquí de su mano, sigue pidiéndonos que lo acompañemos en el resto del camino, acompañando la vida del mundo obrero, con ojos abiertos, oídos atentos, corazón dispuesto, mano tendida, ternura y misericordia como seña de identidad, haciendo de nuestro ser y hacer sacramento del ser y hacer de Dios mismo.

Esa es mi esperanza, y la esperanza no defrauda.