Un sueño: una huelga indefinida en las fábricas de armas

Un sueño: una huelga indefinida en las fábricas de armas

Un sueño a modo de un cuento. Un diálogo en el momento de comer entre dos personas que trabajan en una fábrica de armas.

***

—Hola, ¿cómo vas?

—Bien.

—¿Qué te pasa? Estás serio.

—No, nada.

—Llevas varios días muy callado. Somos amigos desde hace muchos años, te conozco y a ti te pasa algo que te inquieta mucho.

—Te lo voy a decir. Vi el otro día niños y niñas muertas, madres y padres que abrazaban a sus hijas e hijos heridos y moribundos por un bombardeo y reconocí, por los restos, una bomba que fabricamos nosotros.

—¡Ufff! Creía que ese tema lo tenías ya superado. Nuestras bombas matan a nuestros enemigos.

—Los niños y las niñas, ¿son nuestros enemigos?

—Son daños colaterales, además tenemos un buen sueldo y puedo darles a mis hijos un buen futuro. Lo demás no me importa.

—¿Qué pasaría si algún día esas bombas que fabrican en otros lugares gente como tú y yo cayeran sobre nuestras casas y mataran a nuestros hijos, a nuestras hijas y destruyeran todo lo que conocemos y la vida se tornara en un inmenso sufrimiento y un ambiente de muerte?

—Pero, ¿todo esto porque viste esas imágenes y reconociste una de nuestras bombas?

—Lo vengo ya rumiando desde hace mucho tiempo. Cada vez que veo que se vacía uno de nuestros almacenes de bombas, misiles u otras armas, sé que se llenan los cementerios o las fosas comunes. Nuestro comercio, las ventas de las armas que fabricamos acallan muchas voces, se produce un silencio angustioso porque ya no se escuchan las risas de los niños y las niñas; no se oye la alegría de las personas, la vida desaparece y el desgarro es inmenso. Ya no hay casas, solo escombros, donde hubo belleza, jardines y columpios ahora hay un escenario terrorífico. Ya no hay escuelas, ya no hay hospitales ni nada que genere vida.

—Te voy a dar un consejo. No pienses, no sientas, solo fíjate en que tienes una buena nómina y si tu trabajo si no lo hicieras tú, lo haría otra persona. En vez de estar amargado, deberías sentirte privilegiado.

—Esa es la cuestión, que pienso y siento. Cuando veo a mis hijos durmiendo plácidamente, tranquilos, pienso en esa madre que grita de dolor abrazada a su hija muerta que no se quiere separar porque alguien ha decidido una guerra para acaparar riquezas o conquistar territorios para ensanchar su poder. Unos cuantos deciden el futuro de mucha gente que solo quiere vivir en paz y dejar vivir en paz a los demás.

—¿No me digas que te has hecho pacifista? Aunque tengo que reconocer que lo fui cuando era joven, pero la vida me ha llevado por otros derroteros. He asentado mi cabeza y me he dejado de tonterías.

—Teníamos muchos sueños, creíamos en la paz, en la justicia, en la libertad, en la fraternidad entre los pueblos; creíamos y soñábamos tantas cosas, nos sentíamos ciudadanos del mundo, pero no sé cuándo empezamos a cambiar y nos hemos convertido en peones de un engranaje para alimentar los beneficios de estos malditos fabricantes de armas que solo piensan que tienen que provocar guerras para vender armas y que nos matemos entre nosotros.

—Te recuerdo que son los que nos dan de comer y que el mundo siempre ha sido así. La paz no existe. Ya sabes que antes del primer disparo, la última palabra que dicen es “paz”. Tengo que reconocer que son muy cínicos, porque al día siguiente de decir que están trabajando por la paz, empiezan la guerra.

—No existe porque dejamos que nos gobiernen los que solo piensan en aumentar su cuenta corriente. Hay guerras porque hay los poderosos de un sitio y de otro que deciden que la guerra es el medio para derrotarse y conseguir todas las ganancias.

—Ahora, me dirás que ellos no van a la guerra ni nadie de su familia.

—No lo iba a decir, pero como lo has dicho, lo subrayo.

—Tenemos que volver al trabajo y déjate de pájaros.

—Sí y mientras trabajamos y fabricamos estas bombas, en otras partes del mundo nuestras bombas matan y nuestros empresarios y empresarias ganan cada vez más.

—Me das miedo, no te reconozco.

—Voy a darte más miedo. A veces pienso que si hiciéramos una huelga indefinida en todas las fábricas de armas, el mundo cambiaría y la paz tendría una oportunidad.

—¿Qué estás diciendo? Estás perdiendo la cabeza.

—La cabeza la perdí hace tiempo, pero no quiero perder del todo el corazón y, por eso, sueño que las fábricas de armas, estas fábricas de muerte, se reconvierten en fábricas de vida, en fábricas donde lo que produzcamos ayude a la humanidad y nos dé esperanza para que tengamos un horizonte de hermandad, concordia y amistad, no solo entre las personas, sino entre los países.

 

Sonó la bocina y volvieron al trabajo. Uno convencido de que lo que estaba haciendo era contribuir a destruir la vida y el otro empezó a pensar y a cuestionarse. Y, quién sabe, si algún día habrá una huelga indefinida en las fábricas de armas y la paz volverá a florecer, a tener una oportunidad. Quién sabe.