¿Derecho al trabajo o renta básica universal?
En los últimos tiempos, el debate sobre el futuro del trabajo y los derechos laborales ha tomado un nuevo giro con las propuestas de figuras prominentes del mundo tecnológico. Sam Altman, CEO de OpenAI, y Elon Musk, conocido empresario e innovador, han planteado la necesidad de explorar la implementación de una renta básica universal como respuesta a los cambios que la revolución tecnológica podría traer al mercado laboral.
Altman ha invertido millones en financiar estudios sobre el posible funcionamiento e impacto de una renta básica universal. Por su parte, Musk también se ha manifestado a favor de esta idea. Ambos argumentan que los rápidos avances tecnológicos, especialmente en inteligencia artificial y robótica, podrían hacer innecesario el trabajo productivo de muchas personas en un futuro no muy lejano. Según esta visión, robots y computadoras cada vez más sofisticados dejarían en el paro a un gran número de trabajadores, sin que se vislumbren nuevos empleos suficientes para reemplazar los que desaparecerían.
Esta perspectiva supone una revolución en la consideración humana del trabajo. Cada vez con más frecuencia diversos autores proponen pasar de la defensa del derecho al trabajo a la implementación de un sistema que garantice ingresos dignos desvinculados del empleo. Es una propuesta que desafía el marco clásico de pensamiento laboral que ha dominado los últimos dos siglos, centrado en mejorar el acceso al empleo y las condiciones de trabajo.
Sin embargo, esta visión contrasta fuertemente con la concepción cristiana del trabajo, que va mucho más allá de considerarlo una mera fuente de ingresos. Para el pensamiento social cristiano, el trabajo es una dimensión esencial del ser humano, crucial para su desarrollo personal y comunitario.
En primer lugar, es importante distinguir entre trabajo y empleo. El trabajo humano abarca mucho más que las actividades remuneradas. Incluye tareas que contribuyen al bienestar colectivo y a la producción de bienes y servicios esenciales, muchos de los cuales son difícilmente monetizables. El trabajo no remunerado, especialmente en el ámbito de los cuidados y el voluntariado, tiene un gran valor humano, social y espiritual, reflejando la importancia de la gratuidad en las relaciones humanas.
Desde la perspectiva cristiana, el trabajo y la laboriosidad, con el inevitable esfuerzo y la disciplina que conllevan, son elementos fundamentales en la formación de niños y jóvenes. Para los adultos, el empleo no solo proporciona ingresos, sino que es un factor clave en la configuración de la identidad personal y social. Las relaciones laborales enriquecen las conexiones sociales, fomentan el respeto y la autoestima, y contribuyen al bienestar físico y mental. Cuando el trabajo de una persona contribuye al sostenimiento de la vida familiar y comunitaria, proporciona un sentido de logro, propósito y dirección vital.
La visión cristiana del trabajo se puede analizar desde cuatro perspectivas principales: la dimensión personal-ética, que ve el trabajo como un bien del ser humano, un deber y un derecho; la dimensión social, que lo considera como fuente de identidad y crecimiento familiar y social; la dimensión económica, que lo ve como factor de producción y creación de riqueza; y la dimensión religioso-espiritual, que lo interpreta como una forma de contribuir al desarrollo y mejora del mundo creado por Dios.
El pensamiento social cristiano reconoce la relevancia de todas estas dimensiones, pero es especialmente crítico con las visiones que solo valoran los aspectos económicos. Rechaza la perspectiva del trabajo como una mera mercancía sujeta a las leyes del mercado, argumentando que merece una consideración especial diferente a otros factores de producción como el capital.
Frente a la propuesta de una renta básica universal como sustituto del derecho al trabajo, la visión cristiana insiste en la necesidad de preservar el trabajo como un derecho humano fundamental. El papa Francisco ha expresado claramente esta posición: “Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma. El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal”.
La Iglesia reconoce que la mera ayuda económica puede, en determinadas circunstancias, ser una solución provisional para resolver urgencias o incluso necesidades sostenidas, pero insiste en que el gran objetivo debería ser siempre permitir una vida digna a través del trabajo. Esta posición no niega la importancia de sistemas de protección social, pero los ve como complementos, no como sustitutos del derecho al trabajo.
Es importante señalar que la visión cristiana no ignora los desafíos que plantea la revolución tecnológica. Reconoce la necesidad de adaptarse a los cambios, pero insiste en que estos deben gestionarse de manera que preserven la dignidad del trabajo humano. Esto implica repensar la educación y la formación, promover la diversidad productiva y la creatividad empresarial, y apoyar formas alternativas de economía que puedan proporcionar empleo significativo.
El debate entre el derecho al trabajo y la renta básica universal refleja tensiones más profundas en nuestra comprensión de la naturaleza humana y el propósito de la vida en sociedad. Mientras que la propuesta de una renta básica universal puede parecer una solución pragmática a los desafíos tecnológicos, la visión cristiana nos recuerda la importancia multidimensional del trabajo en la vida humana.
En última instancia, la respuesta a los desafíos laborales del futuro probablemente requerirá un enfoque equilibrado que reconozca tanto la necesidad de protección social como el valor intrínseco del trabajo. Esto podría implicar una combinación de políticas que incluyan formas de renta básica junto con esfuerzos para preservar y crear oportunidades de trabajo significativo.
El camino hacia adelante requerirá un diálogo continuo entre diferentes perspectivas, buscando soluciones que respeten la dignidad humana, fomenten la cohesión social y se adapten a las realidades cambiantes de nuestro mundo tecnológico. En este diálogo, la visión cristiana del trabajo como parte integral de la realización humana seguirá siendo una voz importante, recordándonos que el progreso económico y tecnológico debe estar siempre al servicio del bien común y del desarrollo integral de cada persona.
Obispo de Bilbao