La economía del descarte y la desigualdad

La economía del descarte y la desigualdad
Foto | Danil Rudenko (vecteezy)
Hay dos maneras de mirar el funcionamiento de la economía: una es mirar los datos del crecimiento, del negocio, de la rentabilidad…; otra es mirar lo que ocurre con las personas.

La segunda manera es la que nos dice realmente si la economía funciona bien o no, si es humana o no lo es. Informes como los de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre el empleo en el mundo ayudan a mirar mejor la economía. Si la miramos desde la perspectiva humana vemos que la economía global en la que vivimos es un enorme fracaso, porque es una economía del descarte y la desigualdad.

En mayo, la OIT ha publicado una actualización de su informe Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo. En ella aparecen tres indicadores que hablan a las claras de ese descarte y desigualdad:

1º) El desempleo y el «déficit de empleo»: en el mundo hay una clara falta de oportunidades para acceder a un empleo y un estancamiento en el desempleo registrado. El desempleo registrado en el mundo es de 183 millones de personas, lo que supone para 2024 una tasa de desempleo del 4,9% (en 2023 fue del 5%) y la previsión para 2025 es también del 4,9%. Pero es mucho más significativo el dato del «déficit de empleo», que mide la diferencia entre las personas que quieren un empleo y no lo tienen: en 2024 se sitúa en 402 millones de personas.

2º) Los empleos en la economía informal: son la gran mayoría de los empleos en el mundo, con todo lo que supone (peores condiciones, salarios más bajos, falta de protección social…) y se aprecia una desaceleración en los avances para reducir la pobreza y la informalidad (de hecho, la informalidad tiene mucho que ver con que trabajadores con empleo sean empobrecidos): en 2005 había 1.700 millones de personas empleadas en la economía informal, en 2024 son 2.000 millones.

3º) El descarte y las desigualdades que sufren las mujeres trabajadoras: las mujeres, sobre todo en los países empobrecidos, son las más descartadas y excluidas del empleo, son víctimas de una grave desigualdad. La brecha en el empleo (quienes lo quieren, pero no lo tienen) que sufren las mujeres de los países empobrecidos es del 22,8% frente al 15,3% de los hombres; en los países enriquecidos es del 9,7% en las mujeres y del 7,3% en los hombres. Pero hay otro dato aún más significativo: en 2024, solo el 45% de las mujeres en edad de tener un empleo lo tienen, en los hombres es el 69%. En esto influye poderosamente que muchas mujeres no buscan empleo porque se dedican a tareas de cuidados familiares, que también son trabajo, pero no empleo. La desigualdad salarial que sufren las mujeres es también enorme: en los países empobrecidos, las mujeres que tienen empleo cobran 44 céntimos por cada dólar que cobran los hombres; en los países enriquecidos son 73 céntimos.

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El director general de la OIT, Gilbert F. Houngbo, señala que «el informe revela retos críticos en materia de empleo (…) el mercado laboral sigue siendo un campo de juego desigual, especialmente para las mujeres (…) hay que trabajar hacia políticas inclusivas que tengan en cuenta las necesidades de todos los trabajadores; debemos situar la inclusión y la justicia social en el centro de nuestras políticas e instituciones». Pero cabe decir más. Parafraseando al papa Francisco en su mensaje al I Encuentro de Movimientos Populares, podríamos decir que es necesario poner la dignidad de las personas trabajadoras en el centro para construir otra economía que responda a las necesidades humanas. O al papa Juan Pablo II, en Laborem exercens, 17: los derechos de las personas trabajadoras, en particular, el derecho a un empleo en condiciones dignas debería ser el criterio central para configurar toda la economía y no que la rentabilidad económica condicione los derechos de las personas trabajadoras.