La Armada contra los cayucos

La Armada contra los cayucos
A mi amiga Vicenta Navarro,
militante cristiana y sindical
de dilatada y reconocida trayectoria,
que me ayudó a descubrir que,
ante tamaño disparate,
“algo hay que decir”

 

Allá por el 2003, muchos años antes de que el papa Francisco dijera que “lo que hasta hace pocos años no podía ser dicho por alguien sin el riesgo de perder el respeto de todo el mundo, hoy puede ser expresado con toda crudeza aún por algunas autoridades políticas y permanecer impune” (Fratelli tutti, 20), el alcalde de una localidad muy cercana a Guardamar del Segura, municipio en el que residimos mi familia y yo desde hace cuarenta y dos años, se vio involucrado en un asunto que acabó en manos de la Fiscalía.

Es el caso que el susodicho alcalde recibía en su despacho oficial a un ciudadano del  pueblo que, sin avisar de su intención, fue grabando toda la conversación entre los dos mantenida. Podemos suponer sin temor a equivocarnos que el ciudadano recibido por el alcalde acudió a la entrevista con evidentes intenciones de armar polémica, ya que pocos días después del encuentro los medios de comunicación nos hacían saber el contenido de la misma.

Para el caso que nos ocupa, tenemos bastante con saber que aquel alcalde, entre otras cosas, proponía para acabar con la llegada masiva de inmigrantes a nuestro país y al municipio en cuestión “poner en medio del estrecho de Gibraltar una cañonera” que disparara contra cualquier patera que navegara por aquellas aguas.

Ni que decir tiene que el revuelo producido por tan explosiva idea –nunca mejor dicho– fue de órdago. En aquella época, tal como indica el papa Francisco en la cita antes aludida, aún producía vergüenza decir públicamente determinadas cosas por mucho que algunos, entre ellos el alcalde grabado por sorpresa, las pensaran en su fuero interno.

Entre las consecuencias del escándalo, el partido del alcalde en cuestión, aparte de solidarizarse con él por la maniobra a traición del ciudadano que grabó la entrevista, se desmarcaba claramente de la original y estrambótica idea de acabar con la llegada de pateras a base de cañonazos en medio del estrecho. Y, como hemos dicho antes, la Fiscalía intervino aunque todo quedó en el archivo del expediente.

Efectivamente, en aquella época manifestar determinadas ideas, como dice el Papa, te exponía al riesgo de “perder el respeto de todo el mundo” y aquel alcalde acabó pidiendo disculpas.

Sin embargo, el paso del tiempo nos ha colocado en la situación que el Papa critica y, en consecuencia, podemos constatar que proclamar determinadas ideas “hoy puede ser expresado con toda crudeza aún por algunas autoridades políticas y permanecer impune”.

Porque si proponer el año 2003 colocar una cañonera en medio del estrecho levantó ampollas al interior del propio partido de aquel alcalde –el Partido Popular por más señas–, hoy en día no solo no produce esos efectos sino que dos partidos de la oposición –Vox y el PP arrastrado por el primero– piden abierta y públicamente, que “la Armada” impida la llegada de cayucos a las Islas Canarias. Salto cualitativo evidente: de una cañonera en el estrecho hemos pasado a “la Armada” en el Atlántico, y de sentir –aunque sea con la boca pequeña– vergüenza por una propuesta descabellada, ahora hemos pasado sin el menor rubor y vergüenza a solicitar tamaño disparate nada menos que en sede parlamentaria.

Menos mal que, en una muestra de que aún existe humanidad y no todo es desvergüenza, alguien con autoridad en la Armada –su máximo responsable en la cadena de mando– ha dejado las cosas claras afirmando que “el deber de la Armada si se encuentra con un cayuco con migrantes es rescatarlos y llevarlos a un puerto español”. Idea compartida por el propio presidente del Gobierno de Canarias, quien ante tan disparatada idea ha declarado que “no la entiendo porque no va a frenar la llegada de cayucos. En todo caso, si es con carácter humanitario para poder detectarlos y evitar que cada 45 minutos muera alguien intentando llegar a nuestras costas, lo entendería”.

Pero, y es a lo que vamos, llama mucho la atención que partidos que incluyen entre sus valores, además de la libertad, la tolerancia y la democracia, una referencia al “humanismo cristiano de tradición occidental”, hayan perdido el norte y propugnen ideas que chocan frontalmente con el humanismo cristiano.

Porque el humanismo cristiano parte, entre otros principios, del hecho incuestionable de que “todos tenemos la misma dignidad porque somos hijos del mismo Dios”, lo que nos llama a la “solidaridad y fraternidad” y eso “nos hace responsables a unos de otros” y nos ha de llevar necesariamente a pensar de manera muy distinta de ver a los que vienen en cayucos como invasores contra los que nos hemos de defender a cañonazos.

El papa Francisco nos recordaba en el primer gran documento de su pontificado que “el ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas…” (Evangelii gaudium, 88).  También nos advertía que “cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia a una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad”. (Evangelii gaudium, 59)

Tratar de recibir con la Armada a quienes vienen huyendo de la pobreza y de la guerra, solo tiene sentido si es para “rescatarlos y llevarlos a un puerto español”. Si es para impedir algo tan consustancial con la naturaleza humana como huir del hambre, la miseria y la muerte, eso entre otras cosas es inequidad, es decir no querer para otros lo que querríamos para nosotros mismos. Y, por seguir con Francisco “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales”. (Evangelii gaudium, 202)

Pero parece que a algunos les da igual perder el respeto de todo el mundo, aunque afortunadamente no a todos.