Sabemos el qué, el por qué, el para qué, pero no el cómo
Hay una pregunta que nos hacemos una y otra vez imbuida de mucha zozobra, preocupación y hasta angustia: ¿Cómo llegamos a la gente para que crean que los mensajes llenos de utopía generan horizontes de humanidad y de felicidad? Y nos hacemos esta pregunta porque no llegamos a la mayoría de la gente, solo a un círculo muy cercano. Nos hacemos esta pregunta porque observamos que la ultraderecha sube constantemente, porque la indiferencia social es una pandemia social que se extiende y no sabemos cómo frenarla ni curarla, porque los mensajes que idolatran al dinero llegan a lo más hondo de nuestro ser y adoramos a los nuevos becerros de oro que se forjan por la concentración del poder económico, político, militar, social e, incluso, religioso. Porque el inmenso grito del dolor humano está silenciado en nuestras vidas, en nuestras sociedades.
Compartimos proyectos utópicos, proyectos de diversa índole y llenos de humanidad y que nos permiten creer, afirmar y desear que, si se instauraran, tendrían unas consecuencias preciosas: la paz acallaría la guerra y la violencia; la justicia arrinconaría a la injusticia; la libertad volaría por todos los rincones del mundo sepultando la dictadura, la opresión y la represión; la fraternidad entre la gente y los pueblos sería la nueva bandera del planeta dejando fuera de la vida cualquier atisbo de odio y rechazo; y el cuidado de la vida y de la naturaleza dejaría sin voz ni presencia a todo lo que sea hacer daño, abandonar u olvidar o ser depredador y destructor. Estamos convencidos de ello y si preguntáramos a las personas si desean la paz o la guerra, dirían que la paz; si preguntáramos si desean la fraternidad o el odio, dirían que la fraternidad; si preguntáramos si desean el cuidar la vida y la naturaleza o el abandono o destruir el medioambiente, dirían que cuidar. No estamos equivocados por pensar en clave de utopía, de proyectos de humanidad.
Entonces, ¿qué ocurre? ¿Qué nos pasa para hacer lo contrario de lo que pensamos y sentimos que es lo mejor para el mundo y para la vida? La clave lo tenemos en que nosotros queremos influir conjugando cuatro verbos: sensibilizar y concienciar para movilizar y lograr transformar esta realidad hiriente y sangrante. Pero, lo poderosos de este mundo quieren no solo influir, sino llegar a condicionar, de tal manera, que pueda dominar todas las realidades. Por una parte, quieren insensibilizar, desconcienciar para evitar cualquier movilización, para seguir transformando este mundo en clave de inhumanidad, de resignación, de obediencia y de sufrimiento humano; sí, aceptar el sufrimiento humano como algo inevitable, porque nos han convencido de que siempre ha sido así.
Los poderosos no quieren este mundo utópico, quieren ese mundo contrario a la utopía, lo que se llama la distopía. Pero, ¿cómo conseguirlo? Ellos tienen todos los medios a su disposición. Condicionan a la clase política para que aprueben leyes que les beneficien y a través de las puertas giratorias entren en puestos de relevancia como pago en las grandes empresas, aunque tengan un gran desconocimiento. Controlan muchos medios de comunicación y, utilizando estrategias de persuasión, logran configurar personas, que, en vez de ser ciudadanos responsables y comprometidos, se conviertan en meros consumidores individualistas y meros votantes. Esas técnicas de persuasión son tan eficaces que hace que un obrero en vez de votar a un partido que defienda las condiciones laborales dignas y justas, vote a otro partido que lleva en su programa propuestas laborales que van en contra del trabajo digno, estable y seguro, además, de dejar sin futuro a sus hijos e hijas, incluso, logran que vean a esos partidos políticos, sindicatos y movimientos sociales, que protegen y dignifican a la clase obrera, como una amenaza, como un enemigo del país.
Los que soñamos un mundo humano, fraterno, ecológico, feminista, pacífico, comprometido con la verdad, la ternura, la belleza… sabemos el qué, el por qué, el para qué, pero no el cómo. Nos cuestiona cuando dialogamos y afirmamos que no llegamos, cuando nos preguntamos cómo llegar a la gente, romper nuestro propio círculo.
Ponemos al servicio de la utopía nuestras vidas y nuestros pequeños medios para que sean pequeños signos, pequeños oasis o islas de esperanza y de compromiso. Seguimos perseverando en sembrar esas semillas de utopía esperando que algún día dé un pequeño fruto de humanidad, aunque no lo veamos.
Seguimos utilizando nuestros pequeños medios para despertar la conciencia y que este despertar tengan una consecuencia transformadora. Seguimos sembrando pequeños gestos, pequeños compromisos que siguen siendo una luz en la oscuridad. Seguimos desvelando las causas de tanta destrucción, muerte y dolor de este sistema que quiere ocultarlo y que quiere que lo legitimemos, que seamos sus cómplices.
Seguimos caminando a pesar de todo, a pesar de nuestra pequeñez, a pesar de nuestros pequeños medios, y a pesar, de conseguir solo pequeños logros, que los valoramos y son esperanzadores, pero que nos duele cuando, por ejemplo, vemos que el genocidio en Gaza no se detiene. Seguimos buscando nuevos caminos, “los nuevos cómo” para llegar a la gente, para inquietar este sistema deshumanizador.
Seguimos caminando por esas sendas que siempre hemos conocido y seguimos buscando nuevas sendas, pero sin olvidar nunca que todo comienza en nuestra propia vida, en esa exigencia de coherencia y fidelidad a la utopía, y, en nuestro caso, a la utopía de Jesús de Nazaret.
Consiliario de la HOAC de Murcia. Militante de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y de la Asociación Amigos de Ritsona de apoyo a personas refugiadas. Autor del blog Sembrando sueños, construyendo humanidad