Encuentro y diálogo con personas migradas
Melani Flores dejó Perú al tener que cerrar la consultora que había creado por la pandemia. Acompaña a personas migrantes en el barrio de Lavapiés dentro de dos proyectos de la parroquia de San Millán y San Cayetano (Madrid).
Hay tres cosas que siempre han marcado mi caminar hasta ahora y siguen siendo una guía en este itinerario: mi fe, mi familia y rehacerme cuantas veces sea necesario.
Soy peruana, específicamente de Lima, una ciudad enorme con más de diez millones de habitantes. Mi familia es migrante y creyente. La fe de mi madre me marcó, una fe con pasión que hallaba su cauce en el servicio, hacia la comunidad, el barrio, en todo lugar, con las amistades, con la familia, en el hospital, con todo aquel que necesitara su ayuda.
Te hablaba como amiga, su risa era contagiosa y sonora, no miraba, ni preguntaba de dónde venías, simplemente acogía, mi casa era una casa de puertas abiertas, algo no negociable, visión que compartía con mi padre. Aun siendo muy joven ella enfermó. En adelante, frente a cada caída, veía la manera de levantarse. Era una guerrera y lo fue hasta el final.
Puedo decir que soy una experta en «fracasología». Sí, he fracasado, me he caído varías veces y me he levantado otras tantas. He trabajado para empresas, especialmente bancos, soy economista de formación, también he sido emprendedora. En América Latina es normal, al comienzo muchos lo hacen por subsistencia, pero con el tiempo se va convirtiendo en capital para seguir construyendo sueños.
He «fracasado» emprendiendo, y varias veces, pero jamás dejé de creer, al final estoy convencida de que acumulé experiencia y aprendizaje, y todo esto me ha preparado para lo que tenía que venir
Participaba también a la par, siempre en parroquias, inicialmente con jóvenes, luego también en comisiones, todo en línea social, migrantes, trata de personas, comedores populares, en charlas de realidad nacional, de sensibilización. Una experiencia de vida, de fe, algo que resultó ser vital para mí. Siempre había tiempo o lo buscaba.
Volviendo a mi faceta de emprendedora, con una empresa constituida, una consultoría educativa, viajé por todo el país, con mi hermana y socia, Lucero, capacitando y animando a emprendedores, enseñándoles a utilizar herramientas digitales. Con una dosis extra para animarles a seguir haciendo crecer sus negocios. Pero llegó lo impensado, la pandemia…
Me instalé en Madrid, con la familia a muchos kilómetros de distancia. Mi visión no había cambiado y una de las primeras cosas que hice además de generar ingresos, fue buscar un espacio de encuentro, una parroquia. Es a través de la eucaristía que encontré familia, no estaba sola. No fue fácil, no es fácil. Gracias a varias personas que conocí en el camino y que me animaron a continuar se abrieron puertas.
Entre otras cosas, trabajo como tutora de español para personas extranjeras que viven o tienen un proyecto de vida en Madrid o en algún país hispanohablante o están próximos a hacerlo. Algunos de mis alumnos han formado familia y quieren mejorar su comunicación en español, otros aman el idioma, desean comunicarse mejor. Es una faceta que disfruto mucho.
Paralelamente, participo como voluntaria en dos proyectos: «Educadores de la calle» y «Primeros pasos», todo esto, con personas migradas, impulsado por Cáritas y la parroquia San Millán y San Cayetano. Es mi espacio sagrado, parte de mi nueva familia. Tiene rostros, nombres, es muy diverso, una historia que contar y un gran corazón.
Semanalmente junto con el gran equipo de educadores salimos al encuentro, visitamos las plazas de Lavapiés, Nelson Mandela, Arturo Barea… Ahí están Silvano de Guinea Bissau, que nos recibe con su gran sonrisa; María, una vecina muy querida por todos; Yogu, un chaval emprendedor de 23 años de Senegal: Jade, de Senegal que está aprendiendo español y muchos más…
Vamos a visitar a nuestros amigos, en especial, africanos, y también a los vecinos del lugar. Existe reciprocidad, ellos también nos ven como amigos, compartimos alegrías, también tristezas, algunas veces, nos indignamos con ellos y aprendemos, vaya que sí aprendemos, como, por ejemplo, la familiaridad y alegría con que nos reciben, su sabiduría.
Muchos de ellos hablan varios idiomas, aprendieron por necesidad. Siempre creí que había que tener un talento especial para hablar varios idiomas, pero me han enseñado que vale simplemente el hecho de querer comunicarse.
Desde que llegué, no dejo
de agradecer y de sorprenderme
de las maravillas del Dios de la vida,
de que el verdadero reino está aquí
No llevamos nada material, tampoco esperan eso. Se trata de facilitar encuentro, diálogo espontáneo, sin expectativas, sin mayores ambiciones que la de compartir espacio y tiempo.
«Primeros pasos» son las charlas semanales que se realizan, en Cáritas de la vicaría V, dirigidas a personas, en especial de Latinoamérica, que llevan menos de cuatro meses en España. Es un espacio, en principio, de orientación que al final termina siendo de retroalimentación.
Algunos llevan más tiempo que otros que ya hicieron o se atrevieron a avanzar y dar algunos pasos importantes. No es una carrera, pero sí un camino que recorrer, como hace «Pilar», con menos de tres meses de estancia, mamá con dos hijos ya matriculados en la escuela y empadronados. Ya tiene su cita en Servicios Sociales y va consiguiendo trabajos eventuales.
Para ayudarse vende comida y postres a sus paisanos. Además, se quiere inscribir en un curso de comida española. Es muy optimista, su testimonio anima a los demás. En plena charla otros intervienen, aportan y cuentan sus historias, sus avances, sus tips.
Así, con ese entusiasmo, comienzan a despertar a uno, dos, tres, en realidad a varios y se les enciende el foquito. Antes no sabían por dónde comenzar o qué hacer.
También se presentan casos con evidentes signos de explotación y violencia. Algunas personas son estafadas o explotadas, se enfrentan a situaciones difíciles. La charla se vuelve triste, pero ponen ilusión y buscan herramientas para seguir.
Como «José», que viene de Colombia por desplazamiento forzoso, una tragedia familiar como consecuencia. Ya tiene más de dos meses aquí, le es difícil conseguir la cita para el asilo, además no tiene trabajo.
De la charla salen con ánimo y con el conocimiento de mecanismos que pueden utilizar para seguir avanzando en este primer tiempo. Se van contentos, con esperanza, no se han sentido solos, no están solos. No sabemos cuánto durará cada estancia, pero lo que dure que sea de lo más provechoso, haciendo todo lo posible, con información que ayude de verdad.
Desde que llegué aquí no dejo de agradecer y de sorprenderme de las maravillas del Dios de la vida, de mi taita Dios, Abba querido, de que el verdadero reino está aquí, no tengo que buscar en el cielo, tiene rostros y nombres que, a pesar de todo, cantan con alegría y llenan la vida de colores. Nos anima a continuar y seguir siendo. •
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Voluntaria en la parroquia San Millán y San Cayetano
Madrid