De dioses, humanos y otros mitos negacionistas
La exhortación Laudate Deum hace un llamamiento urgente a acometer cambios drásticos para evitar el desastre ecosocial. Pino Trejo recoge, en este Tema del Mes, el llamado de Francisco a confiar en «la capacidad del ser humano de trascender sus pequeños intereses» y a aplicar «una ética sólida que mantenga a raya los excesos producidos por la lógica mercantilista».
«Como dioses». Esta expresión resume la esencia sobre lo que el papa nos advierte en esta exhortación y, curiosamente, espera al final para explicarlo: «Alaben a Dios es el nombre de esta carta. Porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo»(1) y, yo añadiría, para toda la humanidad.
En dos líneas, y por si a alguna persona no le ha quedado claro de qué va el texto, sintetiza la más profunda motivación que le ha llevado a volver a insistir en el cuidado de la casa común: querer ser un dios, por el simple hecho de que manejamos al mundo a nuestro capricho, tiene consecuencias nefastas personal, social y espiritualmente. Hay que cambiar de raíl para no provocar que el destino que nos hemos labrado nos lleve a chocar frontalmente con nuestro deseo permanente de consumir irresponsablemente y perdernos definitivamente.
Puede que suene a catastrofismo, pero no, es urgencia. Este hilo conductor que atraviesa toda la carta plantea la exigencia de realizar cambios drásticos para evitar el desastre que se nos viene encima y en eso, el Papa no escatima en el uso de adjetivos, sustantivos y expresiones que reflejan la honda preocupación que siente cuando contempla el desmoronamiento del mundo por la falta de «reacciones suficientes» que lo eviten y por el perjuicio que provoca en la vida de las personas y las familias, principalmente las más vulnerables.
Aunque trata de mantener a raya el pesimismo que todo esto le produce, se le cuela cierta amargura ante la falta de asunción de la responsabilidad de quienes tienen el poder y el poder de revertir la situación: los poderosos, políticos y económicos, cuya inacción e indiferencia ante la suerte del planeta y, por ende, de las personas empobrecidas, les lleva a saltarse los acuerdos que ellos mismos han firmado, y a poner en riesgo mortal al resto de la humanidad, con total desprecio por la vida y el servicio de cuidado que su tarea conlleva.
Pero, a pesar de la indignación y el dolor que se desprende de ver cómo anda el mundo, no puede permitirse la desesperanza puesto que «implicaría exponer a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los peores impactos del cambio climático». Debemos confiar en «la capacidad del ser humano de trascender sus pequeños intereses y de pensar en grande», porque «no podemos dejar de soñar».
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Militante de la HOAC de Canarias