Amnistía, perdón y reconciliación
Creo que todos podemos ser conscientes de que la cuestión de la amnistía va a seguir ocupando un lugar muy relevante en el debate político durante bastante tiempo. Como también creo que muchos –no todos– estaremos de acuerdo en que, hasta ahora, hay opiniones expresadas, tanto por personas o grupos que son favorables a la amnistía como por otras que no lo son, que son muy respetables y ofrecen argumentos que dan que pensar y ayudan a formarse una opinión propia. Aportan elementos positivos al debate público. Igualmente creo que muchos –no todos– podemos estar de acuerdo en que, a diferencia de las posturas argumentadas con seriedad y respeto, los exabruptos y gritos sin sentido de algunos no aportan nada bueno, son destructivos para la convivencia social. Sobre todo porque carecen del más mínimo respeto exigible hacia las personas. Y también hacia las decisiones que toman las instituciones democráticamente elegidas.
Personalmente lo que más me preocupa es intentar responder una pregunta: ¿qué podemos aportar los cristianos en este debate?, ¿qué podemos aportar a la sociedad? Creo que, sobre todo, ofrecer la posibilidad de reflexionar desde la perspectiva de lo que supone el perdón y la reconciliación para afrontar los conflictos sociales –algo central en la misión de la Iglesia–, también en la vida política. Me entristece particularmente que haya opiniones expresadas sobre la amnistía por miembros de la Iglesia –personas y grupos– que hablen de otras muchas cosas, pero no de esto.
En la Constitución española se atribuye al rey “ejercer el derecho de gracia con arreglo a la ley” (art. 62, j). Y, como en todo, el rey ejerce esa potestad en virtud de lo que decidan el poder ejecutivo y legislativo. Las medidas de gracia que se contemplan en nuestro ordenamiento jurídico son dos: el indulto y la amnistía. El primero corresponde a la decisión del poder ejecutivo, la segunda a la del poder legislativo –la amnistía requiere de una ley–. Ambas medidas “de gracia” tienen en el fondo que ver con el perdón y la reconciliación.
Lógicamente, cada decisión concreta en este sentido (indulto o amnistía) son opinables. Es del todo legítimo –y hasta bueno– que haya diversas opiniones, a favor o en contra. Pero siempre con argumentos serios y con el debido respeto. El actual clima político no lo favorece nada. En todo caso, creo que nos haría bien para el debate público reflexionar con un poco de detenimiento –y proponer socialmente– algunas de las cosas que dice el papa Francisco en Fratelli tutti a propósito del perdón y la reconciliación en la resolución de los conflictos. Porque, como señala él mismo, algo que dificulta mucho el diálogo social es que “prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario, aplicándole epítetos humillantes, el lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, donde se busque una síntesis superadora” (FT 201).
Me limito a reproducir, por si ayudan, algunas de las afirmaciones de la encíclica. Conviene tener en cuenta que Francisco se refiere allí a conflictos y violencias mucho más graves que las que pretende afrontar la ley de amnistía, pero creo que son aplicables a todo tipo de conflictos sociales. Son las siguientes afirmaciones, en las que los subrayados en negrita son míos:
“El camino hacia una mejor convivencia implica siempre reconocer la posibilidad de que el otro aporte una perspectiva legítima, al menos en parte, algo que pueda ser rescatado, aun cuando se haya equivocado o haya actuado mal” (n. 228).
“Cuando los conflictos no se resuelven sino que se esconden (…) hay silencios que pueden significar volverse cómplices de graves errores y pecados. Pero la verdadera reconciliación no escapa del conflicto sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente” (n. 244).
“Es conmovedor ver la capacidad de perdón de algunas personas que han sabido ir más allá del daño sufrido, pero también es humano comprender a quienes no pueden hacerlo. En todo caso, lo que jamás se debe proponer es el olvido” (n. 246). “Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa” (n. 249).
“El perdón no implica el olvido (…) Si el perdón es gratuito, entonces puede perdonarse aun a quien se resiste al arrepentimiento y es incapaz de pedir perdón” (n. 250). “Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que les ha perjudicado (…) La venganza no resuelve nada” (n. 251). “El perdón es precisamente lo que permite buscar la justicia sin caer en el círculo vicioso de la venganza ni en la injusticia del olvido” (n. 252).
“Cuando hubo injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden no haber tenido la misma gravedad o que no son comparables (…) De todos modos, no se puede pretender que solo se recuerden los sufrimientos injustos de una sola de las partes” (n. 253).
Sé que no es sencillo situarse en esta perspectiva, pero creo que merece la pena intentarlo y proponerlo para avanzar en la convivencia social.
Militante de la HOAC