La portada de “Le Monde”
Algo importante tiene que estar pasando en la Iglesia católica cuando en un periódico como Le Monde se puede leer, nada menos que en la parte alta de su primera página del 3 de octubre, el siguiente titular: “Sínodo: el futuro de la Iglesia católica a debate”. Y explicándolo, informa que, al día siguiente, se va a abrir en Roma dicho Sínodo para discutir, durante un mes, los cambios que necesita la Iglesia para estar en mayor sintonía con la sociedad. Igualmente señala que esta es la última ocasión que tiene el papa Francisco, de 86 años, para dejar su huella –durante mucho tiempo– en la institución. En otra columna señala que, por primera vez en la historia del catolicismo, laicos, varones y mujeres, tienen derecho a votar con los obispos. En la anteúltima de las columnas adelanta algunos de los asuntos que se van a tratar y que el periódico aborda en sus páginas interiores, con la ayuda de la socióloga de la religión, Danièle Hervieu-Léger: el lugar de las mujeres en la Iglesia, el poder de la jerarquía, la moral sexual, etc. Finalmente, apunta que Francisco, habiendo nombrado el pasado sábado, 30 de septiembre, 21 nuevos cardenales, está tratando de reformar la Iglesia en otra institución capital: el colegio cardenalicio.
Un buen amigo, conocedor, como pocos, del mundo francés, me manda un email con esta pregunta: ¿te imaginas una portada como esta en España? Mi respuesta ha sido negativa. Y lo ha sido porque, estos últimos tiempos, repasando una buena parte de la prensa de este país, he tenido la impresión de estar asistiendo a la irrupción de un síndrome semejante al que se padece en Israel: en sus medios solo hay sitio para el drama de la guerra que están librando con la intención de borrar del mapa al pueblo palestino. Lo que pasa en el resto del mundo parece no existir. O si existe, no interesa; les resulta irrelevante. De manera parecida, en la información de nuestro país, parece no haber sitio más que para todo aquello que esté referido a la polarización partidaria, al escándalo (y más, si es de orden religioso) o a la crispación doméstica que –alojada en casi todos los ámbitos– venimos padeciendo desde hace unos cuantos años. Por eso, no me extraña que no exista una primera portada como la de Le Monde y que lo del sínodo mundial, por muy mundial que sea, tampoco interese o parezca irrelevante.
No desconozco, como me comenta otro buen amigo, a quien podría tipificar –auxiliado por M. Löwy– como “cristiano de liberación” o, si se prefiere, progresista, que lo que se va a tratar en dicho sínodo son cuestiones que a muchos conciudadanos les resultan “totalmente ajenas, y por qué no decirlo, absolutamente indiferentes” a su “fe”, sea esta católica, cristiana, islámica, judía, atea, agnóstica o antiteísta o de otra clase. Son muchos a los que –asuntos tales como la “infalibilidad” (léase soberanía me permito apuntar), ya sea la del Papa o la de toda la Iglesia– les resultan tan distantes a su fe y a su pensamiento “como la cartomancia”. Finalmente, me comenta, no quiero dejar de reseñar “la enorme distancia que existe entre la Iglesia católica alemana y la española. Creo que la singularidad reaccionaria de la Iglesia española viene de lejos. No tenemos más que recordar el caso del obispo Carranza”. Y, antes de darme un amigable abrazo de cierre, apunta, un pelín crispado: “por suerte hay una Iglesia –otra Iglesia– también en la tierra ibérica –que existe aún y resiste más– a la que ‘los alamares y las sedas y los oros, y la sangre de los toros, y el humo de los altares’ directamente le importa un pepino –y perdona la vulgaridad coloquial–”.
Pero tampoco ignoro que hay otro tipo de católicos y ciudadanos que, liderados por personas y colectivos, tipificables, desde el punto de vista teológico y eclesial, como tradicionalistas, y, desde el sociológico, como conservadores o neoliberales, están intentando poner a Francisco bajo los cascos de los caballos, acusándole de todo o de casi todo: de comunista, rojo, verde simplón, irresponsable, cantamañanas y todo lo que al lector y a la lectora se le pueda ocurrir. De los primeros, los teológicamente tradicionalistas y cada día más crispados, hemos conocido esta semana el cruce de cartas que han tenido cinco cardenales con el papa Francisco, así como la publicación de una última que los purpurados han dado a conocer con la intención de torpedear el sínodo mundial. En ella vienen a acusar al Papa de, como mínimo, irresponsable y, si se me apura, hasta de “hereje”. Así se sirve y presenta la crispación en la Iglesia.
No creo que esté de más, desmarcándonos –aunque sea tan solo una pizca de algunos de nuestros “demonios domésticos”– que se dé un poquito más de cancha mediática a la sensibilidad de mis dos buenos amigos y a la representada por esos cinco cardenales (ambas presentes en el aula sinodal), así como al diálogo que, entre ellas, se ha abierto el 4 de octubre en Roma. Me estoy refiriendo a un asunto que, bien presentado, puede interesar a unos cuantos millones de ciudadanos españoles y a unos 1.400 millones de católicos en el mundo. Todo esto ¿no se merece alguna portada?
Sacerdote diocesano de Bilbao. Catedrático emérito en la Facultad de Teología del Norte de España (sede de Vitoria).
Autor del libro Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad «con carne» (Ediciones HOAC, 2021)