La energía de la unión
Imposible vivir sin energía. En esta parte del mundo, concretamente, sin energía eléctrica. Lo curioso es que algo tan ligado a la vida doméstica, a cada vivienda, a la vida de cada persona, dependa de decisiones de un oligopolio, de cinco grandes compañías que dictan sus reglas, en plan «trágala», imponiéndonos precios y procedimientos, sin tener en cuenta nuestras necesidades ni derechos.
Sí, también existen grandes industrias de enorme consumo, pero eso no desmiente que un volumen importantísimo se dedique a modestos consumos de cada casa. Pequeños consumos, que no pequeñas facturas. El criterio no es servir –no es servicio público–, sino el máximo beneficio a cualquier precio, porque es negocio.
Existe un clamor demandando a las autoridades regular el precio de un bien tan básico (también existe la demanda de que algo tan ligado a derechos fundamentales como la alimentación y el bienestar más elemental sean públicos y no un negocio privado, pero esa es otra historia que será contada en otro lugar). Regular es difícil por el mucho poder de las grandes eléctricas que dominan el mercado y por complicados –y no tan complicados– juegos de intereses, a menudo traducidos en puertas giratorias que benefician a los políticos que deberían regular.
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Periodista
Autora del libro de Ediciones HOAC Maneras de vivir