Defender los derechos de los trabajadores, aquí y allá
Las crisis internacionales tienden a favorecer un repliegue de los debates y prioridades políticas a la esfera nacional. Sin embargo, el legítimo deseo de recuperar una forma de control frente a la globalización neoliberal no debe llevar a descuidar la necesaria solidaridad internacional, especialmente en el mundo del trabajo.
L a actual crisis de salud ha tenido, al menos, el mérito de poner de moda conceptos que, hasta hace poco, eran objeto de burla: relocalización, autonomía, soberanía, desglobalización. «Transferir nuestra comida, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar, básicamente nuestro entorno de vida, a otros es una locura», admitió el presidente Emmanuel Macron el 12 de marzo de 2020. Una «locura», de hecho, animada ardientemente por los partidarios de la globalización, incluido el propio presidente, durante más de cuarenta años. Por lo tanto, la conciencia es saludable, incluso si parece tardía… y oportunista.
Repliegue nacionalista
Cuidado con el peligro, sin embargo, también implica un peligro. El de alentar repliegues nacionalistas que, en el mejor de los casos, llevarían a descuidar los determinantes globales de seguridad y soberanía, y en el peor de los casos, llevarían a considerar que estos solo pueden construirse en detrimento de los de los demás. Este es, en particular, todo el programa de esta «nueva» extrema derecha que recicla el viejo lema «nuestro pueblo primero» en el registro del antiglobalismo. Al hacerlo, capitaliza un legítimo rechazo a la globalización neoliberal y las lógicas de despojo que la acompañan, pero interpretándolas desde una perspectiva de lucha identitaria: «patriotas» contra «globalistas».
Sin embargo, un análisis en términos de clases sociales e intereses socioeconómicos conduce a una imagen completamente diferente. Tomemos el caso de la migración. Estimulado por la extrema derecha, se trata cada vez más como un «problema» desde una estrecha perspectiva identitaria: «Amenazan nuestra forma de vida». Incluso los argumentos económicos se expresan en este registro: «Vienen a robarnos los puestos de trabajo». Sin embargo, estos discursos enmascaran –al mismo tiempo que los alimentan– las lógicas de explotación socioeconómica que están a la vez en la base de la migración y que se benefician de su tratamiento actual. Recordemos primero esta evidencia: la gran mayoría de los migrantes son trabajadores y cuando no huyen directamente de la pobreza económica, las causas de su salida casi siempre están ligadas, al menos indirectamente, al funcionamiento actual de la economía global (guerras por los recursos, desastres naturales vinculados al calentamiento global, etc.). Es tanto más cierto cuanto que, además de los factores de empuje existen también factores de atracción que influyen en la demanda de migración en las sociedades de acogida: déficit demográfico, la necesidad de mano de obra no calificada o altamente calificada, cadenas globales de atención, etc.
Los derechos de todos en beneficio de todos
La migración es, por tanto, una consecuencia y un engranaje esencial en las relaciones de dominación y explotación a escala planetaria. En particular cuando, lejos de frenarlo para poner fin a una hipotética «guerra de civilizaciones», los discursos y las políticas antimigratorias realmente lo instrumentalizan en una lucha de clases que no pronuncia su nombre, y esto en dos niveles: primero, justificando subestatutos que promueven la explotación; luego, creando divisiones dentro de los trabajadores. Ante esta situación, es imperativo recordar encarecidamente, entre otros, a la Confederación Sindical Internacional, que «los derechos de los migrantes son los derechos de los trabajadores», y especialmente que la defensa de estos derechos es de interés de todos los trabajadores, migrantes o no. Una lógica que también se aplica a todas las cuestiones relacionadas con el trabajo. Ya sea frente al libre comercio, las deslocalizaciones o las consecuencias de las crisis ambientales, la defensa de los derechos de los trabajadores aquí solo se puede hacer de manera efectiva si defendemos, al mismo tiempo, los derechos de los trabajadores en todo el mundo. De lo contrario, la miseria de algunos –ya moralmente reprobable en sí misma– siempre terminará siendo utilizada para disciplinar mejor y debilitar a otros.
Doctor en Ciencias Políticas y Sociales (Bélgica)
Investigador en el CETRI (Centre tricontinental) y en el Grupo de investigación
para una estrategia económica alternativa (GRESEA).
Especialista en economía política internacional.
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