Criminalizar a las personas refugiadas. Criminalizar la solidaridad
Después de dos años, pudimos volver a la Isla de Lesbos, en Grecia, a visitar de nuevo a los refugiados y las refugiadas, que para nosotros son personas amigas, que llevamos en el corazón desde el cariño, la empatía, la acogida mutua y la indignación por su situación de rechazo y porque los gobiernos europeos no hubieran acogido a estas personas refugiadas hace años.
Sabíamos, porque estábamos en contacto continuamente, de que la situación había cambiado sustancialmente después del incendio que arrasó y destruyó totalmente el campo de Moria, pero, jamás hubiéramos pensado que al regresar nos encontraríamos con la criminalización de las personas refugiadas y la criminalización de personas y colectivos que expresan su solidaridad con ellas. Después de volver, junto a Teresa, Paloma y Begoña, de la Asociación Amigos de Ritsona, intenté poner un poco de orden en ese manojo de sentimientos, emociones y pensamientos que daban vueltas y que colisionaban entre sí, tal vez porque me resistía a aceptar que habíamos visto y vivido la construcción de tres muros: El muro físico del nuevo campo, llamado Kara Tepe, el muro del miedo y el muro de la indiferencia. Tres muros que aplastan personas, los derechos humanos, la dignidad humana y cualquier atisbo de humanidad en la política europea. De hecho, no pudimos entrar, se nos negó la entrada. Se negó que pudiéramos entrar a ofrecer un pequeño espectáculo infantil, porque es una maldita cárcel y los niños y niñas no tienen derechos. Los problemas mentales de estos menores han aumentado.
El campo de Moria era un campo desbordado, más de diez mil personas, en condiciones indignas, insalubres e inseguras, y abandonado a su suerte. El incendio, que lo arrasó provocó la construcción de nuevo campo, en vez de optar por la acogida en Europa. El nuevo campo se construyó en la playa, escondido y aislado, y se levantó un muro de cemento de varios metros, con alambradas de concertinas. Con un control férreo policial, hay dos autobuses de antidisturbios en la puerta principal, apoyados por un número importante de personal de una empresa de seguridad privada. No se construyó un campo para personas refugiadas, sino una cárcel donde en la actualidad están presas unas 1400 personas, muchos niños y niñas. ¿Cómo se puede encarcelar a familias? ¿Cómo se pueden encarcelar a niños y niñas? Con el agravamiento que es en Europa, con el diseño de la Unión Europea, que está ejecutándolo el gobierno griego, que le está añadiendo un régimen carcelario inhumano por voluntad propia.
Se aprovechó la construcción de este campo, para clausurar los campos de Kara Tepe, nombre que se ha utilizado para denominar a este nuevo campo, y el de Pikpa. Ambos campos eran espacios humanitarios, donde todo estaba organizado para la acogida y la recuperación psicológica, después de sufrir el horror de la guerra. Fueron clausurados sin miramiento ninguno, dentro de un fuerte operativo policial. Seguramente, en esos niños y niñas cuando fueran introducidos por la policía en los autobuses, dejando esos espacios llenos de sensibilidad y ternura donde había crecido y recuperado la sonrisa, brotarían de nuevo las pesadillas. El cierre del campo de Pikpa provocó la protesta y la exigencia de paralizar dicha clausura por parte de Amnistía Internacional, Médicos Sin Fronteras, Médicos del Mundo y Human Rights Watch, pero, de nada sirvió. Donde antes se oían sonrisas de los niños y niñas, ahora se oye el bote de las pelotas de tenis. Hay que decir, también, que muchas personas refugiadas fueron llevaba a la periferia de Atenas y abandonadas, con lo que supone de hambre, explotación y sufrir todo tipo de violencia, incluida, la pederastia.
En este campo, en esta cárcel de Kara Tepe, la gente solo puede salir una vez a la semana, con autorización previa y cuando vuelven tienen que dar explicaciones de lo que han hecho en su salida, explicitando con quién han estado y de qué han hablado. Mucha gente renuncia a salir por todas las trabas, exigencias y humillaciones que conlleva la salida. Tienen comida suficiente, pero de mala calidad y como le han suprimido la pequeña paga que tenían, ya no pueden comprar nada. Tienen solo 7 minutos de agua caliente y se tienen que asear en cubos y las personas que van en silla de ruedas no pueden transitar porque es de chinarro. Además, cuando llueve, se convierte todo en un barrizal entrando agua en algunas tiendas. Como están en la playa, el frío y la humedad son insoportables; nos cuentan cómo los padres y madres sienten una gran angustia de ver a sus hijos e hijas morados por el frío y la humedad y no pueden evitarlo. A todo esto, hay que sumarle que, como están en un antiguo campo de tiro, el suelo tiene contaminación de plomo.
No hay vida dentro del campo, las personas refugiadas están dentro de sus tiendas. Hay un gran silencio, un silencio que nos desgarró y nos dejó sin poder articular palabra alguna cuando visitamos los campos destruidos y abandonados de Moria, Kara Tepe y Pikpa. Es el silencio desgarrador que expresa dolor y que grita por qué permitimos esto y es un aguijón que se clava en el alma y que en ese momento no podemos responder.
También se ha construido el muro del miedo, para invisibilizar y para cometer toda violación de los derechos humanos y del derecho internacional sobre las personas refugiadas. Lo primero que te dicen cuando llegas es que tengamos cuidado con hacer fotografías, incluidas desde fuera, porque seríamos detenidos, conducidos a comisaría, puestos a disposición judicial y no seríamos los primeros que tendríamos una petición fiscal de cárcel. Nos comentaron que detuvieron a unos periodistas acreditados como tales, que estaban en el exterior sin hacer fotos, pero, como llegaban cámaras fueron conducidos a comisaria. De hecho, cuando hablamos con miembros de ONG nos dicen que no los nombremos, que tienen que tomar todas las preocupaciones. Los activistas de un movimiento social nos dicen que antes quedaban en lugares concretos en la capital Mitilene para repartir comidas, pero, que ahora no pueden hacerlo porque pueden ser detenidos, incluidas las personas refugiadas. Se ven obligados a llevar las bolsas de comida a sus domicilios y salir inmediatamente, sin demora alguna. En esta línea, nos comentaron un grupo de músicos italianos, recién llegados, que le impidieron la entrada al campo para realizar un pequeño recital y alegrarles un poco la vida. Que se fueron y vieron a distancia del campo que estaban repartiendo comida y que se pusieron a tocar sus instrumentos y cantar, a una distancia prudencial, pero, que a los pocos minutos llegó la policía, los identificó y que les prohibió cantar. Insistieron en que solo estaban haciendo música y le volvieron a advertir que estaba prohibido. Prohibido cantar, prohibido entrar donde hay niños y niñas para hacerles sonreír, prohibido ser solidarios, prohibido dialogar, en definitiva, prohibido vivir y vivir con dignidad. Saltarse estas prohibiciones supone detenciones, sanciones, expulsión del país o cárcel. La política del miedo da resultado. Y, esto, en Europa.
El tercer muro, es el muro de la indiferencia ante este drama; una indiferencia que ha crecido con motivo de la pandemia y ha hecho que estemos centrados en nuestra propia realidad, olvidando cualquier situación de injusticia ¿Quién se acuerda en estos momentos de las personas refugiadas, de esos niños y niñas cuyas vidas han sido destruidas? Aprovechando esta indiferencia, están construyendo cárceles, de hecho, en varios campos, como es el de Katsica o Ritsona, ya les han dicho que se van a construir muros para encerrarlos. En Lesbos se quiere construir una nueva cárcel a 30 kilómetros de la capital, con el objetivo de un total aislamiento.
Igualmente, aprovechando esta indiferencia, los barcos de Frontex y los guardacostas griegos cuando capturan embarcaciones en el mar, los devuelven de nuevo a Turquía, introduciéndoles en los que llaman botes de tienda de campañas. Se sabe que gente que ha llegado a Grecia, al día siguiente han aparecido en las costas turcas.
Sabiendo que se quedan cuestiones en el tintero, quiero expresar que las vidas de las personas refugiadas son importantes y son importantes para nosotros, porque forman parte de nuestras vidas. No queremos ser cómplices con el olvido, que permite la impunidad y la inmunidad, y haría que los muros de cemento con sus concertinas, los muros del miedo y los muros de la indiferencia sean más alto y robustos, ahogando el grito de los padres y madres y el llanto de los niños y niñas, que solo quieren vivir, recuperar una vida con dignidad y siempre con el deseo de volver de nuevo a su tierra, a esa tierra que les obligó a huir de la guerra y del hambre para poder sobrevivir.
Queremos seguir construyendo Reino de Dios, queremos construir una tierra llena de humanidad, donde cada persona pueda vivir y convivir, y, para eso, hay que acallar las bombas y derribar los muros. Y, como dice el papa Francisco, soñar un mundo mejor, cuidando la vida en toda su amplitud. Hagamos compromiso de este sueño y seamos esperanza.
Consiliario de la HOAC de Murcia. Militante de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y de la Asociación Amigos de Ritsona de apoyo a personas refugiadas. Autor del blog Sembrando sueños, construyendo humanidad