La cultura de la solidaridad: una solución para salir de la crisis
El pasado 17 de junio el Santo Padre dirigía un videomensaje a los participantes en la 109ª reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo.
En él aprovechó para reiterar las principales cuestiones de la enseñanza social de la Iglesia, así como tratar asuntos, a mi juicio capitales, como son: pedir cambios en el mundo del trabajo, advertir sobre el desempleo y la pobreza, reivindicar el papel del sindicalismo y de los movimientos populares, afirmar la necesidad de una reforma a fondo de la economía y ratificar que la propiedad privada es un derecho secundario que depende de un derecho primario entendido como «destino universal de los bienes».
En una primera mirada observamos que el mensaje del Papa está centrado en clarificar la situación de los más vulnerables, sin olvidar la dolorosa pérdida de empleos en 2020 con motivo de la pandemia. En efecto, hizo un diagnóstico certero al señalar que la falta de medidas de protección social frente al impacto del coronavirus ha provocado a escala planetaria un aumento de la pobreza, del desempleo y del subempleo, así como el crecimiento de la informalidad en el trabajo, el retraso en la incorporación de los más jóvenes al mercado laboral, el aumento del trabajo infantil, la inseguridad alimentaria y una gran exposición a la infección de muchos colectivos. Hizo, además, una referencia especial a las «mujeres de la economía informal» (vendedoras ambulantes y trabajadoras domésticas) particularmente afectadas por la crisis sanitaria. «La pandemia nos recuerda –dijo el Papa– que muchas mujeres de todo el mundo siguen llorando por la libertad, la justicia y la igualdad de todas las personas humanas».
El Papa se refirió también al riesgo de un virus peor que la COVID-19: la indiferencia egoísta. Por eso insistió en la necesidad de «garantizar que todos obtengan la protección que necesitan según sus vulnerabilidades: enfermedad, edad, discapacidades, desplazamiento, marginación o dependencia». Nos recordó que los sistemas de protección social deben «asegurar el acceso a los servicios sanitarios, a la alimentación y a las necesidades humanas básicas». Denunció la situación de los trabajadores que se encuentran «en los márgenes del mundo del trabajo (…) los trabajadores poco cualificados, los jornaleros, los del sector informal, los trabajadores migrantes y refugiados, los que realizan lo que se suele denominar el “trabajo de las tres dimensiones”: peligroso, sucio y degradante». Y abogó por un «nuevo futuro del trabajo fundado en condiciones laborales decentes y dignas, que provenga de una negociación colectiva y que promueva el bien común». Son, sin duda, palabras que no pueden ni deben dejarnos indiferentes, sino que tienen que movernos a la reflexión y a la acción.
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Obispo de Osma-Soria y responsable de Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal Española