Fraternidad
H tenía una vida paralela y nadie lo sabía. La vida que mostraba, era la de un trabajador auto explotado en el pequeño establecimiento familiar que aparentemente dirigía, pero en el que en realidad solo era un peón más, o peor, la espalda en la que depositar todas las responsabilidades y todos los problemas.
Tal vez por ello, o por empeñarse en subir a pulso todos los días la persiana metálica, su espalda comenzó a padecer hernias discales y una fuerte lumbalgia. A veces para salir de la cama, tenía que echarse al suelo y desde allí comenzar a reptar, hasta que su mujer o su hijo llamaban al médico. Le inyectaban un fuerte relajante muscular y se incorporaba al trabajo por la tarde.
La vida oculta de H, era la de activista por la defensa de los derechos humanos. Ese título le hubiera parecido demasiado rimbombante a H, pues él simplemente era alérgico al dolor de los otros. Sentía el dolor de los demás como sentía el dolor crónico de su espalda. Al tener que aparentar que vivía únicamente para la empresa, su vida oculta la vivía a través de internet. Allí leyó relatos sobre personas que eran encerradas en agujeros llenos de chinches, por no tener papeles en un país extraño, y sintió su dolor. Sintió el dolor de un encierro que a pesar de no tener nada que ver aparentemente con el suyo, se le hacía próximo y fácil de comprender. Por eso pidió que se le dejara participar en un programa de apoyo.
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