Tica Font: «La industria armamentística se protege, pero la sanidad se deja en manos privadas»
Investigadora voluntaria del Centro Delàs de Estudios por la Paz e integrante de varios foros mundiales donde presta sus conocimientos y compromiso a favor de la resolución no violenta de conflictos, la educación para la paz y el desarme.
El papa Francisco ha hablado en alguna ocasión de Tercera Guerra Mundial por partes. ¿Está de acuerdo?, ¿cómo son la guerras en el siglo XXI?, ¿cómo han evolucionado los conflictos?
Estoy de acuerdo con el Papa, pero se hace difícil ponerle un nombre, como Tercera Guerra Mundial. En cuanto a la forma, los conflictos y las guerras no son como lo fueron la Primera y la Segunda. Son regionalizadas, localizadas, diríamos que se desarrollan en un continuo, no hay, como en el pasado, una declaración de principio y de fin. Además, en estos momentos se usa la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías como instrumentos de guerra, con el ciberespacio, con ataques de otra clase. Como en Irak, donde se utilizó un virus informático para infectar sus centrales nucleares y parar su programa nuclear.
La causalidad de los conflictos se produce en la escala local, por problemas internos dentro de un país. Pero muchos de estos conflictos se encuentran a escala mundial, como los provocados por el choque de identidades religiosas. El propio Papa ha trabajado mucho en eso y ha mencionado el conflicto de los rohinyás, musulmanes en un país budista. Vemos también la India, con un programa político hindú, que gobierna contra los musulmanes o Israel, que cambia la constitución para hacer un país judío, de modo que las poblaciones sin religión judía quedan excluidas. Las identidades son un instrumento muy relevante. No es que sean guerras religiosas o de identidad, pero sí que es lo que cohesiona a las comunidades para hacer la guerra y que es más difícil hacerla sin ese factor.
Luego están las guerras puramente económicas, las del mundo occidental, la que EEUU lleva a cabo con China, con el objetivo de frenar su economía, de desestabilizar a Asia como región. Son ya 10 o 15 años, con un gran incremento de gastos de defensa y adquisición de armas en Asia, superando a Oriente Medio, que ya está muy desestabilizado. África está ya desestructurada. Son conflictos que no salen en los medios de comunicación occidental. Y la geopolítica sigue siendo importante. ¿A qué países de Oriente Medio exportan armas Europa o EEUU y a cuáles no? A Arabia, Emiratos Árabes, Irak, Omán, Kuwait, Israel, Turquía, Egipto… A Irán, Siria, y Yemen se las venden Rusia y China. Exportamos armas como instrumento de política exterior.
Exportamos armas como
instrumento de política exterior
¿El Informe de Riesgos Globales 2019 del Foro Económico Mundial establecía que los tres principales desafíos mundiales son todos ambientales (fenómenos meteorológicos extremos, cambio climático, desastres naturales)? ¿Coincide o modificaría los desafíos para la paz mundial?
De modo más abreviado, los encontramos en la estrategia europea de defensa, de la OTAN y de EEUU. La cuestión son los instrumentos para abordarlos. Cambiarán los espacios de cultivo, habrá subida de precios en los tres alimentos clave para la humanidad: el trigo, el arroz y el maíz. Si los precios suben de forma local, habrá hambrunas que provocarán a su vez migraciones. La respuesta que se está dando es reforzar las fronteras, impedir con instrumentos militares y policiales que huyan los hambrientos. Otro elemento preocupante es el descontento social y las revueltas sociales contra los gobernantes de esos Estados. En abril de 2019, cayó el gobierno de Sudán, por la subida del precio de la harina. Los gobiernos de muchos Estados no tienen la capacidad para afrontar este tipo de retos.
No hay debate sobre el diagnóstico, sino en las formas de abordar los desafíos. Cada año, aumenta el presupuesto europeo para las fronteras y medidas policiales. ¿Por qué no ayudamos a implementar la adaptación al cambio climático? Adaptemos los cultivos de acuerdo con el régimen de lluvias previsto. Tenemos años para hacerlo. No deben ser las personas las que expongan sus vidas para adaptarse, no puede ser que el pobre que no puede adaptarse se muera o se vaya. No se trata tanto de impedir que la gente huya, como que pueda sobrevivir allí donde vive, como ocurre en la España vaciada, hagamos que sea viable vivir en el campo.
En 2019, aumentó el gasto militar mundial, ¿a qué se debió?
El incremento de gasto militar no es siempre al unísono, en 2008, con la crisis, en Europa y EEUU descendió o se paró, pero en Asia y Oriente Medio se incrementó muchísimo. EEUU vuelve a disparar el presupuesto de defensa y Europa ha asumido que lo hará. Ya lo dijo Obama, aunque Trump es muy claro y ha dicho que sus intereses están en Asia y que ya no quiere hacer de contrapoder de Rusia en Europa.
La pregunta que hay que hacerse es:
¿la seguridad de quién y frente a qué?
Pero en 2020 ha aparecido el COVID-19. Una integrante de la Comisión Vaticana COVID-19, se preguntaba: «¿Para qué sirven los arsenales si un puñado de personas infectadas es suficiente para propagar la epidemia y causar muchas víctimas?»
La pregunta que hay que hacerse es: ¿la seguridad de quién y frente a qué?
Las personas, frente a la COVID-19 o cualquier otra contingencia, necesitan seguridad económica, que el Estado les va ayudar para alimentarse, pagar las facturas; seguridad educativa, tener educación y gratuita, seguridad sanitaria, saber que te van a atender, curar y dar acceso al medicamento; seguridad medioambiental, que el ambiente de nuestra vida es sano; y seguridad política y de libertades. Todo es la seguridad humana.
En cambio, cuando el Estado habla de seguridad, piensa en el propio Estado. Se protege para que no haya cambios que subviertan el sistema político. Es la seguridad de las élites: que la industria funcione, que nadie se opone a que tengan los recursos naturales necesarios y si no, mandar al Ejército. Mientras la industria de armamentos ha sido protegida por el Estado, la farmacéutica o la sanidad se han dejado en manos del mercado privado, sin intervención pública. Llega la pandemia, y un país como España no es capaz de fabricar mascarillas, equipos de protección, test, no hay recursos para analizar los contagios.
No parecen buenos tiempos para el multilateralismo, ni la cooperación, al tiempo que se utiliza el odio como capital político. ¿Está de acuerdo con que se está produciendo esa deriva de odio?
Vivimos en el siglo de la diversidad y hay grupos con un proyecto político de sociedades homogéneas, no diversas. Para muchos, las identidades sexuales son inaceptables. También se da la intolerancia a la diversidad religiosa. En grandes ciudades, hay barrios con muchas lenguas, muchas culturas, religiones. Todas las extremas derechas del mundo fomentan la intolerancia y cuando se transforma en colectivo y en proyecto político es fácil adoptar formas violentas. Pasamos de las pintadas, a la violencia. A escala local, hay que apostar por la convivencia, la cultura de respeto y aceptación, tener reglas para convivir todos. Que nadie puede imponerse a nadie, y hay elementos que tienen que ser de un consenso fundamental.
España cuenta con una importante industria armamentística que genera también un importante volumen de empleo. ¿Realmente es viable reorientar a objetivos sociales este tipo de fábricas?
En esta cuestión lo que hay que preguntarse es si es viable ética, medioambiental y económicamente. Veamos el ejemplo de las minas de carbón. Hay un consenso de que no es viable, porque generan un daño insostenible. Es verdad que tampoco son viables económicamente. Sobre la industria de armas, la pregunta que hay que hacerse es si podemos defender los derechos humanos mientras vendemos armas con las que se mata a personas en otras partes del mundo. No es ético, y si no fuera por todas las subvenciones y protecciones públicas, seguramente tampoco sería viable económicamente. La industria armamentística trabaja a muy largo plazo, hasta a 40 años vista, planteando escenarios bélicos posibles y buscando nueva tecnológica, gracias a que cuenta con un gran apoyo público. Cuando se desmantela un núcleo industrial, hay un pequeño grupo de personas que no se pueden reciclar ni personal ni laboralmente. Lo que en ese caso hay que plantear es ayudarles económicamente. A las personas más jóvenes hay que formarles para que encuentren salidas laborales viables en el futuro.
El Centre Delàs d’Estudis per la Pau al que pertenece tiene ya más de 20 años. ¿Cómo valora su recorrido?, ¿cuáles son sus logros y cuáles sus limitaciones?
Nos hemos convertido en una referencia, somos una ONG asentada, que trabaja con rigor, que se documenta para decir lo que dice y que se ha especializado en un tema muy difícil. La estrategia de paz, la industria de las armas, el presupuesto de defensa no aparece nunca en los proyectos políticos. También tenemos una importante vinculación con redes internacionales como la International Peace Bureau (IPB), la European Network Against Arms Trade, Stop Killer Robots e impulsamos desde Barcelona la campaña Disarmament for Development. Tenemos peso. Lograr todo esto es muy positivo.
En cuanto a las limitaciones, somos una ONG de voluntarios. En la actualidad, tenemos cinco profesionales contratados y es verdad que los recursos para nuestro activismo están muy condicionados por las subvenciones públicas. El otro gran reto es que haya mayor trasvase con el movimiento ecologista y el movimiento feminista. Cada cual se ha encasillado un poco en lo suyo y falta más interrelación. Un mundo sin armas necesita también un mundo sin patriarcado y respetuoso con la naturaleza. De lo contrario, seguirá siendo un mundo violento. •
Redactor jefe de Noticias Obreras