Vivir la trinidad en la solidaridad
El misterio de la Trinidad que celebramos los cristianos al final del tiempo de Pascua es el origen y la meta de nuestra vida porque todo proviene de este misterio y todo conduce a él.
Esta fórmula tri-unitaria con la que confesamos a Dios fue la convicción a la que llegaron los discípulos de Jesús después de un largo y penoso proceso de reflexión y de práctica en su seguimiento. La fe judía que compartían reconocía a Yahvé como el ser supremo, innombrable, y sin embargo ellos vieron a Jesús relacionarse con él llamándole padre. Y hasta les dijo que ellos también podían atreverse a llamarle de la misma manera.
Al final de su vida Jesús les habló repetidas veces de un Espíritu Santo que les defendería en su ausencia; un Espíritu que les llevaría al conocimiento de la verdad y daría testimonio de su misma vida. Con su muerte en cruz todas estas palabras quedaron desacreditadas pero al experimentar que su vida había sido transformada, resucitada, todo lo que con él habían vivido adquirió un nuevo sentido. Reconocieron que con él, Dios mismo les había visitado; que él era verdaderamente el Hijo de Dios vivo y que su Espíritu les acompañaba.
Nosotros, hoy, necesitamos reformular esta misma experiencia trinitaria para que siga llenando de sentido nuestro compromiso cristiano como sucedió con Guillermo Rovirosa. No deja de llamarnos la atención que el misterio de la Santísima Trinidad, que parece más vinculado a la elucubración de los teólogos y a la contemplación en la vida monástica, se convirtiera no solo en la fuente y la meta de su existencia sino en el modelo de sociedad que el promovía con su compromiso apostólico en la HOAC.
El papa Francisco, con términos más cercanos a nuestra experiencia, ha descrito la vida de Dios como «comunión de personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra». Otros han descrito este misterio afirmando que Dios es «el que ama, el amado y el amor». Pero este misterio no es un acertijo para resolver ni una idea para analizar sino una experiencia para vivir porque es precisamente desde nuestra vivencia humana desde donde podemos reconocer a Dios.
También esta pandemia que está afectando tan profundamente nuestra vida puede ayudarnos a conocer mejor a Dios al tomar conciencia de la profunda comunión trinitaria en la que está inserta toda la humanidad. «No estaremos seguros del todo hasta que todos estemos seguros». «Tenemos que proteger a los demás para protegernos nosotros mismos». «Necesitamos urgentemente aprender a vivir de manera más solidaria buscando el bien común de toda la humanidad», son algunas de las voces de personajes relevantes que lo han puesto de relieve. Y eso es precisamente lo que confesamos los cristianos al promover lazos de solidaridad en medio de esta dramática situación.
San Agustín decía: «Si vives la caridad, entiendes la Trinidad». Por eso mismo, cuando vamos rebajando distancias sociales y trabajamos por la igualdad real entre todos los seres, cuando nos esforzamos por tener un solo corazón y una sola alma y ponemos en común nuestro saber y tener buscando el bien común, entonces estamos confesando al único Dios que promueve en nosotros su misma vida comunitaria. Hemos sido creados a imagen de este Dios Trinitario y fuimos sumergidos por el bautismo en el cauce de su vida compartida: una imagen indeleble y una vida inagotable.
Esta es la razón más honda que nos hace confiar en la reserva de amor que Dios ha derramado en la humanidad y que se muestra ahora en tantos gestos de solidaridad y servicio, que superando el miedo y el egoísmo, se esfuerzan en la búsqueda de una nueva sociedad más sana y justa para todos. •
Consiliario de la HOAC de Bilbao