“Ya veremos”

Es lo que ha respondido León XIV, el pasado 27 de noviembre, a una pregunta sobre si daría su aprobación a la nueva Conferencia Sinodal alemana. Lo hizo poco antes de iniciar el vuelo con destino a Ankara (Turquía) y Oriente Medio y tras recorrer las filas de los profesionales de los medios de comunicación y saludarlos personalmente.
Es muy probable que algunos de los más de ochenta periodistas presentes en el avión se preguntaran qué era eso de la Conferencia Sinodal alemana y por qué se merecía esta cautelosa respuesta. Seguro que hubo, entre ellos, quien les explicó –a lo largo de las tres horas que duró el vuelo– que se trataba del organismo que la Iglesia alemana había decidido poner en marcha “por unanimidad” el sábado anterior, 22 de noviembre, en Fulda, aprobando, tras años de debate, sus Estatutos. Los había redactado y aprobado otro organismo provisional, creado para ello en el año 2023 y formado por 74 miembros: 27 obispos (4 ausentes, por disconformidad con la sinodalidad codecisiva), 27 representantes del Comité Central de los Católicos Alemanes (ZdK) –la organización que agrupa a los laicos católicos–, así como por otras 20 personas elegidas.
Leyendo tales Estatutos, la primera impresión que uno tiene es que se encuentra con un texto revolucionario. Así me lo parece y no creo estar haciendo el caldo gordo al sensacionalismo. Invito a tener delante el secular formato (unipersonal, absolutista y monárquico) de gobernar la Iglesia y de impartir magisterio, tanto por parte de los papas como de los obispos y, en sus más limitados ámbitos, de los párrocos. E, igualmente, a no olvidar la organización (verticalista y centralista) que secularmente caracteriza a la Iglesia católica. Y a ir contrastando estos modelos de gobierno, magisterio y organización con algunos de los puntos más reseñables de los Estatutos aprobados, insisto “por unanimidad”, es decir, también por los obispos presentes.
La Conferencia Sinodal alemana va a estar compuesta por los 27 obispos diocesanos, un número igual de representantes del Comité Central de Católicos alemanes (ZdK), y por otros 27 católicos de toda Alemania (7 más que los elegidos para la institución que aprobó los Estatutos y que se disuelve).
Estas 81 personas están facultadas para “deliberar y aprobar” decisiones “sobre cuestiones importantes de la vida eclesial” que vayan más allá de lo estrictamente local o diocesano. También pueden posicionarse sobre asuntos “significativos en el Estado, en la sociedad y en la Iglesia”. E, igualmente, pueden tomar decisiones sobre prioridades, “especialmente en los procesos de planificación estratégica y en el presupuesto de la Asociación de Diócesis de Alemania (VDD)”, así como revisar “su implementación”. Y por si esto pareciera poco, también está facultada para “proponer personas profesionalmente aptas que participarán en las Comisiones Episcopales de la Conferencia Episcopal Alemana” y en otros organismos eclesiales; por supuesto, con voto.
Finalmente, se regularán “los detalles de los procedimientos, modalidades de votación y elecciones” mediante reglamentos que “no pueden contradecir las disposiciones” aprobadas. Y, como es previsible, los Estatutos tendrán que ser ratificados por la Conferencia Episcopal Alemana y por el Comité Central de Católicos Alemanes (ZdK), así como “reconocidos” por el Vaticano para ser implementados durante el tiempo que se determine, “de manera experimental”.

A la luz de estas disposiciones ¿por qué me parecen “revolucionarios”?
Me lo parecen, en primer lugar, porque creo que son el primer paso en serio hacia una Iglesia católica codecisiva y, por tanto, a la superación de un modelo de poder unipersonal, absolutista y monárquico, en favor de otro corresponsable y democrático y, por ello, codecisivo. La Iglesia católica –al menos, la alemana– se toma, ¡por fin! en serio que el pueblo de Dios es “infalible cuando cree” o, en términos más sociopolíticos y laicos, “soberano”.
Y me lo parecen, en segundo lugar, porque creo que también podemos estar asistiendo a un revolucionario cambio del modelo (centralista y verticalista) de organización de la Iglesia en favor de otro más policéntrico y diversificado, al estilo, por ejemplo, de los patriarcados del primer milenio o de lo que ya se ha ensayado –sin mayores problemas– en la preparación del último Sínodo (2021-2024) con las siete Asambleas continentales (África, América Latina y Caribe, Asia, Europa, Oriente Medio, Norteamérica y Oceanía). Es lo que podría pasar si se reconoce el Estatuto de esta Conferencia Sinodal y el de otras iglesias que lo puedan adoptar.
Si lo primero –el cambio en el modelo de impartir magisterio y gobernar– va a llevar su tiempo y a costar muchos dolores de cabeza porque todavía persiste una concepción uniformista de la unidad hasta en los más mínimos detalles, creo que esto último –la organización policéntrica de la Iglesia– podría ser más rápido porque me parece eclesialmente menos costoso, aunque –no seamos ingenuos– también habrá que pagar un precio: habrá quienes sigan entendiendo y defendiendo que el “poder de jurisdicción” de la Iglesia (y su “soberanía”) no descansa –como sostiene el Vaticano II, 1964– en el colegio episcopal con el Papa (una verdad todavía pendiente de ser “recibida”), sino solo en el obispo de Roma (la tesis del Vaticano I, 1870) quien, por ello, vendría a ser –como sigue siendo en nuestros días– una especie de “obispo del mundo” y todos los prelados (diocesanos o no) “vicarios suyos” y no de Cristo; algo que el Vaticano II rechaza explícita y frontalmente.
Y ¿qué decir del “ya veremos” del papa León? ¿Es una tímida cautela proactiva o, por el contrario, una reserva impregnada de temor ante la previsible reacción –probablemente, más que indignada– del potente sector tradicionalista de la Iglesia católica y también del que existe fuera de ella?
El tiempo lo dirá, aunque no sea más de un año el que le queda “para ver” al papa Prevost y a sus colaboradores más cercanos: la Conferencia Sinodal alemana ha programado reunirse, por primera vez e, igualmente “por unanimidad”, los días 6 y 7 de noviembre de 2026 en Stuttgart.
La verdad es que su respuesta, regresando del Líbano (2 de diciembre), no parece augurar una acogida calurosa, en particular, cuando ha apelado a “un mayor diálogo y escucha dentro de la propia Alemania, para que ninguna voz quede excluida, para que la voz de los más poderosos no silencie la voz de aquellos que… no tienen un lugar donde hablar”.
Supongo que no estará concediendo a los 4 obispos ausentes en las deliberaciones y votaciones en Fulda la misma entidad y peso que tienen los otros 23 presentes. Y, con ellos, la gran mayoría –sin duda, más que cualificada– del laicado y de los religiosos y religiosas alemanes; a no ser que la suya sea una sinodalidad solo consultiva, para nada codecisiva; que, en esto consiste el paso dado hacia adelante por la gran mayoría de la Iglesia alemana y que parece que es lo que pone muy nervioso al Vaticano…
De momento, prefiero quedarme con estas otras declaraciones, también realizadas por el papa Prevost en el vuelo de regreso: “el hecho de que la sinodalidad se practique de cierta manera en un lugar y de forma diferente en otro no implica que surjan divisiones o rupturas. Creo que es muy importante recordarlo”. Y con su deseo final: “tengo mucha esperanza de que todo salga bien”.
La verdad sea dicha, me parece que se avecina un año apasionante.

Sacerdote de Bilbao. Catedrático emérito en la Facultad de Teología del Norte de España (sede de Vitoria). Autor del libro Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad «con carne» (Ed. HOAC, 2021)



