¡Tiempo para escudriñar y transformar!

¡Tiempo para escudriñar y transformar!
Los tópicos sobre el Adviento, la Navidad se nos vienen encima, tiempo de espera, de preparación, de ayuno, penitencia y reflexión… pues sí, pero a mí no me seduce.

Me gustaría que me inquietara el Adviento, que fuera capaz de colocarme en tensión, que me sorprenda y que no sea la competición de luces o el cambio de color en la liturgia y el consabido maranatha.

El Evangelio del primer domingo nos coloca en tono apocalíptico en esa espera (Mt 24, 37-44) pero me quedo con ese «estén atentos porque no saben qué día llegará el Señor». De niño/adolescente quise que el Señor se me apareciera como a Marcelino, pan y vino y me facilitara las decisiones. Si se me aparece ahora –que no va a ocurrir claramente–, me daría mucha rabia, porque indicaría que soy muy torpe para leer sus mensajes en la vida cotidiana. Y no son señales que tenemos que descifrar como en una yincana: ¡está gritando!
Dos actitudes ayudan: saber que el reino es una realidad dinámica que llega, que está y que hay que estar preparados y atentos (Mt 3, 1-12) para hacerlo posible, visible, real.

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