La imparable epidemia ultra sigue conquistando gobiernos

La aplastante victoria del fervoroso defensor de la dictadura chilena de Pinochet, José Antonio Kats, frente a la militante comunista Jeannette Jara, confirma la buena salud de la reacción ultraderechista y autoritaria que recorre el mundo.
Los gobiernos de Estados Unidos, Hungría, Italia, Argentina, El Salvador o India están en manos de personalidades y formaciones abiertamente autoritarias, nacionalistas, xenófobas y reaccionarias. En otros muchos países, como Francia, Polonia y Alemania —que se creía desnazificada—, las fuerzas ultras aumentan su influencia y peso en la vida pública. La situación en España y Portugal no es mejor.
“La epidemia ultra se ha propagado y hoy es una realidad palpable”, advierte Franco Delle Donne en su libro Epidemia ultra. Del fascismo europeo a Silicon Valley: anatomía de un fenómeno que está conquistando el mundo.
De hecho, reconoce que “es difícil encontrar un Estado sin al menos una fuerza política relevante que enarbole la desigualdad como bandera, que defienda la exclusión como forma de preservar la identidad tradicional y que promueva la persecución o la expulsión de quienes piensan, sienten o se perciben de manera distinta”.
El tráfico de narrativas, agendas y estrategias de estas formaciones autoritarias, gracias a las tecnologías y a sus alianzas, cada vez es más intento. Critican a sus adversarios por supuestamente servir a intereses extranjeros e incluso aceptar su financiación, mientras organizan foros, encuentros y alianzas estratégicas mundiales, como puede ser la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), con delegaciones en Estados Unidos, México, Brasil, Hungría, Australia o Corea del Sur.
Dedican un gran esfuerzo a la comunicación, compartiendo retóricas y estrategias, fundando sus propios medios, de modo que, como dice Delle Donne, ningún líder ultra necesita de los medios de comunicación para “construir y sostener su base”.
“Su provocación estratégica fluye por esos canales y, favorecida por los algoritmos, circula sin demasiados obstáculos”, como es notorio, a pesar de que nunca es suficiente y siempre podrán presentarse como víctimas de la conspiracion mediática, porque solo les vale el asentimiento ciego a sus planteamientos
No es casualidad, sino el resultado de un paciente aprendizaje y probaturas constantes que hunden sus raíces incluso mucho antes de la Primera Guerra Mundial, como reacción a los valores de la Modernidad y la Ilustración.
Ya en 1918, el filósofo alemán Oswald Spengler, entusiasta de Mussolini y luego admirado por los nazis, publicó el libro La decadencia de Occidente, con ideas que hoy escuchamos, sin ir más lejos, de boca del presidente de Estados Unidos.
La derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial parece hoy un paréntesis que solo retrasó la emergencia de la llamada “revolución conservadora”, contra el liberalismo político y, también contra el universalismo cristiano. Aunque no será hasta mayo del 68 cuando tendrá la oportunidad de reordenarse ya como la “nueva derecha”.
Estos partidos utra derechistas “han puesto sobre la mesa cuestiones que el sistema democrático y sus representantes no han resuelto de forma satisfactoria”, afirma el autor, quien señala que “la ultraderecha ha aprovechado ese malestar para ofrecer una solución que en realidad apuesta por un orden basado en la desigualdad, la exclusión y el autoritarismo”.
La contrucción del otro como enemigo
La ultraderecha ha logrado definir, con la ayuda de los tecnopopulistas, al “otro”, el que se opone a su idea del mundo y sus proyectos autoritarios, como “un enemigo”. Es este un adversario imaginado, difuso, pero casi omnipresente, al que se le conceptualiza como “causante de la decadencia”.
Este mensaje se repite en boca de Trump, Milei, Orbán, Abascal y, cómo no, del propio Kats, quien en la Cumbre de la Iberosfera de 2022 en Madrid, patrocinada por Vox y el grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), afirmaba:
“A la izquierda no le interesa el progreso, el desarrollo. A ellos les interesa lo que es la esclavitud moderna, que se sostiene sobre el existencialismo, sobre la ignorancia, sobre la debilidad del ser humano”.
Sin duda, ha sido la segunda presidencia del excéntrico millonario estadounidense desde 2024 la que ha disparado todas las alarmas, con su desenfadada política, en apariencia errática e incoherente, aunque firmemente orientada a ampliar el poder de la élite económica más tradicional y acelerar la extracción de la riqueza hacia la cúspide.
Su triunfo incontestable a través del voto popular ha entronizado a la “derecha alternativa”, que se ha vuelto “más radical, más digital y abiertamente autoritaria”, describe Delle Donne. Más belicista y marcadamente imperialista, se puede añadir.
Mientras la izquierda radical trataba de conquistar los cielos y se enredaba en el juego de las identidades y en el refinamiento de la alta política, la ultraderecha tomaba apuntes y se armaba para dar la batalla cultural.
“El poder simplificador del populismo les permitió capitalizar el descontento y, en ocasiones, disfrazar su agenda xenófoba y autoritaria (aparentemente) a favor del pueblo”, describe el periodista argentino, autor de un pódcast con el mismo título del libro.
Élites “corruptas”
Los marginados por las “élites corruptas” han encontrado a sus presuntos salvadores que les permiten albergar un sentimiento de pertenencia y disponer de un objetivo para su resentimiento.
La deriva ultra ha ido creciendo en medio de la “polarización afectiva y extrema”, la creación de “enemigos del pueblo” que incluye a “traidores” e “inmorales”, con el fin de justificar la batalla cultural, en la que todo —y todo aquí es todo— vale.
La legitimidad del discurso de la derecha alternativa y radical no precisa más que del “mero hecho de la enunciación”, sin tener que pasar la prueba de la racionalidad y la coherencia. Basta la opinión de cualquiera en cualquier circunstancia.
“La ley, los hechos y las instituciones democráticas dejaron de ser importantes”, para dar pábulo a todo tipo de teorías conspirativas, casi de forma orgánica, natural, en sus estrategias comunicativas, congruente con su enfoque populista.
Por este camino, la ultraderecha subsana la necesidad de certidumbre en los sectores del electorado más vulnerables psicológicamente, aquellos que suelen vivir con mayores miedos e inseguridades y están peor informados.
En busca de la vacuna
El libro se divide en cuatro partes muy explícitas: “incubación”, “síntomas”, “secuelas” y “tratamiento”, si bien la última, por razones obvias, acaba por ser la más imprecisa.
El recorrido por su génesis y propagación es exhaustivo, bien documentado, muy descriptivo. También, al final se plantean las diferentes estrategias puestas en marcha en numerosos países para neutralizar, sin éxito hasta ahora, la patología que amenaza con socavar la democracia e incendiar el mundo, a mayor gloria de proyectos megalómanos.
Sin embargo, el aviso no puede ser más revelador: “Copiar, cooptar o integrar no la neutraliza. Nunca lo ha hecho. Solo la vuelve más fuerte. Solo contribuye a la expansión de la epidemia ultra”.
La obra contribuye a comprender las causas del fenómeno y entender cómo ha logrado extenderse, pero, sobre todo, contiene el firme propósito de encontrar una alternativa a los discursos y prácticas desintegradoras y excluyentes del autoritarismo reaccionario que daña gravemente la confianza en el futuro y corroe los cimientos de la convivencia pacífica.
Su autor reconoce que “la falta de vigilancia”, “el exceso de confianza” o “la incomprensión del fenómeno” han contribuido a la expansión de esta epidemia.
De tal manera que si el populismo, el paleoconservadurismo, el libertarismo de derechas, el antifeminismo, el revisionismo, el neopatriotismo y demás manifestaciones reaccionarias han vuelto, un siglo después de la derrota del fascismo, ha sido posible por la desatención a “las injusticias del sistema actual”.
Problemas olvidados e ignorados
Delle Donne afirma que, aunque la democracia, como forma de gobierno, tal vez sea “el mejor modelo posible”, también “arrastra problemas sin resolver —a menudo ignorados deliberadamente—, que han sido generados desde dentro y que constituyen una deuda pendiente”.
Las democracias liberales no han sabido dar respuesta a los excluidos, ignorados, los de “fuera”, a todos quienes han sufrido “la cara B del sistema”.
Por contra, los partidos ultraderechistas ofrecen una alternativa, por falaz que sea, que pone “el énfasis en lo que rechaza”, que “se aprovecha de la decepción y el enojo, que simula atención y empatía”, aunque solo como táctica para aprovecharse del malestar y difundir su ideología.
El triunfo de la ultraderecha no solo se mide por las victorias electorales o los gobiernos bajo su control, sino también porque ha logrado imponer sus conceptos, sus términos y sus condiciones en el debate público y ha hecho olvidar el horrible legado del fascismo.
La aspiración de igualdad se ve ahora como algo negativo; el cambio climático se ha convertido en una exageración, cuando no en un complot conspirativo de autoría incierta; y el feminismo, en una treta de la ideología de género que se supone perversa.
Aunque el mayor énfasis y la gran coincidencia de toda la extrema derecha se da en el tratamiento de las migraciones, a las que se acusa de todos los males imaginables, para no tener que abordar el verdadero problema de la sociedad: la desigualdad corrosiva.
El olvido, deliberado o no, de las disfunciones del modelo político occidental ha sido aprovechado muy sibilinamente por la derecha radical, hasta su total normalización y llegada al poder. La “quinta oleada de la derecha radical” arranca en 2016 con la victoria de Donald Trump y el triunfo del Brexit, conviene no olvidar.
La normalización de sus ideas y estrategias se ha alimentado también de “los errores de las propias formaciones políticas”, que han incurrido en un exceso de confianza, cuando no, en asumir contenidos que no les son propios.
Todo ello, sin olvidar la responsabilidad de los medios de comunicación, que en muchas ocasiones han comprado “el pescado podrido” y se han convertido en meros amplificadores de los mensajes de ultraderecha, sin cuestionar sus mentiras, sus datos manipulados y sus malintencionadas narrativas.
Más, no menos, justicia e igualdad
Delle Donne reconoce que sería pretencioso ofrecer una solución universal al fenómeno ultra, aunque sí considera posible “plantear al menos una alternativa frente a lo que propone la ultraderecha”, para encontrar el camino correcto a la encrucijada de la que pende el sistema occidental de libertades y garantías, por imperfecto que sea.
Tal vez, dice, el primer paso sea pensar “qué hay que cambiar y entender que defender el sistema actual a ultranza no nos va a llevar a ningún lado”. Tampoco reciclar las promesas que ya están rotas.
Desde su punto de vista, “la igualdad debe reflejarse en todos los aspectos, desde los materiales hasta los más simbólicos. La brecha entre ricos y pobres no puede seguir ampliándose indefinidamente”.
Lo mismo plantea respecto a otras injusticias, como “la discriminación por cuestiones de género, por pertenecer a minorías o por la razón que sea”. En definitiva, “necesitamos un replanteamiento, un nuevo marco que demuestre que el sistema puede mejorar y volverse más justo”.

Redactor jefe de Noticias Obreras



