¿Es realmente más eficiente la gestión privada de los hospitales? Lo que dicen los datos

En las cafeterías y en los parlamentos, el debate sobre la sanidad suele simplificarse en una dicotomía casi futbolística: si la gestión privada es sinónimo de eficiencia y agilidad, la sanidad pública garantiza la equidad pero se ahoga en burocracia.
Sin embargo, cuando analizamos la economía de la salud con el bisturí de los datos, descubrimos que esa premisa de “lo privado gestiona mejor los recursos” no es una ley universal. La realidad es mucho más matizada: la titularidad del hospital importa menos que las reglas del juego, los incentivos y, sobre todo, el tipo de paciente que se atiende.
¿Qué dice la evidencia científica internacional y la experiencia reciente en España sobre quién lo hace mejor?
El mito de la eficiencia económica pura
El argumento principal a favor de la gestión privada (especialmente en el modelo de concesión administrativa o “modelo Alzira”) es el ahorro. Y es cierto: diversos informes de la Sindicatura de Comptes han mostrado en el pasado que el coste per cápita en hospitales de gestión privada puede ser inferior al de los centros de gestión directa, cifrando ahorros de entre el 20 y el 25%.
No obstante, en economía sanitaria, comparar costes sin ajustar por riesgo es hacerse trampas al solitario. Aquí entra en juego el concepto de selección de riesgos (o cream skimming, por su acepción en inglés), es decir, quedarse con los pacientes con menor riesgo o menos costosos de tratar, mientras se evitan los pacientes de alto coste o con enfermedades crónicas.
La sanidad privada tiende a ser muy eficiente en procesos estandarizables y de riesgo moderado (partos, operaciones de cataratas, prótesis de cadera). Pero la sanidad pública asume el grueso de la “no rentabilidad”: pacientes crónicos pluripatológicos, ancianos con largas estancias y urgencias de alta complejidad.
Estudios sobre la derivación de pacientes y selección de riesgos sugieren que si un hospital privado deriva los casos más costosos a la red pública, sus balances parecerán más eficientes artificialmente. Sobre todo si, como ocurre en España, no tiene que pagar por ello. La eficiencia técnica real solo se puede comparar cuando ambos modelos tratan exactamente a los mismos pacientes.
¿El ánimo de lucro afecta a la calidad asistencial?
La pregunta incómoda es: ¿se traduce el ahorro de costes en peores resultados de salud?
La evidencia académica más reciente ha endurecido sus conclusiones. En febrero de 2024, una revisión sistemática publicada en The Lancet Public Health por investigadores de la Universidad de Oxford analizó décadas de estudios internacionales sobre externalización sanitaria. Su conclusión fue contundente: la conversión de hospitales públicos a gestión privada no generó los ahorros prometidos y, en la mayoría de los casos analizados, se asoció con una peor calidad asistencial.
Los autores del estudio señalan que el afán de lucro genera incentivos para reducir personal o limitar servicios poco rentables. Eso explicaría por qué la privatización a menudo se correlaciona con peores resultados de salud que en la gestión pública directa.
La hipótesis económica detrás de estos datos es la asimetría de información. El paciente no sabe exactamente qué necesita pero el médico/gestor sí. En un entorno de gestión privada enfocado al beneficio, existe el incentivo perverso de recortar en aquellas cosas que el paciente no ve (ratio de enfermería por cama, cualificación del personal de guardia) pero que son determinantes para la supervivencia en situaciones críticas.
En España, la calidad de la red privada es indudable en términos de confort y tecnología diagnóstica, pero la red pública sigue ostentando la superioridad técnica en alta complejidad y formación de especialistas (MIR), aglutinando el 97% de las plazas de formación médica.
La lección española: del auge a la reversión
España ha sido un laboratorio europeo de la colaboración público-privada. El “modelo Alzira” (hospitales públicos de gestión privada) prometió traer lo mejor de los dos mundos.
Durante años, este modelo logró reducir listas de espera. Sin embargo, la Generalitat Valenciana revirtió estas concesiones (Alzira en 2018, Torrevieja en 2021) volviendo a la gestión directa. ¿Por qué?
Más allá de la ideología política, surgieron problemas de gestión económica estructural reflejados en auditorías públicas:
- Falta de transparencia: la dificultad para auditar realmente los costes y la facturación cruzada entre la concesionaria y la administración (la llamada “liquidación”).
- Rigidez contractual: la sanidad cambia rápido. Un contrato a 15 años difícilmente prevé una pandemia o una revolución tecnológica, lo que obligaba a renegociaciones constantes.
La lección económica es que externalizar no exime a la administración de controlar. Y controlar una concesión sanitaria es tan costoso y complejo que, a veces, elimina el ahorro que se pretendía conseguir.
¿Qué preferimos: hotelería o seguridad?
Para el ciudadano, la percepción de calidad varía según su necesidad.
La gestión privada ha demostrado ser superior en logística y hotelería hospitalaria: habitaciones individuales, menores tiempos de espera y agilidad administrativa, según reflejan los datos comparativos de satisfacción de 2024. Si usted necesita una operación de menisco, la privada probablemente le ofrezca una experiencia de usuario superior en términos de rapidez.
Sin embargo, la gestión pública es imbatible en equidad y seguridad ante catástrofes. La eficiencia de lo público no se mide en el dividendo, sino en la capacidad de mantener una red de seguridad que cubra el 100% de las eventualidades. Informes de la Sociedad Española de Salud Pública (SESPAS) recuerdan recurrentemente que la equidad es el mayor activo del Sistema Nacional de Salud.
Eficiencia no es gastar menos sino tener más salud
El debate “sanidad pública vs. sanidad privada” es, en muchos sentidos, un falso dilema. La titularidad pública con herramientas de gestión empresarial (profesionalización de gerentes, incentivos por productividad) sería el modelo más robusto. Los sistemas sanitarios más exitosos no son los que eligen uno u otro, sino los que integran ambos con reglas claras.
La gestión privada tiene un rol fundamental como complemento para aliviar la presión asistencial en la sanidad pública. Pero, para abordar situaciones sanitarias de alta complejidad y garantizar la equidad, se sigue necesitando el músculo y la lógica del servicio público.
La eficiencia no es solo gastar menos. Eficiencia es obtener la mayor cantidad de salud posible con los recursos disponibles. Y en esa métrica, cuando la enfermedad se pone seria, el modelo público sigue siendo el refugio más seguro.
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Texto publicado originalmente en The Conversation
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Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales. Profesor titular de la Universidad de Almería



