10 de diciembre: Derechos humanos. En memoria de un provocador, evocador y sostenedor: Robe Iniesta

10 de diciembre: Derechos humanos. En memoria de un provocador, evocador y sostenedor: Robe Iniesta
FOTO | Robe Iniesta durante la presentación del disco "Se nos lleva el aire", en 2023 en Madrid. Vía Chema Moya, EFE

Hoy,
mientras el calendario nos grita 48,
y la Asamblea proclamando
que toda vida es vida
y toda persona, hermana,
nosotros escuchamos otro pregón,
el que llega desde abajo,
desde las aceras que no salen en los periódicos,
desde la orilla donde el padrón duele,
donde el trabajo se mendiga,
donde la religión pesa,
donde la piel decide,
donde la sanidad es un muro
y la educación una frontera.

Hoy,
día de derechos humanos,
hablamos del derecho a ser,
a existir con nombre y mirada,
a decir: “estoy”
y que alguien responda: “yo te veo”.

Porque los profetas de siempre
(Casaldáliga, Neruda, Hernández,
Juan de la Cruz con su haz de luz)
se mezclan con otros profetas raros,
rasgados, irreverentes,
que también bajaron a los infiernos
para ponerles voz
a los que no caben en las homilías:
y ahí estaba Robe,
el loco lúcido,
el payaso crucificado,
el filósofo sin cátedra,
que nos enseñó que desde el barro
se puede cantar a la dignidad
como se grita al viento al amanecer.

Hoy ha muerto Robe Iniesta.
Y ese ruido —ese “MO” que ya sonaba en Erandio,
ese estruendo minero que yo he escuchado en Zorroza—
resuena dentro como un eco:
“ama, ama, ama y ensancha el alma…”

Porque hay canciones que no son canciones:
son llamadas,
vocaciones,
empujes hacia las periferias,
hacia los pesebres donde Dios nace sin permiso,
hacia las cruces donde el dolor pide nombre,
hacia los altares donde amar
ensancha el corazón hasta doler.

Jesucristo García me acompañó
cuando yo era un cura recién salido del horno,
con el alba límpida
y los ruidos de la juventud golpeándome las sienes.
Aquel hijo de nadie,
rey de la baraja,
chapista encarcelado,
yonqui crucificado por pastillas,
me enseñó que Cristo sigue naciendo
donde el sistema desecha,
donde no llega la policía del sueño,
donde nadie firma derechos
pero todos los necesitan.

Y hoy,
mientras Naciones Unidas recuerda
que todos somos iguales,
yo recuerdo que esa igualdad
se aprende en los portales
cuando alguien te dice:
“escúchame”,
“regálame un rato”,
“bendíceme si puedes”,
“dame una mano que me sostenga”,
“organicémonos”.

Los derechos humanos no se celebran:
se abrazan.
Se ensanchan.
Se defienden.
Se lloran.
Se empujan hacia adelante
con el arte,
con la voz,
con el evangelio,
con el rock,
con el olor a barrio,
con el grito de quien pide un nombre,
una casa,
un pedazo de dignidad.

Por eso hoy,
cuando el mundo firma lo políticamente correcto
y Robe cruza al otro lado del escenario,
yo solo sé pedir esto:

Que sigamos amando
como él gritaba,
que sigamos ensanchando
como él cantaba,
que sigamos bajando a los infiernos
para buscar allí a nuestros hermanos,
y que el arte —el divino y el humano—
nos salve,
como decía su verso,
de una vida triste
y de una mala muerte.

Hoy, 10 de diciembre,
día de derechos humanos:
que cada vida encuentre su voz.
Que cada descartado encuentre su nombre.
Y que a Robe,
que nos enseñó el camino del desgarro,
Dios le dé ahora el descanso
donde las notas no se apagan
y el alma, por fin,
se ensancha.