Un año después de la barrancada de Valencia

Un año después de la barrancada de Valencia
FOTO | Trabajos de pintura en la cooperativa Els Trasters en Benetússer

Los días siguientes a la barrancada provocada por la dana de octubre de 2024, que dejó a la comarca de L’Horta Sud de Valencia completamente arrasada, serán difíciles de olvidar. Quienes vivimos –y sobrevivimos– aquel desastre no éramos conscientes de su magnitud ni de la extensión de una catástrofe que marcaría nuestras vidas.

Sin perder de vista las pérdidas humanas, las pérdidas materiales fueron cobrando relieve: hogares, comercios, medios de transporte… Los coches eran lo más visible, pero también lo que, en la inmediatez, parecía menos importante.

Desde el primer día, una muchedumbre peregrinaba siete kilómetros para hacernos llegar calor, abrazos y los alimentos que nos sustentaron en las primeras horas. Poco a poco empezaron a llegar ayudas de particulares y asociaciones, y la HOAC se unió como un solo cuerpo realizando una llamada de recogida económica para socorrer –también en el alma– a las zonas más necesitadas, en las que habitaban varios militantes hoacistas. Fue un soplo, un aliento, una oración hecha abrazo que nos sostuvo y devolvió la esperanza. Una comunión de bienes que aportó 64.000 euros y que sirvieron para ilusionar, reorganizar negocios, hogares y, sobre todo, recomponer a las personas.

La fuerza del “nosotros”

Gracias a la generosidad y gratuidad de estas acciones se pudo actuar para reabrir la cooperativa Els Trasters, en Benetússer, que había quedado muy afectada, también en lo anímico, porque dos de las cinco personas que la integran habían perdido por completo sus hogares. Se apoyó igualmente a dos pequeños negocios de Picanya, reforzando los múltiples gastos sobrevenidos.

Se adquirió maquinaria perdida para una pequeña empresa de artesanía y costura en Catarroja; se colaboró en la rehabilitación de dos viviendas en Massanassa y el Parke Alcosa con materiales y equipamiento; y se facilitaron enseres necesarios para pasar el invierno (estufas, deshumidificadores, edredones) y el verano (ventiladores), así como pequeños electrodomésticos que las familias habían perdido: ollas, planchas, batidoras…

También se respaldó el “pequeño gran” proyecto de limpieza del Parque Natural de la Albufera que, en colaboración con asociaciones de la zona, ofreció trabajo durante un par de meses a personas vulnerables del entorno afectado. En total se han donado alrededor de 54.700 euros. Queda todavía un pequeño fondo para una puerta o una ventana… Solo hace falta escuchar a la gente.

Todo se ha ido recomponiendo poco a poco. Con el paso de los meses, las calles se van despejando del barro acumulado, las casas pierden las humedades del invierno y se reconstruyen paredes y ventanas. Pero hará falta mucho más tiempo para recomponer las vidas. Aun así, todo está en marcha: los movimientos vecinales, las asociaciones de familiares que perdieron a seres queridos en un instante, la unión para que no caiga en el olvido una reacción de la naturaleza provocada por la humanidad y una reacción política que no supo cuidar a la ciudadanía ni dar respuesta a sus necesidades.

Las marcas del barro en las paredes, los colegios derruidos y las cárceles de contenedores que ahora sirven de aulas, las persianas rotas de quienes no han podido reabrir… todo nos ofrece una visión real que algunos se empeñan en esconder. Los polígonos industriales funcionan al 90% y los centros comerciales brillan con luces parpadeantes y ofertas deslumbrantes, mientras la mayoría de los negocios locales sigue sin abrir ni restaurarse: “La riada borró 2 de cada 10 pequeños negocios a pie de calle en la zona cero de la dana”, cuenta el periodista Ángel Álvarez.

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El paso de la dana sacudió a más de 2.300 negocios, más del 90% en los 14 municipios afectados. Un año después, dos de cada diez establecimientos han cerrado definitivamente, y en algunas poblaciones, como Massanassa, la cifra ronda el 50%. Las pymes de los municipios más golpeados facturan todavía un 10% menos. En agricultura se estima que un 40% de los campos no se ha recuperado.

La comunidad, en defensa de la vida y del bien común

Y hay que seguir. Dar un paso más. Esto nos ha recordado que en la lucha por conseguir la vida buena para todas y todos no cabe el individualismo: toca unificar las ideas hacia el bien común. Ha vuelto a surgir, a resurgir, la fuerza del pueblo en la defensa de los derechos humanos y de la dignidad de la persona. La lucha unifica fuerzas y corazón, incluso en la distancia.

En la mayoría de los pueblos afectados se han organizado grupos de soporte, los Comités Locales de Emergencia y Reestructuración (CLER), que actúan como enlace con las Administraciones públicas para exigir un cambio en las prioridades y en la política social, teniendo en cuenta el cuidado de las personas –sobre todo de las más vulnerables– y el cuidado de la Madre Tierra, permitiendo su regeneración para las próximas generaciones. Es un espacio de corresponsabilidad entre ciudadanía y administraciones.

Un año después, para nosotras, personas cristianas del mundo obrero y del trabajo, ha sido un duro aprendizaje que nos descubre la riqueza del ser humano como criatura de un Dios amoroso, Madre-Padre, que ilumina incluso en medio de la tragedia. Con la certeza de que la unión del trabajo y del esfuerzo, el apoyo incondicional y la lucha por el bien común es el camino para construir una humanidad más fraterna para todas y todos. La esperanza se presenta más cercana, motor necesario para seguir adelante.