¿Qué humanidad queremos?

Se escribe mucho y con buenas reflexiones y buenas aportaciones sobre hacia qué humanidad nos encaminamos, a qué mundo nos dirigimos. La aportación que quiero hacer es preguntarnos acerca de la humanidad que queremos, la que estamos construyendo por acción, por justificación o por indiferencia. Tenemos una responsabilidad directa, no podemos eludirla, porque hay una voluntad clara y manifiesta de que nuestro mundo se está construyendo y articulando de esta manera porque hemos decidido que sea así, hay una clara intencionalidad de llegar a este mundo que vemos cada día y lo sentimos; hay causalidades, no casualidades.
Es una reflexión no sobre qué horizonte hemos establecido, sino sobre por qué hemos decidido que ese horizonte se viva aquí y ahora. Se trata de responder a la pregunta por qué queremos que el día a día sea lo que estamos viviendo. Y, la respuesta responde a la pregunta qué humanidad queremos.
A esta pregunta de ¿qué humanidad queremos? la transformo en la pregunta ¿por qué queremos un mundo distópico? Cambio la palabra humanidad por mundo, porque humanidad y distopía son incompatibles. No hay que dejar de tener presente que la distopía se puede definir como la representación imaginaria de una sociedad futura o alternativa en la que predominan la opresión, la injusticia o la falta de libertad. Es generar un sistema de convencimiento que se llegue a la aceptación que el mejor sistema social es el que rechaza la justicia social y la libertad, dando todo el poder a los poderosos económicos y sociales.
Un ejemplo de esto es que no hace falta censurar porque se ha logrado que las personas se autocensuren sin necesidad de leyes o que apoyemos grupos políticos que vayan contra la dignidad de la ciudadanía y parte de esta ciudadanía, en algunos casos una parte muy significativa, los apoye. Otro ejemplo de esta distopía es la relativización de la propia democracia, llegando a la aceptación de que una persona o pocas personas gobiernen, es decir, la dictadura.
Expresión de esta distopía es que hacer el bien lo consideremos algo negativo y se le denomine despectivamente el buenismo. Expresión de esta distopía es el individualismo y el narcisismo en contraposición al nosotros y nosotras, al bien común y a lo comunitario. Expresión de esta distopía es absolutizar y hasta divinizar la guerra como el instrumento de las relaciones internacionales y hacerla una palabra sinónima de la paz. Expresión de esta distopía es la cultura del odio, del miedo, de la violencia para deshumanizar a millones de personas diferentes y diversas. Expresión de la distopia es aceptar que la producción económica puede destruir la naturaleza, negando el cambio climático. Expresión de la distopía es sepultar la utopía, que nadie crea en ella y que sea calificada como una especie de pérdida de tiempo. Expresión de la distopía es que la utopía suponga una amenaza para la sociedad y el desarrollo económico.
Pero, frente a esto, que no podemos negar y que tiene un peso socialmente importante, sigue habiendo personas, colectivos y movimientos sociales, políticos y sindicales que siguen creyendo en la utopía, unos son jóvenes y otros con el pelo canoso, pero están ahí, luchando, amando, soñando, cuidando la vida y la naturaleza. Siguen siendo esperanza, porque cada persona es un motivo de la esperanza, dando su vida, superando los momentos de desánimo y la tentación de abandono. Y, de vez en cuando, lo sembrado da su fruto, aunque sea pequeño.
Somos sembradores de utopías, de abrazos y caricias, de dignidad, de cristianismo y de humanismo y, aunque nos gustaría ver los frutos, no somos recolectores. Sembramos para que las generaciones futuras puedan encontrase con personas que ya no caminan por la vida, pero que siguen estando en esa parte de la historia con el deseo que despierte el ser humano, la humanidad que llevamos dentro y rompamos las cadenas de las distopías que nos hunden en la oscuridad, en la desesperanza, en la deshumanización y en el dolor.
Queremos una humanidad de la bondad, de la lucha por la justicia y la paz, de la libertad que sea liberación, no una nueva esclavitud, de la empatía, de la solidaridad, de la fraternidad universal. Y, aunque vayamos a contracorriente, muy a contracorriente, seguimos manteniendo nuestra esperanza y nuestro compromiso con la vida que vivifique al ser humano y que le hace conjugar los verbos amar, construir y reconstruir todo lo destruido por las distopías.

Consiliario de la HOAC de Murcia. Militante de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y de la Asociación Amigos de Ritsona de apoyo a personas refugiadas. Autor del blog Sembrando sueños, construyendo humanidad



