Farid Aboubakar y el Día de los Difuntos: Un cartel en el nicho de la dignidad

Farid Aboubakar y el Día de los Difuntos: Un cartel en el nicho de la dignidad

“No se puede concluir esta reflexión sobre las personas privadas de libertad sin mencionar a los reclusos que se encuentran en los distintos centros penitenciarios de preventivos y de penados. A este respecto, cabe recordar las palabras que el papa Francisco dirigió a un grupo de ellos: «Para mí, entrar en una cárcel es siempre un momento importante, porque la cárcel es un lugar de gran humanidad “[…]. Papa León XIV, Dilexi te, nº 62.

En el silencio de un nicho en el cementerio Virgen de la Salud (Tejares) de Salamanca, un cartel colocado por el equipo de pastoral penitenciaria para Farid Aboubakar, un argelino fallecido de cáncer en la cárcel de Topas en mayo de 2025, se erige como un acto de rebelión contra el olvido. Este gesto, realizado en la tarde del 21 de octubre del 2025, en vísperas del Día de los Fieles Difuntos, nos invita a un viaje para descifrar sus resonancias humanas, sociales y filosófico-religiosas, interrogándonos sobre los cimientos de nuestro pacto como sociedad.

Un gesto en el cruce social y religioso de caminos

Detrás del simple acto de colocar un cartel para Farid, un migrante sin familia en España, yace una profunda reafirmación de humanidad. Socialmente, es un acto que visibiliza a una población que, según Emiliano de Tapia, capellán de la cárcel de Topas, constituye “una de las realidades de mayor empobrecimiento en nuestra sociedad”.

Este gesto desafía la indiferencia, recordando que las personas privadas de libertad, incluso después de la muerte, siguen siendo parte del cuerpo social. El equipo de pastoral penitenciaria de Salamanca realiza aquí una labor que no es sino “anunciar la buena nueva del Evangelio”, encarnando la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) y la promesa evangélica “estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 36).

Culturalmente, este acto dialoga y se enriquece con la tradición española del Día de los Fieles Difuntos –celebrado el 2 de noviembre–, una fecha en la que, lejos de las coloridas celebraciones mexicanas, las familias en España suelen visitar los cementerios para limpiar y adornar con flores frescas las tumbas de sus seres queridos, en un ambiente de recogimiento y memoria.

Las preguntas fundamentales que nos interpelan

Este gesto de dignificación póstuma no es un hecho aislado, sino una respuesta concreta a interrogantes que han atravesado la filosofía durante siglos como las siguientes:

¿Qué le debe la sociedad a sus miembros más vulnerables? La Teoría de la Justicia de John Rawls, (Fondo de Cultura Económica, 1979) ofrece un marco potente para abordar esta cuestión. Su concepto de la “posición original” y el “velo de la ignorancia” nos invitan a diseñar la sociedad sin saber si ocuparemos en ella un lugar privilegiado o si, por el contrario, formaremos parte de sus grupos más vulnerables, como lo es la población penitenciaria. Desde esta perspectiva rawlsiana, la persona reclusa puede ser considerada como parte de un “grupo menos aventajado de la sociedad”, y por tanto, tiene derecho a reivindicaciones de justicia. El cartel para Farid se convierte así en un acto de justicia correctiva, una forma de redistribuir el bien primario de la dignidad y la memoria.

¿Cómo se construye una sociedad sana? La filosofía social y la teoría crítica, representadas por pensadores como Axel Honneth, de la tercera generación de la Escuela de Frankfurt, nos enseñan que la autorrealización humana depende del “reconocimiento” recíproco entre los miembros de una sociedad. Honneth argumenta que las “patologías sociales” y el “desprecio” corroen los fundamentos de la vida social legítima (Luchas por el reconocimiento, Editorial Crítica, 1997). La exclusión y el olvido de quienes mueren en prisión representan una forma de desprecio que daña el tejido social en su conjunto. El gesto de la pastoral penitenciaria, al reconocer a Farid, es un antídoto contra esa patología, un esfuerzo por sanar las heridas de la indiferencia.

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¿Tiene límites la compasión? Este acto también enfrenta la crítica, tácita o explícita, de que podría ser un gesto naíf o incluso injusto para con las víctimas del delito. Desde una mirada puramente retributiva de la justicia, el criminal merece su castigo y, para algunos, también el olvido. Sin embargo, la respuesta evangélica es radical: “Amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 44). La filosofía, por su parte, nos recuerda que una sociedad que solo sabe castigar y no redimir, que no puede extender un mínimo de compasión ni ante la muerte, quizá esté construyendo su propia casa sobre los cimientos de la venganza y la deshumanización mutua.

Aportaciones filosóficas, sociales y culturales para una respuesta

Las preguntas que suscita el cartel de Farid han encontrado ecos en grandes sistemas de pensamiento. La teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, con Max Horkheimer (Planeta Agostini, 1990) a la cabeza, propuso un programa de filosofía social que “contribuyera a la transformación de la sociedad a partir de la comprensión de sus problemas y conflictos más profundos”. Este gesto es una aplicación concreta de ese programa: comprender la exclusión para transformarla en reconocimiento.

En el ámbito social y penal, la propuesta rawlsiana abre la puerta a reinterpretar instituciones como la resocialización. Desde este punto de vista, la reinserción no es solo una política penitenciaria, sino un imperativo de justicia que busca devolver al individuo, una vez cumplida la pena, a una condición de cooperación social en igualdad de condiciones. El acompañamiento a los reclusos y a quienes mueren en prisión, como el que realiza la Pastoral Penitenciaria, es el primer eslabón de ese proceso, una forma de sostener su condición de personas y miembros de la sociedad, incluso cuando esta les ha fallado.

Culturalmente, el gesto se enmarca en una larga tradición de contemplación de la muerte. Frente a la tradición anglosajona de Halloween, más lúdica y terrorífica, y a la festividad mexicana del Día de los Muertos, colorida y jubilosa, la tradición española del Día de los Fieles Difuntos –de la que este acto es heredero– es más sobria y reflexiva. Se trata de una fecha para “recordar a los seres queridos que han fallecido”, endulzando el duelo con buñuelos de viento y huesos de santo, y visitando los cementerios en un acto de memoria que, como el cartel para Farid, afirma que la existencia de una persona no se borra con su muerte.

Conclusión: La memoria como acto de justicia poética

El cartel en el nicho de Farid Aboubakar es, en su simplicidad, un manifiesto de profunda complejidad. Es un acto humano que rechaza la soledad absoluta; un acto social que cuestiona los límites de nuestra comunidad; y un acto religioso que encarna la misericordia en las periferias existenciales. Filosóficamente, es una respuesta práctica a las preguntas por la justicia, el reconocimiento y la compasión, dialogando con Rawls, Honneth y la tradición evangélica.

En última instancia, este gesto nos recuerda que la justicia no es solo un equilibrio abstracto de derechos y deberes, sino también un relato que una sociedad se cuenta sobre sí misma. Incluir en ese relato a Farid, y a todos los Farides anónimos, es un acto de justicia poética –en el más literal y profundo sentido de la expresión– que nos ennoblece a todos. La verdadera medida de nuestra civilización no se toma en sus centros de poder, sino en la dignidad que concedemos a los que parten desde sus márgenes más oscuros.