El lugar del ser humano en la creación…

…cuando las comunidades se organizan.
Nuestra Madre Tierra está en peligro y son los más vulnerables quienes pagan el precio más alto. Podríamos incluso añadir que son los más ricos quienes logran salir adelante. Esta realidad volvió a manifestarse durante nuestro seminario regional de las islas del Océano Índico celebrado en Isla Mauricio.
Esta constatación no proviene de estudios científicos, sino de los testimonios de quienes deben afrontar y vivir (o sobrevivir) cada día al impacto del cambio climático en su vida cotidiana.
Realidades locales alarmantes
El cambio climático se traduce en graves sequías, que empujan a la población de Madagascar a emigrar, pero también en un aumento y una intensificación de los ciclones, que devastan cultivos y viviendas. Estos fenómenos meteorológicos afectan a todos los países de la zona del Océano Índico.
En la Isla Rodrigues, los agricultores ya no saben cómo planificar sus cultivos. Las lluvias pueden destruir las siembras, obligándoles a empezar de nuevo, con pérdida de ingresos. El agua potable, cada vez más escasa, se ha convertido en un recurso costoso. El agua desalinizada se está convirtiendo en la alternativa para la agricultura, con consecuencias para la salud: aumenta la hipertensión y se multiplican los casos de diálisis.
Los más vulnerables, los primeros en sufrir
Estas realidades muestran hasta qué punto las poblaciones vulnerables son las primeras en ser golpeadas. Cuando suben los precios de las verduras, son las familias humildes las que renuncian a una alimentación equilibrada. Cuando el agua se convierte en un negocio, son los hogares más pobres los que sufren la sed. Cuando los ciclones atraviesan los pueblos, son las casas más frágiles las que quedan destruidas.
La esperanza nace de la acción colectiva
Pero en este contexto, los trabajadores, las familias rurales y las poblaciones vulnerables reaccionan, se organizan y actúan juntos para enfrentar estos desafíos medioambientales.
En la isla Mauricio están surgiendo pequeños huertos colectivos. Los habitantes aprenden técnicas agrícolas respetuosas con la naturaleza y comparten semillas y conocimientos. Los jóvenes encuentran allí un espacio de compromiso concreto y solidario.
En la isla Rodrigues, la movilización toma la forma de campañas de limpieza, plantación de árboles y sensibilización en las escuelas. Se proponen alternativas sencillas: reemplazar el plástico por canastas de vacoas (1) o de yute y ahorrar agua mediante sistemas de riego adaptados.
En la isla de la Reunión se fomentan prácticas más sobrias: trueque de objetos, huertos compartidos, vajilla reutilizable en los encuentros en lugar de desechables. Cada gesto es un acto de fe en un futuro sostenible.
En Madagascar se llevan a cabo proyectos en colaboración con otros movimientos para proteger a los más vulnerables y luchar contra la pobreza mediante el trabajo decente y la solidaridad social.
Estas iniciativas, aparentemente modestas, nos recuerdan que la protección de la Creación no es exclusiva de los ecologistas, sino que es una cuestión de supervivencia para las familias rurales, los trabajadores precarios, los niños de los barrios desfavorecidos y los más vulnerables.
Como movimiento de acción católica, debemos seguir sensibilizando sobre la urgencia climática y la protección de la Creación. Como bautizados, nos convertimos en cocreadores y responsables de la Creación. En esta lucha, la Palabra de Dios sostiene nuestra esperanza:
«Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella» (Salmo 24, 1).
Este versículo nos recuerda que la Creación no es un recurso que se pueda explotar sin límites, sino un don sagrado del que la humanidad es guardiana.
(1) Variedad de planta utilizada para el trenzado.

Asesor Internacional del MMTC
para la región del Océano Índico



