“Dilexi te. Te he amado”: Reflexiones apresuradas

“Dilexi te. Te he amado”: Reflexiones apresuradas

Acabo de hacer la primera lectura –como siempre, apresurada– de la exhortación apostólica de León XIV. Como él mismo indica, la base la puso Francisco, en continuidad con Dilexit nos. Se aprecia esta continuidad en la misma estructura del texto, y en la profusión de citas del magisterio de Francisco, al que el texto remite continuamente. Hay insistencias que nos resultan conocidas, pero que León XIV destaca de manera personal en una exhortación de carácter doctrinal, social y pastoral, imbuida de una reflexión teológica que ha persistido en la Iglesia a través de los siglos.

Parte el papa de una constatación previa: el compromiso en favor de los pobres y con el fin de remover las causas sociales y estructurales de la pobreza, sigue siendo insuficiente (DT, 10), y es necesario asociar a este compromiso un cambio de mentalidad que pueda incidir en la transformación cultural (DT, 11), porque, entretanto, sigue creciendo la desigualdad, el descarte y la indiferencia. Nos vamos acostumbrando y haciendo irrelevante la pobreza, cuyo rostro se va haciendo más multiforme cada vez. Los pobres no existen por casualidad (DT, 14) y hemos de enfrentar los prejuicios ideológicos con que es observada esta realidad. Especialmente los cristianos –nos advierte el papa– llegamos por contagio de esas actitudes a conclusiones engañosas (DT, 15).

Dios es amor misericordioso (DT, 16). La primera insistencia es recordar que solo podemos ser la Iglesia de Jesucristo y fieles a su evangelio si somos la Iglesia de los pobres, si vamos caminando por la estela que la Iglesia ha recorrido desde los primeros tiempos, para descubrir que nuestra identidad se asienta en el anuncio del evangelio a quienes son sus destinatarios privilegiados, con quienes hemos de ir aprendiendo a ser Iglesia pobre y de los pobres. La clave de la encarnación sustenta toda la propuesta. No podemos rezar ni celebrar la fe si se oprime a los más débiles (DT, 17).

El recorrido bíblico (DT, 24-34) y patrístico (DT, 39-48) de la exhortación nos ayuda a reconocer estas huellas que nos preceden y desde la que seguir encontrando orientación para actualizar hoy la experiencia de sabernos y sentirnos amados por Dios, y la experiencia de vivir desde ese amor que se hace ofrenda personal y comunitaria para acercar el reino de Dios a esta historia concreta, enfatizando que solo el evangelio vivido así, nos hace Iglesia de Jesucristo.

Otra clave de lectura es recordar que la opción fundamental por los pobres no es una mera categoría sociológica, sino fundamentalmente cristológica y eclesiológica (DT, 99), lo que hace que no sea algo accesorio a la fe y la vida eclesial, sino algo esencial que constituye nuestra vida y misión. Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres (DT, 35).  Es –citando a san Juan Pablo II– una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana (DT, 87). Jesús de Nazaret realizó plenamente la predilección de Dios por los pobres (DT, 18). Es Mesías de los pobres y para los pobres (DT, 19). Los pobres son la misma carne de Cristo (DT, 110). Por eso no cabe reducir la fe a una relación intimista y desencarnada de la historia que nos desvincula de los pobres, o de la tarea del reino de Dios. (DT, 21). No hay vivencia de la fe sin concretar el amor en el compromiso cotidiano por denunciar las injustas estructuras de pecado, y por construir, compartiendo la vida de los pobres, una comunidad humana acogedora de los últimos, que sea comunidad social, más allá de los límites eclesiales, porque la salvación no es una idea abstracta, sino una acción concreta (DT, 52). Desde aquí, hemos de acoger el testimonio de la Iglesia latinoamericana y la teología de la liberación, que abrieron camino como un referente inexcusable.

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Del mismo modo que a lo largo de la historia ha sido y sigue siendo referente la vida monástica, y otros testigos de la pobreza evangélica (DT, 53-72), hoy son un referente los movimientos populares para que en nuestra realidad podamos sintonizar con el lamento de los pobres, de manera especial con las mujeres y los migrantes, y los habitantes de las periferias existenciales (DT, 75), y con ellos generar alternativas de dignidad humana en la lucha por la justicia. La experiencia de los movimientos populares nos recuerda la necesidad de luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, la tierra y la vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales (DT, 81).

El trabajo humano decente –clave esencial de toda la cuestión social– sigue siendo un elemento esencial en el camino de recuperación y sanación de la dignidad herida de toda persona empobrecida (DT, 115). No se trata de llevarles a Dios, sino de encontrarlo entre ellos (DT, 79), considerando a los pobres como sujetos (DT, 99-102) y no como meros objetos de una acción asistencial y benéfica. Los pobres no son un problema social; son de los nuestros (DT, 104). Esto exige acompañar la vida de las personas encarnándonos con ellas. En este sentido el papa recuerda que los movimientos de trabajadores han dado lugar a una nueva conciencia de la dignidad de los marginados (DT, 82) y reclama el aporte de la DSI, así como el trabajo por el bien común que posibilita amar al prójimo más eficazmente (DT, 88). Replantea el papa la eficaz aportación de la limosna, entendida, como encuentro, contacto e identificación con la situación de los demás (DT, 115) que nos permite tocar la carne diferente de los pobres (DT, 119).

Para esto resulta imprescindible seguir vinculando fe y vida y, sobre todo, el culto y la vida, la celebración y el compromiso, la acogida de la vida en la oración, y la espiritualidad que ha de sustentar la presencia de los cristianos en la vida pública (DT, 114). Es la espiritualidad del buen samaritano, que nos impide reducir la fe al ámbito privado, como si los creyentes no tuviéramos que preocuparnos de todo lo que afecta a la sociedad y a la ciudadanía (DT, 112).

La pobreza sigue clamando justicia, solidaridad, frente a las estructuras de pecado (DT, 90) y es preciso seguir denunciando la dictadura de una economía que mata (DT, 90-94) reconquistando nuestra dignidad moral y espiritual.

No andamos escasos de Doctrina Social en la Iglesia. Quizá lo más perentorio y necesario sea, como propone el papa en esta exhortación, hacerla vida, una vida en que podamos escuchar también cada uno de nosotros: “Te he amado”. Pero, a la vez, volveremos a leer la exhortación con más calma.