Gaza y el ángel horrorizado de la historia

La Flotilla de la Dignidad hacia Gaza no es sólo una acción solidaria es un acto cargado de simbolismo histórico y político. Para comprender su fuerza, vale la pena detenerse en una imagen: Angelus Novus, el cuadro pintado por Paul Klee en 1920 e interpretado por el filósofo Walter Benjamin como alegoría de la historia.
En ese ángel, que contempla ruinas naturales y humanas infinitas y es arrastrado por una tormenta que llamamos progreso, encontramos claves que iluminan tanto la tragedia palestina como el sentido de quienes hoy, desde el mar y desde tierra, se resisten a aceptar la catástrofe y el genocidio como destino.
El ángel de la historia: una metáfora de ruinas
En Angelus Novus, Paul Klee pintó un ángel extraño: alas desplegadas, ojos desorbitados, rostro vuelto hacia atrás. Walter Benjamin lo interpretó como el “ángel de la historia”. Este ángel ve el pasado no como una serie de episodios gloriosos, sino como un único montón de ruinas que crece sin cesar. Querría detenerse, devolver la vida a los muertos, recomponer lo despedazado. Pero una tormenta lo empuja hacia adelante, una tormenta que Benjamin llamó progreso.
En palabras del propio filósofo: “Donde nosotros vemos una cadena de acontecimientos, él ve una sola catástrofe que no cesa de amontonar ruina sobre ruina”. Ese progreso no es neutral: está asociado al poder, a los relatos políticos que justifican la destrucción y el genocidio en nombre de un futuro supuestamente mejor.
Hoy lo vemos en la sustitución por el discurso de la legítima defensa. Bajo esa fórmula se encubre la violencia desproporcionada, se normaliza la ocupación y se legitima la destrucción y el genocidio. El progreso como legítima defensa significa que las ruinas de Gaza son presentadas como necesarias, inevitables, parte del precio que se debe pagar por la seguridad de unos sobre la vida de otros.
Benjamin escribió su tesis IX en 1940, pero su advertencia sigue vigente: la historia, bajo la bandera del progreso, puede convertirse en una sucesión interminable de injusticias. Gaza lo demuestra cada día.
Gaza como atrocidad masiva
Desde la Nakba de 1948, cuando cientos de miles de palestinos fueron expulsados de sus hogares, hasta los ataques más recientes, Gaza vive atrapada en una atrocidad acumulada. El bloqueo de más de 15 años ha transformado la Franja en una prisión a cielo abierto, donde cada generación hereda la precariedad: hospitales sin medicinas, agua contaminada, electricidad intermitente, desempleo masivo.
Cada ofensiva militar añade capas de destrucción sobre las anteriores. Cada justificación en nombre de la “defensa propia” incrementa el montón de ruinas que el ángel contempla horrorizado. Lo insoportable es que el lenguaje diplomático suaviza el horror y lo convierte en rutina. El viento del progreso, asociado al poder militar y al discurso de la seguridad, arrastra a todos hacia adelante mientras los cadáveres se acumulan.
Gaza no es sólo un territorio sitiado: es la encarnación de lo que Benjamin temía, una catástrofe o atrocidad que se repite sin fin bajo la apariencia de normalidad.
La flotilla y la rebelión de los pueblos
Frente a ese viento imparable, surge la resistencia. La Flotilla de la Dignidad, impulsada por activistas internacionales, navega contra la tormenta. No son barcos de guerra, sino embarcaciones civiles que buscan interrumpir la normalización del bloqueo y afirmar que Gaza no está sola. En términos del filósofo Benjamin, son el intento de hacer lo que el ángel desea: detenerse, recomponer lo roto, impedir que la catástrofe o la atrocidad siga acumulándose sin respuesta.
Pero la flotilla no está sola. En los últimos días, hemos visto multitudinarias manifestaciones en ciudades de todo el mundo; la interrupción de la Vuelta Ciclista, uno de los eventos deportivos más importantes de Europa; los rechazos a participar en Eurovisión; la suspensión de acuerdos comerciales con Israel; el embargo de armamento y campañas de boicot académico, cultural y deportivo. Hemos visto también la reacción de la marea de docentes en Madrid, contra la prohibición de la presidenta Ayuso, ondear la bandera palestina en los colegios públicos, defendiendo el derecho a educar en la verdad y la justicia.
Cada uno de estos gestos, desde los barcos hasta las calles, desde los estadios hasta las aulas, encarna el mismo espíritu: resistir al viento del progreso travestido de legítima defensa, interrumpir la catástrofe y el genocidio, afirmar que la historia no está escrita de antemano.
Invitación a la acción
El Angelus Novus de Paul Klee, bajo la lectura de Benjamin, nos recuerda que la historia no es una marcha triunfal, sino un campo de ruinas acumuladas. Gaza es hoy ese campo, devastado y al mismo tiempo testigo de una resistencia que no se rinde.
La Flotilla de la Dignidad y la multiplicación de gestos solidarios en todo el mundo muestran que no todos aceptan ser arrastrados por la tormenta. Frente a la narrativa del progreso como legítima defensa, emergen voces y cuerpos que dicen: basta. Basta de ruinas justificadas, basta de catástrofe normalizada, basta de genocidio y vidas sacrificadas en nombre de la seguridad de unos pocos.
La tarea que Benjamin enunció como revolucionaria –detener el curso de la catástrofe– no pertenece sólo a un ángel impotente, sino a los pueblos que se rebelan. Los barcos en el Mediterráneo, las marchas en las avenidas, los embargos y boicots, la defensa de los docentes, son la encarnación de esa tarea.
Por eso, no basta con mirar horrorizados las imágenes de Gaza. Es el momento de actuar: salir a la calle, presionar a los gobiernos, exigir embargos de armas, cortar la complicidad económica, boicotear la normalización cultural y deportiva, construir redes de solidaridad. Cada gesto, por pequeño que parezca, suma fuerzas contra la tormenta.
El desafío es claro: o seguimos contemplando, impotentes, cómo el ángel horrorizado de la historia es arrastrado por la destrucción y el genocidio, o nos ponemos de su lado para frenar el viento. Gaza nos obliga a elegir. Y quienes hoy se lanzan al mar o llenan las plazas de nuestras ciudades nos recuerdan que todavía es posible elegir la dignidad, y elegir la vida.

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