El ascenso del fascismo en el mundo y en Brasil

El ascenso del fascismo en el mundo y en Brasil
FOTO | Simpatizantes del expresidente brasileño Jair Bolsonaro se enfrentan a las fuerzas de seguridad en las inmediaciones de la plaza de los Tres Poderes de Brasilia. Vía Joedson Alves/Anadolu Agency Getty Images

Se nota en todo el mundo, y también en Brasil, la ascensión de ideas fascistas o de actitudes autoritarias que rompen todas las leyes y acuerdos, como se ve claramente en la política del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, con su ufanismo MAGA (Make America Great Again).

Las promesas hechas por las grandes narrativas modernas fracasaron. Produjeron una enorme insatisfacción y una depresión más o menos generalizadas, además de olas de rabia y odio. Crece la convicción, especialmente debido al clamor ecológico, de que el mundo no puede seguir como está. O cambiamos de rumbo o vamos al encuentro de una catástrofe bíblica. Es en este contexto que veo el fenómeno siniestro del fascismo y el autoritarismo imponiéndose en nuestra historia.

La palabra fascismo fue usada por primera vez por Benito Mussolini en 1915 al crear el grupo Fasci d’Azione Rivoluzionaria. Fascismo se deriva del haz (fasci) de varas, fuertemente amarradas, con un hacha prendida al costado. Una vara puede romperse, un haz es casi imposible. En 1922/23 fundó el Partido Nacional Fascista, que perduró hasta su derrocada en 1945. En Alemania se estableció a partir de 1933 con Adolf Hitler, que, al ser nombrado canciller, creó el Nacionalsocialismo, el partido nazi que impuso al país dura disciplina, vigilancia y el terror de las SS.

La vigilancia, la violencia directa, el terror y el exterminio de los opositores son características del fascismo histórico de Mussolini y de Hitler y, entre nosotros, de Pinochet en Chile, de Videla en Argentina y en el gobierno de Figueiredo, de Médici y, como tendencia, de Bolsonaro en Brasil.

El fascismo originario es una derivación extremada del fundamentalismo, que tiene amplia tradición en casi todas las culturas. S. Huntington, en su discutida obra Choque de civilizaciones (1997), denuncia a Occidente como uno de los fundamentalismos más virulentos y, en las guerras coloniales, mostró claros signos de fascismo. Se imagina el mejor de los mundos, junto con los Estados Unidos, lo que, según ellos, les conferiría su excepcionalidad. Cuando el presidente Donald Trump afirma “America first”, entiende “solo América” y que el resto del mundo se las arregle como pueda.

Conocemos el fundamentalismo islámico con sus numerosos atentados y crímenes, y también otros de grupos de la Iglesia católica actual. Estos creen todavía que ella es la única y exclusiva Iglesia de Cristo, fuera de la cual no hay salvación. Tal visión errónea y medieval, publicada oficialmente en el año 2000 por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, después papa Benedicto XVI, en el documento Dominus Iesus, humilló a todas las demás iglesias, negándoles el título de iglesias, considerándolas solo comunidades con elementos eclesiales. Gracias a Dios, el papa Francisco, lleno de sensatez y de buen juicio, invalidó tales distorsiones y favoreció el reconocimiento mutuo de las iglesias, todas unidas en el servicio a la humanidad y en la salvaguarda del planeta seriamente amenazado.

Todo aquel que pretende ser portador exclusivo de la verdad está condenado a ser fundamentalista, con mentalidad fascistoide y sin diálogo con los demás. El Dalai Lama lo dijo bien: no insistas en dialogar con un fundamentalista. Apenas ten compasión de él.

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Aquí vale recordar las palabras del gran poeta español Antonio Machado, víctima de la dictadura de Franco en España: “No tu verdad. La verdad. Ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”. Si juntos la buscamos, será entonces más plena.

El fascismo nunca desapareció totalmente, pues siempre hay grupos que, movidos por un arquetipo fundamental desintegrado de la totalidad, buscan el orden a cualquier precio. Ese es el protofascismo actual.

En Brasil hubo una figura más hilarante que ideológica que propuso el fascismo en nombre del cual justificaba la violencia, la exaltación de la tortura y de los torturadores, de la homofobia, de la misoginia y del rechazo a los LGBTQ+. Siempre en nombre de un orden a ser forjado contra el presunto desorden vigente, usando violencia simbólica y real.

Bajo el condenado Jair M. Bolsonaro el fascismo adquirió una forma asesina y trágica: se opuso a la vacuna contra la Covid-19, estimuló las aglomeraciones, ridiculizó el uso de la mascarilla y, lo que es peor, dejó morir a más de 300 mil de los 716.626 fallecidos, sin el menor sentido de empatía hacia los familiares y allegados. Fue la expresión criminal del desprecio por la vida de sus compatriotas. Dejó un legado siniestro.

Pero, finalmente, el líder de ese protofascismo tosco, Jair Messias Bolsonaro, forjó una organización criminal con militares de alta graduación y otros, intentando dar un golpe de Estado con el eventual asesinato de las más altas autoridades, a fin de imponer su visión rudimentaria del mundo. Pero fueron denunciados, juzgados y condenados y así nos libramos de un tiempo de tinieblas y de crímenes atroces.

El fascismo siempre fue criminal, como se vio recientemente en Utah, Estados Unidos, con el asesinato de un fundamentalista, Charlie Kirk, supremacista, antiislámico y homofóbico, proclamado falsamente como mártir. Bajo Hitler se creó la Shoah (eliminación de millones de judíos y de otros). Usó la violencia como forma de relacionarse con la sociedad; por eso nunca pudo ni podrá consolidarse por mucho tiempo. Es la mayor perversión de la sociabilidad esencial de los seres humanos.

Se combate el fascismo con más democracia y con el pueblo en la calle. Deben enfrentarse las razones de los fascistas con la razón sensata y con la valentía de reafirmar los riesgos que todos corremos. Hay que combatir duramente a quien usa la libertad para eliminar la libertad. Debemos unirnos, pues no tenemos otro planeta ni otra Arca de Noé.