“Y Dios programó…”

“Y Dios programó…”

Este verso está pensado para provocar una sonrisa, una punzada de conciencia… y un nuevo sí comprometido

“Y Dios programó…”

(Consiliarios, animadoras y animadores de la fe que acompañan con fe y café frío)

Y Dios programó…
pero no lo hizo en Excel.

Lo hizo con silencios —como Maite nos enseñó—
y con preguntas que no tienen casilla:
¿dónde estás tú?, ¿con quién caminas?

Puso a María de jefa de grupo:
la Niña del Sí, sin PowerPoint ni planificaciones.
Ella no tuvo calendario… pero se encarnó.

Y Rovirosa, que no tenía coche oficial,
nos dejó una intercesión con olor a grasa,
para recordar que el Reino no tiene sede,
pero sí muchas mesas por poner.

***

Entonces llegaron los cinco grupos.
—No eran los cinco panes,
pero daban de comer si se compartían—

1. Extensión e iniciación…
sin paternalismo, con más oído que palabra.
Que no estamos aquí para salvar a nadie,
sino para acompañar desde abajo,
como gallina con barro hasta el cuello.

Queremos llegar, sí,
pero sin ir de avanzadilla mesiánica.
Acompañar los comienzos sin presión ni plantilla,
porque la vida no empieza con fichas
sino con miradas que acogen.
Y los grupos…
mejor pequeños, vivos y libres,
aunque se desborden del molde.

2. Fraternidad, amistad y casa común:
sí, todo eso en una reunión de hora y media.
¿Utopía? Tal vez.
Pero alguien dijo que así empieza el Reino.

No basta con decir “hermanos y hermanas”…
hay que practicar el arte de convivir
con quienes no rezan igual,
no votan igual,
ni comen tortilla con cebolla.
El sector como ecotopo:
donde se cruzan especies que no suelen mezclarse
pero que juntas generan savia nueva.
Diversidad no como amenaza,
sino como milagro.

3. Formación y mística hoacista:
preparar reuniones como si fueran oraciones,
y no trámites de agenda.
Rezar por quienes no rezan
y cuidar que el cursillo no suene a cursilada.

Menos teoría desencarnada
y más vida que huele a barro.
La formación que queremos
se alimenta de biografía compartida,
de testimonios que abren ojos y corazones.
Nos urge una mística
que se haga carne en los cuidados,
y no se quede en los discursos vacíos.

4. Eclesialidad obrera:
estar en la Iglesia… sin pedir permiso para ser pueblo.
Acompañar el Sínodo…
aunque no sepamos aún si es verbo o sustantivo.

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Somos Iglesia…
aunque a veces parezcamos un injerto raro.
No pedimos palco ni púlpito,
sólo espacio para ser
pueblo de Dios con mono de faena.
El Sínodo no es marketing espiritual,
es una oportunidad para reaprender a escucharnos
y a dejarnos interpelar
por quienes no están… pero son.

5. Cuidar y cuidarnos:
como brasas encendidas entre papeles mojados.
Pedimos ayuda, celebramos la vida,
y nos pasamos el relevo con ternura y café recalentado.

Porque no somos máquinas,
ni siquiera milagreros.
Necesitamos descanso, ternura,
confianza tejida en comunidad.
Cuidamos el equipo,
cuidamos la escucha,
y nos cuidamos para no desfallecer
en medio del barro y el Espíritu.
Luchar sí,
pero sin quemarnos las alas cada vez.

***

Y llegó el final y Santos, el obispo:
nos habló de vulnerabilidades y de profecía,
de mirar como Dios, sin prisas,
y sin miedo a las heridas que no sanan rápido.

Luis Manuel nos recordó
que no se trata de llevar a Cristo al mundo obrero,
sino de descubrirlo ya allí,
en sus manos, en sus luchas, en su espera.
Y que seamos agentes de comunión,
aunque nos llamen utópicos
(y nos den las gracias en notas al pie).

Maru, con voz de madre y militante,
nos dijo que descansemos,
que aún queda tarea:
avivar el fuego, repartir el pan,
y acompañar lo invisible… con pasión visible.

Y así terminamos:
no con aplausos,
sino con un “sí” callado,
como María.
Sabiendo que tu Reino ya está en marcha…
y que aún nos necesitas, Señor,
como militantes, consiliarios,
animadoras y animadores de la fe…
en este gallinero.