Milagros en los márgenes

Milagros en los márgenes

I
Cuidamos el trabajo, decimos,
como quien sostiene un cántaro agrietado.
Pero la fuente ya no es pura,
ni el barro es nuestro.
El pozo está intervenido,
la cuerda,
la sed.

II
Vivimos bajo cuatro soles oscuros:

El primero,
el patriarcado,
nos enseñó que cuidar es cosa de mujeres
y mandar, de hombres.
Puso salario al látigo,
y silencio al beso.

El segundo,
el colonialismo,
nos vendió espejos rotos
a cambio de nuestras tierras.
Y aún hoy nos compra la voz
por dos likes y media renta.

El tercero,
el capitalismo,
nos dice: “produce o muere”.
Y se sienta, como Adán Smith,
mientras su madre le friega el plato.
La plusvalía es el nuevo incienso:
huele a sudor,
y paga poco.

El cuarto,
el antropocentrismo,
ese humanismo de hojalata,
cree que todo le pertenece:
la tierra, el algoritmo, el tiempo,
y hasta la muerte del otro.

III
Sí, todos participamos.
No hay inocencia
en este sistema que moldea nuestro deseo.
Pero hay preguntas que persisten:
¿cómo se cuida la vida cuando el empleo la devora?
¿cómo se teje comunidad en los algoritmos del amo?

IV
La vulnerabilidad no se combate.
No es un enemigo.
Se acompaña,
como se acompaña a una herida que canta.
Lo que se combate
son las vulneraciones,
las heridas que no duelen al que manda,
pero sangran en nuestras aceras.

V
Ya hubo quien advirtió.
La Primavera Silenciosa,
el pan que faltaba en África,
las mujeres que curaban sin cobrar,
la trabajadora que limpiaba el hospital sin contrato.
Los sabios del barrio,
los profetas de comedor social,
los santos sin nombre.

VI
Nada es barato.
Ni la vida,
ni la muerte,
ni el fresón en invierno,
ni el neumático de Basauri.
Todo lo barato lo paga otro.
Y a veces lo paga con su vida.

VII
¡Desmarquémonos de lo indecente!
No todo lo que brilla en la nube es luz.
Hay sangre en los chips,
hay desiertos privatizados,
hay coches eléctricos que contaminan en silencio.
¿Y si no necesitamos tanto?
¿Y si el verdadero milagro es vivir con menos?

VIII
A pesar de todo,
hay milagros.
Milagros en las plazas,
en los comedores autogestionados,
en los sindicatos de manteros,
en los abrazos que no cotizan.
Milagros que se parecen al Reino,
si te fijas bien.

IX
Las nuevas sensibilidades no vienen en PowerPoint.
Vienen con voz quebrada,
con mirada migrante,
con el cansancio de una madre sola,
con un jornal sin contrato,
con cuadernos de barrio,
con redes de ternura subversiva.

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X
Y tú,
¿cuántos milagros hiciste hoy?
¿a cuántos “no” te atreviste?
¿a cuántos “sí” que salvan el mundo?

XI
Y hay quienes sueñan con los ojos abiertos,
acompañan sin hacer ruido,
cuidan sin cobrar,
y celebran con quienes no tienen con qué.

Ahí están:
Ricardo, que desconfía del metal disfrazado de nube;
Julián, que sospecha de la bolsa que devora vidas;
Merche, que se resiste al entretenimiento que adormece;
Coque, que nombra milagros con voz de barrio;
Javier, que busca el Reino entre estructuras rotas;
Conchi, que agradece en femenino y cuida desde la herida;
Sole, que elige la escucha como un acto político;
Alfonso, que desmercantiliza la esperanza
y defiende el decrecer con dignidad;
Juan Carlos, que dibuja elefantes de clase
para mostrar dónde sangra el sistema.

Milagreros y milagreras,
discriminando entre pantallas,
soñando utopías razonables,
resistiendo en las grietas,
haciendo visible lo invisible
con la fe de quienes no se rinden.

XII
Más allá de simplemente adaptarse al lodo,
más allá de ese parche que nunca sana,
se levantan sensibilidades como semillas obstinadas
que se niegan a florecer en tierras estériles.

Una sensibilidad ecológica,
que no cambia el bosque por un simple bit.

Una sensibilidad feminista,
que devuelve al cuidado su dignidad política.

Una sensibilidad intercultural,
que escucha acentos y celebra las diferencias.

Una sensibilidad social,
que no confunde dignidad con privilegio.

Y, sobre todo,
una sensibilidad encarnada,
que se arrodilla ante la historia de quienes llevan la carga:
migrantes con papeles invisibles,
jóvenes atrapados en contratos vacíos,
mayores exiliados del progreso,
mujeres que sostienen el mundo con manos anónimas.

No buscamos solo adaptarnos,
sino reimaginar
cómo se trabaja,
cómo se cuida,
cómo se vive
sin dejar a nadie atrás.

Sensibilidad encarnada,
que se arrodilla ante la historia herida,
y escucha la pregunta que el evangelio nunca retira:
“¿Donde está tu hermana?”