Allá va la despedida…

Tras los cursos de verano toca terminar de ordenar cosas y archivos, limpiar las carpetas del ordenador y de los cajones, dar las últimas indicaciones a tus compañeros que te sustituyen y despedirte de todos si, como es mi caso, ya has agotado tus cuatro años de servicio a la HOAC.
Quedar con ellos para más adelante, conocer sus lugares de destino en estos días de descanso, desearles lo mejor en esta nueva etapa a los que vuelven al curro de antes: al barrio, a la asociación o al sindicato, a la parroquia… a la vida habitual.
Y, cómo no, recordar y saborear despacio la experiencia de estos cursos. Todos los cursos de verano me resultan espectaculares. Este, más aún, si cabe. ¿Por qué nos los perdemos la militancia hoacista? Sigo sin entenderlo. Enganchan una barbaridad. El último día no conseguíamos irnos: nos lo tomábamos con calma, saboreábamos la comunión fraterna y nos costó levantarnos de los asientos. Luego, todo eran abrazos.
El lunes y el martes, Maite nos introdujo en la realidad desde nuestro ser Iglesia y nuestro compromiso, con esas imágenes tan acertadas, posando la mirada en las cuestiones que nos dirigen a lo importante, haciendo que respiráramos las vulnerabilidades y las incorporáramos al plan de trabajo.
Imanol, con tres frases —como los grandes trazos de los genios de la pintura—, nos dibujó la realidad en la que vivimos y compartió su experiencia de cómo se puede vivir de otra manera. “Tras el café os hablaré de los milagros que hacéis…”. —¿Cómo? ¿Nosotros?—. Y sí, nos convenció de que cada pequeña cosa que va en contra del capitalismo construye un milagro de humanización, y todo eso es especialmente importante. Puso el mejor marco para el diálogo de las vulnerabilidades.
Pepelu nos reflejó a ese Dios, Padre y Madre, presente en lo humilde y sencillo. Nos trajo grandes referentes para mostrarnos cómo se movían en la fragilidad desde la coherencia, y para recordarnos que cada uno, en nuestras vidas, podemos hacer más o menos, pero siempre en común. Nos animó suave y certeramente a hacernos preguntas incómodas.
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Vuelvo al barrio por la tarde, tras uno de los últimos días de “trabajo”. Cojo el metro en Banco de España y en Sol cambio. Gente variopinta.
Pero cuando giro a la derecha para bajar la escalera hacia la línea 3, el aspecto de la gente cambia: se homogeneiza con los más humildes. Este metro a Villaverde siempre va repleto. Manos encallecidas, cuerpos cansados, mujeres y trabajadores mayores que medio dormitan. Muchos entretienen el tiempo con el móvil, el cuello doblado, sin percatarse de mucho más. A veces, las mamás con los niños hablan en tono dulce.
Alguien con más “clase” entra en una parada y desentona. Escuchas más de cerca la conversación de esa mujer con cara triste, que aconseja a un familiar, le conforta con voz dulce: “No te preocupes, todo se arreglará, confía en Dios”. La conversación de otra con la compañera de trabajo: “Siempre nos trata igual. Hace menos trabajo y luego M…. le va con el cuento a la jefa. Se cree que somos tontas. ¡Es que no la puedo ver!”.
Un chico habla con el compañero de cómo le ha ido el día. Pasa un hombre mayor: “Tres chupachups por un euro. Tres ricos sabores a elegir. No tengo papeles —dice— y no puedo trabajar, pero tengo que llevar el pan a mis hijos”.
Jesús está aquí: pasa cansado y con dolor de manos y pies, entre nosotros.
Tengo presente a Madeleine Delbrêl y su oración en el metro, en el barrio, esa mística de la proximidad. Pepelu también nos habló de ella.
Recuerdo una imagen de la presentación de Maite en los cursos. Estos días, en Madrid, descubrió en una estación de metro un cartel con la frase: “Estamos aquí”.
Y nos decía: “Así es, aquí estamos los vulnerados, queremos ser visibles, que se nos vea…”, como a los trabajadores y a las trabajadoras que cada día vuelven cansadas al barrio.
Y nosotros, ¿qué estamos viendo?, ¿qué estamos haciendo para visibilizarlos?, ¿seguimos haciendo milagros cada día?
¡Gracias por todo y por tanto… y hasta mañana en el altar!

Presidenta general de la HOAC