Preservar la pluralidad religiosa, frente al supremacismo nacional populista

Preservar la pluralidad religiosa, frente al supremacismo nacional populista
FOTO | Mujer portando una bandera de España con el sagrado corazón de Jesús, en una concentración ultra en Torre Pacheco. Vía EP
No hay choque cultural, ni conflictividad religiosa en nuestro país, a pesar de las soflamas de la ultraderecha populista, a las que ya no hace ascos la derecha actual. La inseguridad tampoco ha aumentado por la presencia de la población migrante.

La estrategia nacional populista necesita incendiar la convivencia para legitimarse a sí misma como “la solución”. Así lo viene haciendo desde hace décadas por todo el mundo, con buenos resultados para sus intereses y dramáticas consecuencias para la democracia y las libertades.

La espiral violenta que tan gustosamente promocionan y alientan los grupos políticos más reaccionarios se asienta sobre falacias evidentes, pero blindadas por la manipulación de las emociones y los acontecimientos. El pensamiento cede ante los estímulos eficazmente dosificados y diseminadas.

Sin negar los problemas y su magnitud, la aparición de conflictos muy graves y serios de la sociedad española y la existencia de puntos concretos del país, no precisamente nuevos, cuyas precarias redes de seguridad han sido duramente golpeadas por las sucesivas crisis, la realidad empírica y el análisis riguroso de los datos sirven para redimensionar las tensiones vecinales y la inseguridad percibida.

No compiten, contribuyen

Fernando Vidal en un artículo de obligada lectura, publicado en Agenda Pública, afirma que “los estudios científicos han demostrado exhaustivamente que el incremento de población extranjera en los países europeos no aumenta la delincuencia, no intensifica el desempleo ni aumenta la presión asistencial sobre el estado de bienestar ―no se compite por recursos, sino que, por el contrario, los inmigrantes contribuyen muy positivamente a su financiación―”.

El otro factor utilizado para legitimar el acoso a la población de origen migrante, según su análisis sobre la conflictividad religiosa y el fenómeno de las migraciones, es la cuestión identitaria, principalmente asociada a la religión, “con el argumento de que adulteran la cultura nacional que se considera cristiana”.

Efectivamente, Vox, desde su fundación, manosea la religión católica para reafirmar su ideología identitaria e incluso para moralizar la vida social, profundizando en la deriva nacional populista.

La ultraderecha manipula los principios y sentimientos religiosos para imponer su agenda autoritaria y reaccionaria, sin que las autoridades eclesiásticas de nuestro país parezcan, en general, salvando honrosas y valientes excepciones, especialmente incómodas.

El sociólogo de la Universidad Pontifica de Comillas ha advertido que “el nacionalismo ultraderechista pretende hacer del supremacismo cristiano y el monoconfesionalismo uno de sus elementos básicos, aunque sus seguidores estén lejos de la práctica religiosa y, en realidad, no sean personas religiosas”.

“Su supremacismo es un cristianismo ideológico, desclesializado y extremadamente politizado. Es meramente un pragmatismo cristiano para dar cobertura sacral al nacionalismo y autoritarismo. Putin es el caso paradigmático”, insiste.

Diversidad como riqueza democrática

La retórica pseudorreligiosa no es inocua y el seguidismo al que se ha entregado la derecha política y mediática de España no puede entenderse precisamente como responsable. Más aún cuando, como afirma Vidal, “la diversidad religiosa se ha desarrollado sanamente, la cooperación entre religiones es activa y pacificadora, las religiones ayudan a la integración social y solidaridad con las personas vulnerables, y hay una positiva contribución a la riqueza cultural de España”.

Nuestro país alberga 7.700 centros de culto de religiones no católicas, la mayoría iglesias de las distintas denominaciones cristianas, pero también más de 1.700 mezquitas y 181 templos budistas. Las confesiones religiosas han mantenido una activa cooperación, como se puso claramente de manifiesto tras los atentados de Atocha del 11 de marzo de 2004, ante los que se produjo “una inquebrantable declaración de condena conjuntamente hecha por todas las religiones”.

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Es más, continúa, “sólo una visión falseada de la realidad puede decir que amenaza la españolidad, cuando la mayor contribución de España al mundo ha sido su creación cocultural entre islam, judaísmo y cristianismo, presente en las joyas más preciadas del arte, la música, la literatura, la filosofía, la ciencia o la mística española”.

El también director de la cátedra Amoris laetitia defiende que la cultura universal de los derechos humanos, que tan valiosamente ha ido avanzado desde el final del siglo XX, tiene “en su corazón la conciliación de la diversificación con una nueva comunión universal”. Desde su punto de vista, la diversidad y el pluralismo responden al respeto por las “libertades” y surgen como resultado de “la riqueza de la creatividad y condición humana”.

“Esa diversidad era expresión personal y comunitaria, pero también necesaria para afrontar los nuevos desafíos ante la aventura de la humanidad y los nuevos riesgos que estaba contrayendo la humanidad en campos como la necesaria reflexividad, la incertidumbre, el informacionalismo, la sostenibilidad planetaria, la salud mental, el individualismo utilitario, la democracia participativa o la sociedad de los cuidados”, apunta.

La amistad de las diferencias, antídoto frente a la barbarie

Para afrontar los grandes retos de nuestra época con solvencia, Vidal considera “necesario el concurso en el discernimiento público y construcción social de todas las tradiciones sapienciales de la humanidad, las redes ideológicas, las familias étnicas, los movimientos sociales, las comunidades estéticas o las religiones”.

“Descartada cualquier pretensión de dominio o monopolio confesional de las instituciones estatales, las religiones están llamadas a participar en una laicidad cooperativa para generar bienes comunes, lo cual requiere tolerancia, cooperación y un extremo sentido de la libertad”, insiste.

Con toda claridad, señala que “lo que el papa Francisco llamó la amistad de las diferencias y la amistad política son dinámicas esenciales y complementarias para la resiliencia de la civilización de los derechos humanos frente a la barbarie”.

Claro que para ello hay que evitar “la manipulación del odio ultraderechista”, “los extremismos excluyentes”.

Así, “las religiones podrán hacer una contribución sustancial para la resiliencia de las democracias libres, sociales y culturalmente profundas”. De hecho, concluye “ya la están haciendo a los más vulnerables y precarios de nuestra sociedad”.