Las personas trabajadoras migrantes en Europa y Norteamérica ganan menos que las nativas: aquí las razones

A medida que muchos países se enfrentan al envejecimiento de la población, la caída de la natalidad, la escasez de mano de obra y las presiones fiscales, la capacidad de integrar con éxito a la población migrante se está convirtiendo en una cuestión cada vez más urgente.
Sin embargo, nuestro nuevo estudio revela que los salarios de las personas trabajadoras migrantes en Europa y Norteamérica son casi un 18% inferiores a los de las nativas. Para llegar a esta conclusión, hemos analizado los salarios de 13,5 millones de personas trabajadoras en nueve países: Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania, Países Bajos, Noruega, España, Suecia y Estados Unidos. Los datos corresponden al periodo comprendido entre 2016 y 2019.
La población migrante en estos territorios ganaba menos principalmente porque no podía acceder a puestos de trabajo mejor remunerados. Tres cuartas partes de la brecha salarial se debían a la falta de acceso a empleos bien pagados, mientras que solo una cuarta parte se atribuía a las diferencias salariales entre las personas trabajadoras migrantes y las nativas en el mismo empleo.

Los países de altos ingresos que examinamos en Europa y América del Norte se enfrentan a retos demográficos similares, con bajas tasas de fertilidad que provocan el envejecimiento de la población y la escasez de mano de obra. Es poco probable que las medidas natalistas cambien este destino demográfico, pero unas políticas de inmigración sólidas pueden ayudar.
En todos estos países, con instituciones laborales y poblaciones migrantes muy diferentes, se da un hecho común: no están aprovechando el capital humano de los inmigrantes.
Marcadas diferencias regionales
Como apuntábamos, hemos constatado que las personas migrantes ganan un 17,9% menos que las nativas, aunque la diferencia salarial varía mucho de un Estado a otro. En España, un país que ha acogido a un gran número de migrantes en los últimos años, esa diferencia supera el 29%. En Suecia, donde muchos inmigrantes encuentran trabajo en el sector público, es solo del 7%. Estos resultados no incluyen a aquellas personas desempleadas ni a las que trabajan en la economía informal.
El lugar de nacimiento también influye. Las diferencias salariales medias más elevadas se registraban entre los migrantes procedentes del África subsahariana (26,1%) y de Oriente Medio y el norte de África (23,7%). En el caso de aquellas personas procedentes de Europa, América del Norte y otros países occidentales, la diferencia salarial media con respecto a las nativas era mucho más modesta, del 9%.

Además, nuestros resultados sugieren que los hijos e hijas de migrantes tenían perspectivas salariales sustancialmente mejores que sus padres y madres. En los países en los que se disponía de datos sobre la segunda generación –Canadá, Dinamarca, Alemania, Países Bajos, Noruega y Suecia–, la diferencia se redujo con el tiempo: su descendencia ganaba de media un 5,7 % menos que las personas trabajadoras con padres y madres nativas.
Difícil acceso a empleos mejor remunerados
Más allá de cuantificar la brecha, queríamos comprender las raíces de las disparidades salariales. Para crear mejores políticas, es importante saber si las personas migrantes cobran menos que las nativas cuando realizan el mismo trabajo en la misma empresa, o si estas diferencias se deben a que las personas extranjeras suelen trabajar en empleos peor remunerados.
Con un amplio margen, descubrimos que la población migrante acaban trabajando en sectores, ocupaciones y empresas con salarios más bajos; tres cuartas partes de la diferencia se debía a este tipo de selección en el mercado laboral. La diferencia salarial por el mismo trabajo en la misma empresa era solo del 4,6% de media en los nueve países.
Estas desigualdades representan un fracaso de la política de inmigración a la hora de integrar a las personas trabajadoras migrantes, ya que estos se ven relegados a trabajos en los que no pueden aportar todo su potencial. Nuestros análisis descartan que la falta de acceso a trabajos mejor remunerados sea simplemente un reflejo de la diferencia de cualificación entre migrantes y personas trabajadoras nativas. También hemos constatado que la magnitud de la brecha salarial y el papel fundamental del acceso desigual a los empleos bien remunerados es similar para migrantes con y sin estudios universitarios.
Esto significa que la diferencia salarial entre personas migrantes y nativas representa en gran medida una ineficiencia del mercado y unas políticas fallidas, con importantes consecuencias sociales tanto para la población migrante como para los países que la acogen.
Implicaciones políticas
Aunque las políticas para garantizar la misma remuneración por un mismo trabajo pueden parecer una solución viable, no cerrarán la brecha salarial de las personas migrantes. Esto se debe a que solo ayudan a quienes ya han conseguido un empleo, mientras los migrantes se enfrentan a barreras laborales que comienzan mucho antes incluso de solicitar un puesto de trabajo. Entre ellas se incluyen los complicados procesos de validación de títulos universitarios u otras cualificaciones, y la exclusión de las redes profesionales.
Por lo tanto, las políticas deben centrarse en facilitar el acceso a mejores puestos de trabajo.
Para que esto sea posible, los gobiernos deben invertir en programas como la formación lingüística, la educación y la formación profesional para migrantes. Deben garantizar que estos tengan acceso temprano a información sobre empleo, redes profesionales, asistencia en la búsqueda de trabajo y referencias de empleadores. Deben implementar un reconocimiento estandarizado y transparente de los títulos y credenciales extranjeras, ayudando a las personas migrantes a acceder a puestos de trabajo que se ajusten a sus habilidades y formación.
Esto es especialmente importante para Europa, que se apresura a atraer –y retener– a migrantes cualificados que pueden estar reconsiderando su decisión de irse a Estados Unidos en la era Trump. En la Unión Europea, alrededor del 40% de las personas migrantes no comunitarios con estudios universitarios tienen empleos que no requieren un título, lo que supone una infrautilización de las competencias conocida como desperdicio de cerebros.
Algunos países ya están tomando medidas para remediar esta situación. La Ley de Inmigración Cualificada de Alemania, que entró en vigor en 2024, permite a los titulados extranjeros trabajar mientras se reconoce oficialmente su título. En 2025, Francia reformó su permiso Passeport Talent para atraer a profesionales cualificados y hacer frente a la escasez de mano de obra, especialmente en el sector sanitario.
Este tipo de políticas contribuyen a garantizar que las personas trabajadoras extranjeras puedan aportar todo su potencial y que los países puedan aprovechar al máximo los beneficios de la migración en términos de aumento de la productividad, mayores ingresos fiscales y reducción de las desigualdades.
Si la población migrante no pueden acceder a buenos puestos de trabajo, sus competencias quedan infrautilizadas y la sociedad sale perdiendo. Una política de migración inteligente no termina en la frontera, sino que comienza allí.
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Artículo publicado originalmente en The Conversation

rofesor de Sociología, Universidad de Oslo; professor de Sociología, Universidad de California; profesora de Dirección Estratégica y Dirección de Personas, IESE Business School, Universidad de Navarra