«Todo lo que el Espíritu les dé a conocer, lo recibirá de mí»

«Todo lo que el Espíritu les dé a conocer, lo recibirá de mí»

Lectura del Evangelio según san Juan (16, 12-15)

Tendría que decirles muchas cosas más, pero no podrían entenderlas ahora. Cuando venga el Espíritu de la verdad, les iluminará para que puedan entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y les anunciará las cosas venideras. El me glorificará, porque todo lo que les dé a conocer, lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el Padre, también es mío; por eso les he dicho que todo lo que el Espíritu les dé a conocer, lo recibirá de mí.

Comentario

Seguimos con el Evangelio de Juan y en el discurso de Jesús en la cena. Es, como ya hemos visto, un largo discurso, donde aparece el proyecto de comunidad que Jesús nos presenta en este Evangelio. Para Juan, el nosotros/nosotras constituye el ser de aquellas personas que nos unimos a Cristo: comunidad, fraternidad. Una comunidad fundada en el servicio y en el amor; un amor como el de Jesús que es entrega hasta el final. Una comunidad presente en un mundo hostil, que rechaza los valores del Maestro. Es la hostilidad del mundo que es vencida con la fuerza del Espíritu Santo.

Desde el capítulo 15, 26 al 16, 15 se podría decir que hay una unidad donde el Espíritu es el protagonista fundamental de un mismo Dios comprometido con la historia, con la comunidad, con el ser humano, con el creyente implicado en la transformación de un mundo hostil. Pero el texto quiere dejar claro que todo es una relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu.

El Padre, el Hijo, el Espíritu, son distintas formas de estar ese único Dios implicado y complicado con la historia de los seres humanos.

Ya alguien ha dicho que nos hacemos, que las personas nos construimos y maduramos en la relación, los demás son una condición de posibilidad del crecimiento personal. Y Dios se nos presenta como relación, todo un Dios que es un nosotros, que es relación en sí mismo para nosotros. La grandeza de un Dios que se nos revela de distintas maneras para ser útil, entendible, desde la experiencia, a los seres humanos. Dios sale de sí y se entrega, se dona, se vacía en la Encarnación del Hijo, es solidario en el dolor en el Hijo, nos señala el camino de la vuelta en el Hijo y permanece en y con nosotros y nosotras, en el Espíritu hasta que volvamos a Él, hasta que «Dios sea todo en todos y todas», como nos dice la carta a los Corintios (1Cor 15, 28).

Hay bellas imágenes sobre la Trinidad, una de las más antiguas, la de san Irineo de Lyon, del siglo II, queriendo explicar cómo actúa Dios en el mundo a través del Hijo y cómo permanece en el mundo en el Espíritu, nos dice que Dios Padre tiene como dos manos y través de ellas actúa, son el Hijo y el Espíritu.

Hay otras como la de san Agustín con un toque más monárquico. La de Simeón el Sirio, donde aparece el Espíritu como Madre que, con el Padre, generan al Hijo. Tiene un toque más femenino. Hay representaciones más esencialistas, que tienden a explicar la Trinidad en sí misma más que para nosotros, como la de santo Tomás.

Todas encierran a Dios como misterio, pero no en el sentido de lo inexplicable, sino en el sentido de lo no controlable. Dios no es atrapable por el conocimiento… A Moisés le dice en el Éxodo (33, 18), «no puedes ver mi rostro», «solo de espaldas». No olvidemos que somos hechos a imagen de Dios, somos también misterio… formamos parte gracias a Jesús, de la danza Trinitaria y de su misterio de amor, de solidaridad, de entrega. Dios nos ha implicado en su ser, todo un reto y una tarea.

Podríamos decir que el Dios que nos trasparenta Jesús es el Abba, el Padre lleno de amor y ternura, el Dios lleno de misericordia infinita el creador de un mundo inmenso y maravilloso para disfrutar y todos podamos vivir en él. Dios que da carta de ciudadanía a la diversidad, a toda diversidad. Una diversidad que el Espíritu llena de riqueza y genera comunidad.

Es, en Jesús, historia concreta, implicada y complicada con los seres humanos, asumiendo el dolor y el sufrimiento. Y, es, en el Espíritu, fuerza, viento que guía, que llena las velas de la Iglesia y de la historia, fuerza que da vida que transforma, que lo inerte del barro lo convierte en vida apasionada para que hagamos realidad los sueños de Dios, el reinado de ese Dios en nuestro mundo.

Seguir a Jesús para ser como Dios, amor, solidaridad, gratuidad, comunidad… ser como Dios para hermanar, para generar fraternidad… ser Espíritu para saber hacer todo eso en cada momento de la historia que nos toca vivir. Sentir con Cristo no hará partícipes en esa danza Trinitaria que llena de música y color la vida para sentir con la Iglesia en la diversidad y caminar juntas y juntos, para sentir con el mundo obrero que nos encarna en las personas preferidas de Dios las consideradas las últimas.

¡Cuánta Trinidad nos queda por seguir haciendo!

 

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