Mi vulnerabilidad, nuestra fortaleza

Mi vulnerabilidad, nuestra fortaleza
Foto | Panumas Nikhomkhai (vecteezy)
Tras el ya conocido como «gran apagón» del pasado 28 de abril, entre reflexiones, sobreinformaciones y desinformaciones, una palabra ha resonado como un mantra en los análisis mediáticos: «vulnerabilidad» como característica intrínseca de la energía renovable, por su variabilidad e impredecibilidad.

Este tipo de eventos, lejos de ser meras interrupciones técnicas, revelan una fragilidad que suele permanecer oculta tras la aparente solidez del desarrollo tecnológico. Esta vulnerabilidad es una condición inherente a la existencia humana y ecológica. Desde esta perspectiva, la vulnerabilidad no es un signo de debilidad, sino una oportunidad para reconectar con la realidad material y los límites del planeta.

Vivimos inmersas en un sistema cultural que ha construido una idea de invulnerabilidad basada en la expansión tecnológica, el utilitarismo del ecosistema y la disponibilidad ilimitada de recursos, con una tecnolatría y un modelo de consumo desvinculado de los procesos naturales y sociales que lo hacen posible. Pero esta invulnerabilidad es ficticia, el sistema energético actual depende de infraestructuras complejas, recursos no renovables y cadenas globales de suministro basadas en profundas injusticias sociales. Nuestra invulnerabilidad y seguridad se sustentan en la pobreza y expolio de otras sociedades y próximas generaciones. De vez en cuando, esa invulnerabilidad se resquebraja y entonces entramos en shock, mostrando en realidad una desconexión profunda con nuestra condición material.

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