León XIV: un nombre que apunta al trabajo y a las periferias

“El nuevo Rerum novarum de nuestro tiempo”. Así definió el papa Francisco a los movimientos populares, organizaciones de trabajadoras y trabajadores humildes y sin derechos. “La palanca de una gran transformación social”, llegó a decir. Si esa afirmación ayuda a entender la fuerza de este actor emergente en el mundo del trabajo, también permite interpretar la decisión simbólica y relevante del nuevo papa, el cardenal Robert Prevost, al elegir el nombre de León XIV.
No es una elección neutra. Como ha señalado Matteo Bruni, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, se trata de una “referencia clara” a León XIII, el papa que escribió la encíclica Rerum novarum, publicada en 1891. En ella nació la moderna Doctrina Social de la Iglesia. No se trataba entonces de un pronunciamiento espiritual abstracto, sino de una respuesta concreta a las injusticias del naciente capitalismo industrial, a la miseria obrera, a la necesidad de reconocer la dignidad del trabajo, los derechos de asociación de las personas trabajadoras, la justa remuneración y la propiedad con función social. La Iglesia no podía –ni puede– desentenderse del anhelo de dignidad y justicia social de millones de personas trabajadoras.
Hoy, en otro cambio de época, León XIV retoma ese nombre para subrayar que el trabajo sigue siendo una cuestión esencial del cristianismo. Bruni lo vinculó incluso con la realidad actual, donde el empleo —y el modo de vida— se ve alterado por el impacto de la inteligencia artificial. De ahí que elegir este nombre sea también un modo de decir que la Iglesia no quiere apartar la mirada del mundo real —particularmente de las periferias—, donde millones de personas carecen de trabajo digno, y donde las nuevas tecnologías, lejos de liberar, tienden a precarizar aún más.
Pero reducir esta elección a un simple homenaje sería equivocar el enfoque. Como recordaba Francisco cada vez que le acusaban de “comunista”, “peronista”, bla, bla, bla, bla… todo lo que afirmaba sobre el trabajo, la pobreza o los derechos sociales, era tirar del hilo de sus predecesores y de la Doctrina Social de la Iglesia. León XIV, por tanto, no abre una etapa nueva desligada del pasado, sino que se inscribe en una trayectoria viva. Es un nombre con historia, pero también con continuidad.
Esa continuidad se expresa con fuerza en otro momento clave: cuando, noventa años después de Rerum novarum, Juan Pablo II publicó en 1981 la encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano. En plena era neoliberal, el papa polaco reafirmó que el trabajo no podía subordinarse al capital ni ser tratado como una mercancía. Al contrario, proclamó que “el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social”.
No se quedó en los textos. En el Jubileo del año 2000, ante más de 200.000 trabajadoras y trabajadores —con la presencia del director de la OIT, Juan Somavía—, Juan Pablo II hizo un llamamiento a fortalecer una “alianza mundial por el trabajo decente”, en sintonía con la propuesta que entonces comenzaba a impulsar la OIT bajo mandato del chileno. En aquella plaza, la Iglesia se volvió a mostrar como aliada de quienes luchan por su dignidad en el trabajo.
Ese testigo lo recogió Benedicto XVI, quien en su encíclica Caritas in veritate (2009) dejó, en el número 63, una de las definiciones más completas de lo que la Iglesia entiende por trabajo decente: “Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”.
Y llegamos a Francisco, cuyo pontificado ha sido, en esta línea, un kairós —un tiempo diferente y extraordinario: “el gran tema”— del mundo del trabajo (Véase No os dejéis robar la dignidad). No solo habló de la importancia del trabajo en sus grandes textos como Evangelii gaudium, Laudato si’ y Fratelli tutti, sino que dedicó una atención pastoral directa, continuada y concreta a este campo, que se resume en el doble juego de las 3T —tierra, techo y trabajo; tradición, tiempo y tecnología—. Convocó encuentros, escuchó testimonios, impulsó procesos… “una prioridad humana, de la Iglesia y de este papa“, afirmó.
Fue el primer pontífice en hablar directamente a quienes trabajan en la economía informal –que son la mayoría de la población activa del planeta–, a los descartados del sistema, a quienes dijo: “si el pueblo pobre no se resigna, el pueblo se organiza, persevera en la construcción comunitaria cotidiana y a la vez lucha contra las estructuras de injusticia social, más tarde o más temprano, las cosas cambiarán para bien”. Su pastoral se centró en rostros concretos: migrantes sin papeles, mujeres en trabajo doméstico no regulado, jóvenes sin futuro laboral, campesinos sin tierra, personas que no llegan a fin de mes o que no les alcanza para “ganarse el pan”. A ellos los llamó “poetas sociales” y “samaritanos colectivos”.
Por eso, si Francisco vio en los movimientos populares el nuevo Rerum novarum –véase el libro La irrupción de los Movimientos Populares: Rerum novarum de nuestro tiempo, con prólogo de su puño y letra–, no parece casual que ahora el nuevo papa asuma como nombre el de León XIV. Con ello envía un mensaje nítido: el compromiso de la Iglesia con el mundo del trabajo no es una anécdota del pasado ni una sensibilidad particular, sino una exigencia evangélica, estructural y cultural, que atraviesa el tiempo y sigue siendo una prioridad, aquí y ahora.
Las primeras pruebas de ese compromiso pueden llegar pronto. Una será la Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT –el parlamento mundial del trabajo– que se celebra el próximo mes junio. La Santa Sede –y algunas organizaciones católicas, como el Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos– participan habitualmente. Sería un gesto muy significativo que León XIV interviniera con un mensaje explícito. Allí se debatirá sobre trabajo decente en plataformas digitales, enfoques para transitar hacia la formalidad laboral y la contribución de la OIT a la próxima Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social.
Y otra ocasión significativa será el Jubileo de los Movimientos Populares, previsto por Francisco. Un encuentro mundial para volver a poner en el centro de la agenda global, eclesial y social la voz de quienes luchan por tierra —también el territorio, los barrios obreros y sus condiciones—, techo —el sagrado derecho a una vivienda asequible— y trabajo —que da dignidad y cuida de las personas y del planeta—. Sería un paso coherente, valiente y esperanzador que León XIV lo haga suyo y participe activamente: para escuchar, dialogar y abrir un nuevo tiempo junto ese nuevo sujeto histórico, Rerum novarum de nuestro tiempo.
El nombre elegido no solo tiene peso histórico. Es, también, un programa y un anhelo compartido. Y si lo lleva a sus últimas consecuencias, caminando junto al pueblo de Dios y tendiendo puentes con el mundo del trabajo, León XIV puede ser el nombre —y la bandera de esperanza— del Evangelio del trabajo y la justicia social en este siglo XXI.

Director de Noticias Obreras.
Autor del libro No os dejéis robar la dignidad. El papa Francisco y el trabajo. (Ediciones HOAC, 2019). Coeditor del libro Ahora más que nunca. El compromiso cristiano en el mundo del trabajo. Prólogo del papa Francisco (Ediciones HOAC, 2022)