El dolor como fuerza: la mística obrera de los enfermos en la HOAC

La HOAC se ha estudiado como movimiento obrero. Sabemos, por ejemplo, de la participación de sus militantes en las huelgas que se produjeron durante el franquismo. Lo que no conocemos tanto es su labor en el ámbito de la salud a través de organización de visitas a enfermos. Como nos explica Enrique Berzal de la Rosa en su tesis doctoral sobre el hoacismo en Castilla y León, esta atención se podía efectuar de dos maneras. Se trataba de llevar regalos a los que estaban ingresados en los hospitales y sanatorios, con el fin de infundirles ánimos, o bien de constituir un “equipo de dolor” susceptible de convertirse, en el futuro, en un centro de la HOAC.
Los miembros de este tipo de grupo eran enfermos, entre los que podemos hallar, por ejemplo, leprosos y tuberculosos, que ofrecían su dolor tanto al movimiento cristiano como al mundo de los trabajadores.
Estamos frente a una inversión de los roles característicos de la vida real. Si en esta los enfermos son marginados, aquí ocupan un puesto central en virtud de una mística que pone en valor la fuerza de los débiles y, por decirlo en terminología actual, los empodera. De ahí que se firma que ellos son el mayor tesoro del movimiento porque, gracias a su dolor, son los que más pueden hacer por el éxito de la HOAC. Los militantes con buena salud, en cambio, no son ni remotamente igual de eficaces: “al lado vuestro y en comparación con vosotros somos inútiles totales”.
La HOAC de Zaragoza sugirió crear un equipo de dolor de ámbito estatal a raíz de la muerte de Guillermo Rovirosa, el fundador del movimiento, en 1964. La idea, inspirada en el sufrimiento físico que había padecido Rovirosa en sus últimos días, consistía en que los enfermos España se dirigieran por carta al Centro Interparroquial de Fuenclara. Al hallarse en contacto unos y otros, rezarían unidos por los trabajadores y el Cuerpo Místico de la Iglesia. De esta forma, su dolor no se vería desperdiciado.
Nos encontramos ante una obra de caridad cristiana y también ante un instrumento de evangelización, puesto que los militantes, en las visitas, hablaban a los enfermos de sus tareas apostólicas. ¿Cómo valorar esa práctica religiosa? Entre los involucrados la memoria es diversa. Unos acabaron rechazando una actuación que, a su juicio, no iba a la raíz de los problemas y se limitaba a pequeñas acciones irrelevantes. Otros, por el contrario, recuerdan con emoción el punto de encuentro con la explotación de la clase obrera, en unos momentos en los que los sanatorios estaban llenos de trabajadores.
Los estudios históricos también discrepan. Según afirma María José Esteban Zuriaga, autora de Entre la fábrica y la sacristía, los aspectos piadosos primaban por encima de los temas sociales o políticos. Es muy probable, sin embargo, que los involucrados no lo vieran así. Para ellos, el compromiso sindical o político y la mística cristiana no eran sino dos aspectos igualmente importantes para la viabilidad de su comunidad religiosa. Esta mentalidad, de hecho, cuenta con claros antecedentes en la historia de la Iglesia. ¿No se basaba la regla de San Benito en el principio ora et labora? Pensemos que en la Iglesia medieval unos luchaban espada en mano y otros elevaban sus plegarias para que triunfaran los cruzados por la fe. Y los hoacistas, no lo olvidemos, son también cruzados. Solo que el objetivo de su ideal de reconquista no es Tierra Santa sino el mundo del proletariado.
Antonio Murcia, en Obreros y obispos durante el franquismo, su libro sobre la crisis de la Acción Católica, apunta que las visitas a los hospitales no tenían por qué ser la buena obra alienante. Podían convertirse en una escuela de rebeldía social. Presentaban el acierto de considerar al obrero en un aspecto importante de su vida que iba más allá de su jornada en la fábrica. Desde esta perspectiva, reducir la militancia a la lucha sindical y política equivale a un grave reduccionismo. Para Murcia, el aparente asistencialismo de los militantes cristianos podía suponer “una praxis netamente revolucionaria de solidaridad con los enfermos en una España mal alimentada y estigmatizada por las enfermedades de la miseria”.
En la asistencia a los enfermos podían colaborar los miembros de la HOAC con los de la JOC, un movimiento que se distinguió por similares inquietudes desde su fundación en la Bélgica de los años veinte. Este servicio, como muchos otros que ofrecía el jocismo, trataba de proporcionar un beneficio social a sus destinatarios a la vez que servía de herramienta educativa para los jóvenes militantes al fomentar la caridad cristiana.
Todo depende del punto de vista que utilicemos al mirar. ¿Beneficencia? ¿Rebeldía? La sensibilidad hacia los enfermos de los obreros cristianos no se entiende solo en términos prácticos. Hay detrás una espiritualidad profunda y fuertemente cristocéntrica. Con sus sufrimientos, los enfermos están intercediendo ante Dios por el mundo. Reeditan así la crucifixión de Jesús, no como víctimas pasivas de sus dolencias sino como agentes activos en la historia de la redención de la humanidad.

Doctor en Historia. Autor de una tesis doctoral sobre la Juventud Obrera Cristiana (JOC)