La luz también va por barrios

El apagón total de ayer fue otro de esos acontecimientos –raros, aunque por lo visto cada vez menos infrecuentes– que afectan a toda la población al mismo tiempo desvelando una vez más la vulnerabilidad que nos constituye. A diferencia de otros, quizás su rasgo más sobresaliente haya sido la incertidumbre generada al no poder comunicarnos a distancia.
Este incidente “total” ha tenido la particularidad de dejarnos a oscuras, pero también aislados, subrayando nuestra natural dependencia como individuos y la compleja red de relaciones que caracterizan las sociedades modernas.
Por unas horas, que han sido especialmente largas para personas en soledad, discapacitadas, enfermas, sin recursos básicos…, toda una península se ha enfrentado a situaciones impensables que han hecho que lo que parecían unas rutinas, aburridas y cotidianas, se revelaran como logros de una civilización desarrollada enormemente tecnológica pero también madura social e institucionalmente.
Esta experiencia tan reveladora, que seguramente ha sido angustiosa en circunstancias especialmente adversas, es habitual para, pongamos por caso, vecinos de La Cañada de Real de Madrid, que llevan más de cinco años sin suministro eléctrico, teniendo que resolver lo mismo que durante unas pocas horas, tuvo que hacer ayer la población.
También es una realidad conocida y sufrida por la población que vive en barrios ignorados como el Polígono Sur de Sevilla o la Zona Norte de Granada que con mucha frecuencia se quedan sin luz. Estas cosas pasan y están pasando en nuestra península, sin que esas mismas instituciones, profesionales expertos, empleados entregados y empresas especializadas que han conseguido en relativamente poco tiempo reestablecer una red de suministro extensa y tupida encuentre remedio adecuado en estos vecindarios.
En esta península nuestra existen zonas de no derechos donde nadie contempla proporcionar servicios fundamentales, como los asentamientos de Almería y Huelva, en los que se arraciman trabajadoras agrícolas.
Si aprovechamos las vivencias del apagón para pensar, por un momento, en lo que tienen que estar padeciendo, por ejemplo, en Gaza, donde les falta la luz, pero también todo lo demás que hace modestamente viable la existencia, por la decisión deliberada del actual Gobierno israelí, nos podremos dar cuenta de la inhumanidad de esta estrategia injustificada. Lo mismo podríamos hacer con las circunstancias que atraviesa el pueblo ucraniano y tantos otros envueltos en conflictos armados.
La electrificación es una conquista técnica tanto como lo es la convivencia regida por unas instituciones propias y unos valores mínimamente compartidos. Ante un fallo del sistema complejo y delicado el comportamiento ciudadano, en general, ha sido bastante razonable. Las instituciones han mostrado un nivel de respuesta medianamente aceptable, también en general con sus nada sorprendentes excepciones.
Toda sociedad para poder prosperar necesita energía y tecnología, tanto como instituciones adecuadas que garanticen los servicios esenciales comunes y resuelvan los conflictos de intereses y de prioridades con cierta equidad, así como ciudadanos activos que no se dejen de llevar por el egoísmo corporativista ni el interés excluyente.
Si juzgamos impropio acaparar pilas o velas en una emergencia eléctrica, también deberíamos hacer lo mismo con quienes tratan de sacar ventaja, sean unas pocas monedas, un poco de resonancia pública y algunos votos agrietando la cohesión social, ensanchando la desigualdad o sembrando confusión.
Para lograr la decencia, justicia y humanidad en coherencia con el valor inalienable e infinito de la dignidad humana debemos aprovechar toda nuestra capacidad de cooperar racional y eficazmente, movidos por la empatía y fraternidad de que hemos sido dotados. Así nos alejaremos de revivir los tiempos oscuros y estaremos en condiciones de acabar con las muchas sombras que todavía nos rodean, a pesar de que vuelva la luz.

Redactor jefe de Noticias Obreras