La deshumanización del trabajo menoscaba nuestra salud mental

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental como «un estado de bienestar mental que permite a las personas afrontar el estrés de la vida, desarrollar sus capacidades, aprender y trabajar bien y contribuir a su comunidad».
«Tiene un valor intrínseco e instrumental y es parte integral de nuestro bienestar. En cualquier momento, un conjunto diverso de factores individuales, familiares, comunitarios y estructurales pueden combinarse para proteger o debilitar la salud mental» (OMS).
A nivel mundial se pierden 12.000 millones de días de trabajo por la ansiedad y la depresión. Casi cuatro de cada diez ciudadanos europeos padecen algún trastorno mental y la mitad de los empleados en estos países aseguran sufrir estrés en su puesto de trabajo.
«Un trabajo que cuida, contribuye a la restauración
de la plena dignidad humana» (1)
—Papa Francisco
En España, un análisis con datos de 2005 mostró que las personas trabajadoras con el nivel más elevado de precariedad laboral tenían aproximadamente 2,5 veces más riesgo de tener mala salud mental en comparación con quienes no sufren precariedad laboral. Esta misma investigación estimó que la precariedad afectaba a casi la mitad (47,9%) de personas trabajadoras asalariadas, es decir, a casi 6,5 millones, 900.000 de las cuales poseían niveles de precariedad muy elevados.
Durante el año 2023 se registraron un total de 597.686 incapacidades temporales relacionadas con trastornos mentales y de comportamiento. Este número supuso un aumento del 13,6% con respecto a 2022 y supone más del doble que las cifras registradas hace siete años.
Más trabajo decente igual a
más y mejor salud mental
La OMS afirma que «los entornos de trabajo seguros y saludables pueden actuar como un factor protector para la salud mental (…) Dado que el 60% de la población mundial trabaja, se necesitan medidas urgentes para garantizar que el trabajo prevenga los riesgos para la salud mental y proteja y apoye la salud mental en el trabajo» (2).
Según el informe sobre el impacto de la precariedad laboral en la salud mental en España: «Trabajar puede ser una actividad gratificante, saludable, plena de sentido y hasta divertida, pero también puede convertirse en un suplicio insoportable que nos enferma y nos puede llegar a matar.
Muchas trabajadoras y trabajadores tratan infructuosamente de conseguir un empleo digno y justo, hoy muy escaso, viéndose en la necesidad de realizar uno o varios trabajos precarios que afectan su salud y su vida. Ser precario implica vivir una vida insegura, ser más frágil, envejecer y morir antes de tiempo. Vivir bajo la precariedad es ver proyectos frustrados, ser un exiliado económico y, en definitiva, en muchos sentidos, tener que “ausentarse” de la vida. Al mismo tiempo, la existencia de un ingente ejército de desempleados genera el miedo social a ser reemplazado bajo una amenaza constante: “si no lo haces tú, lo hará otro”. Y es que el chantaje de la necesidad obliga a aceptar un trabajo por un salario mísero, de mera subsistencia, con condiciones laborales nocivas, cuando no altamente tóxicas».
La dimensión del cuidado
El papa Francisco nos recuerda que «si el trabajo es una relación, entonces tiene que incorporar la dimensión del cuidado, porque ninguna relación puede sobrevivir sin cuidado. Aquí no nos referimos solo al trabajo de cuidados: la pandemia nos recuerda su importancia fundamental, que quizá hayamos desatendido. El cuidado va más allá, debe ser una dimensión de todo trabajo. Un trabajo que no cuida (…), no es respetuoso con la dignidad de los trabajadores y no puede considerarse decente. Por el contrario, un trabajo que cuida contribuye a la restauración de la plena dignidad humana, contribuirá a asegurar un futuro sostenible a las generaciones futuras. Y en esta dimensión del cuidado entran, en primer lugar, los trabajadores. O sea, una pregunta que podemos hacernos en lo cotidiano: ¿cómo una empresa, imaginemos, cuida a sus trabajadores?» (3).
Las personas trabajadoras con el
nivel más elevado de precariedad laboral
tienen aproximadamente 2,5 veces más
riesgo de tener mala salud mental
La sociedad, también la Iglesia, debe de fomentar una cultura del cuidado, donde cada trabajador y cada trabajadora sea valorado por su humanidad, donde no se mercantilice al ser humano. La construcción de una sociedad más justa pasa por garantizar que nadie se sienta solo o desamparado en su realidad laboral y personal.
Este 28 de abril, la Iglesia reafirma
su compromiso con el trabajo decente
Desde el año 2003, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) viene celebrando cada 28 de abril, el Día Mundial por la Seguridad y la Salud en el Trabajo. Este día, más reivindicativo que celebrativo, pretende promover la prevención de los accidentes del trabajo y las enfermedades profesionales en todo el mundo.
Este 28 de abril volvemos a recordar que «para la Iglesia, la salud no solo se refiere al cuerpo, sino sobre todo a la integralidad de la persona con todos sus componentes psicológicos, sociales, culturales, éticos y espirituales» (4), rechazando cualquier tipo de reduccionismo en el trabajo que rebaje la dignidad humana y ponga en riesgo la salud y la vida de las trabajadoras y los trabajadores.
También es un día en el que tenemos que denunciar que la «presión constante, ritmos forzados, estrés que provocan ansiedad, espacio relacional cada vez más sacrificado en nombre del beneficio a toda costa. Es un trabajo “mercantilizado”, que crece en nuestro contexto, dominado por un mercado que se hace cada vez más acelerado y complejo para ser competitivo» (5) deteriora nuestra salud, física y mental. •
(1) Papa Francisco. Encuentro con el mundo del trabajo (Génova), 27/5/2017.
(2) Día Mundial de la Salud Mental, 10/10/2024.
(3) Mensaje del Papa a la OIT, 17/7/21.
(4) «Acompañar a personas con sufrimiento psicológico en el contexto de la pandemia covid-19» (2020). Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
(5) Francisco en la 2ª edición de «LaborDì: una obra para generar trabajo», promocionado por ACLI. Roma, 2023.

Director del Departamento de Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal Española