El papa Francisco no es un nombre sino un proyecto de Iglesia

El papa Francisco no es un nombre sino un proyecto de Iglesia
FOTO | Vatican Media

Todo punto de vista es la vista desde un punto, afirmé una vez. Mi punto de vista sobre el papa Francisco es el latinoamericano. El mismo papa Francisco se presentó como “aquel que viene del fin del mundo”, es decir, de Argentina, del extremo sur del mundo. Este hecho no es irrelevante, pues nos ofrece una lectura distinta a otras, desde otros puntos de vista.

La elección del nombre Francisco, sin precedentes, no es fortuita. Francisco de Asís representa otro proyecto de Iglesia cuya centralidad residía en el Jesús histórico, pobre, amigo de los despreciados y humillados como los leprosos con los que fue a vivir. Pues esta es la perspectiva asumida por Bergoglio al ser elegido Papa. Quiere una Iglesia pobre para los pobres. Consecuentemente, se despoja de las vestiduras honoríficas, de la tradición de los emperadores romanos, bien representadas por la “mozzetta”, esa pequeña capa blanca adornada con joyas, símbolo del poder absoluto de los emperadores e incorporada a las vestimentas papales. La rechazó y se la dio al secretario como recuerdo. Viste un simple manto blanco con la cruz de hierro que siempre ha usado. Vivió en la mayor simplicidad (el Papa no viste de Prada) y, sin ceremonia, rompió ritos para poder estar cerca de los fieles. Esto seguramente escandalizó a muchos de la vieja cristiandad europea, acostumbrada al boato y la gloria de las vestiduras papales y en general de los prelados de la Iglesia. Cabe recordar que tales tradiciones remontan a los emperadores romanos, pero que no tienen nada que ver con el pobre artesano y campesino mediterráneo de Nazaret.

Sorprendentemente, se presenta primero como obispo local, de Roma. Después como Papa para animar la Iglesia universal y, como enfatizó, no con el derecho canónico sino con el amor.

Eligió el nombre Francisco porque san Francisco de Asís es el “ejemplo por excelencia del cuidado y de una ecología integral vivida con alegría y autenticidad” (Laudato si’, 10) y que llamaba a todos los seres con el dulce nombre de hermano y hermana.

No quiso vivir en un palacio pontificio, sino en una casa de huéspedes, Santa Marta. Comía en la fila como todos los demás y, con humor, comentaba: así es más difícil que me envenenen.

La centralidad de su misión fue puesta en la preferencia y el cuidado de los pobres, especialmente de los migrantes. Dijo con honradez: “ustedes los europeos estuvieron primero allá, ocuparon sus tierras y riquezas y fueron bien recibidos. Ahora ellos están aquí y no están dispuestos a recibirlos”. Con tristeza constata la globalización de la indiferencia.

Por primera vez en la historia del papado, el papa Francisco recibió, en varias ocasiones, a los movimientos sociales mundiales. Veía en ellos la esperanza de un futuro para la Tierra, porque la tratan con cuidado, cultivan la agroecología, viven una democracia popular y participativa. Les repitió muchas veces el derecho que se les niega, los famosos tres “T”: Tierra, techo y trabajo. Deben comenzar desde donde están: en la región, pues ahí se puede construir una comunidad sostenible. Con eso legitimó todo un movimiento mundial, el bioregionalismo, como forma de superación de la explotación y de la acumulación de pocos y con más participación y justicia social para muchos.

Fue en este contexto que escribió dos extraordinarias encíclicas: Laudato si’, sobre el cuidado de la casa común (2020), de una ecología integral que implica el medioambiente, la política, la economía, la cultura, la vida cotidiana y la espiritualidad ecológica. En la otra, Fratelli tutti (2025), ante la degradación generalizada de los ecosistemas, hace la severa advertencia: “estamos en el mismo barco: o nos salvamos todos o nadie se salva” (n. 34). Con estos textos, el Papa se sitúa en la vanguardia del debate ecológico mundial que va más allá de la simple ecología verde y de otras formas de producción sin nunca cuestionar el sistema capitalista que, por su lógica, crea acumulación de un lado a costa de la explotación del otro, de las grandes mayorías.

El papa Francisco viene de la teología de la liberación de vertiente argentina que enfatiza la opresión del pueblo y el silenciamiento de la cultura popular. Fue discípulo del teólogo de la liberación Juan Carlos Scannone, a quien llegó a citar en una nota al pie de Laudato si’. Ya como estudiante e inspirado en esta teología hizo para sí una promesa: cada semana hacer, solo, una visita a las favelas (“villas miseria”). Entraba en las casas, se informaba de los problemas de los pobres y suscitaba esperanza en todos. Durante años mantuvo una polémica con el gobierno que practicaba asistencialismo y paternalismo como políticas de Estado. Se quejaba diciendo: así jamás se sacará a los pobres de la dependencia. Lo que necesitamos es justicia social, raíz de la verdadera liberación de los pobres. En solidaridad con los pobres, vivía en un pequeño apartamento, cocinaba su comida, buscaba su periódico. Rechazó vivir en el palacio y usar el coche especial.

Esta inspiración liberadora iluminó el modelo de Iglesia que se dispuso a construir. No una Iglesia cerrada cual castillo, imaginándola rodeada de enemigos por todos lados, provenientes de la modernidad con sus conquistas y libertades. A esta Iglesia cerrada opuso una Iglesia en salida hacia las carencias existenciales, una Iglesia como hospital de campaña que acoge a todos los heridos, sin preguntarles por su orientación sexual, religión o ideología: basta con que sean humanos necesitados.

El papa Francisco no se presenta como un doctor de la fe, sino como un pastor que acompaña a los fieles. Pide a los pastores que tengan olor a oveja, tal su proximidad y compromiso con los fieles, ejerciendo la pastoral de la ternura y del amor.

Tal vez ningún papa en la historia de la Iglesia mostró tanto coraje como él al criticar el sistema vigente que mata y que produce dos feroces injusticias: la injusticia ecológica, devastando los ecosistemas, y la injusticia social, explotando hasta la sangre a la humanidad. Nunca en la historia hubo tanta acumulación de riqueza en pocas manos. Ocho personas poseen individualmente más riqueza que 4.700 millones de personas. Es un crimen que clama al cielo, ofende al Creador y sacrifica a sus hijos e hijas.

Como pastor más que como doctor, su mensaje se funda especialmente en el Jesús histórico, amigo de los pobres, de los enfermos, de los marginados y de los oprimidos. Fue asesinado en la cruz por un doble proceso: uno religioso (ofensas a la religión de la época y su afirmación de sentirse Hijo de Dios) y otro político, por las fuerzas de ocupación romana.

No ponía mucho énfasis en las doctrinas, en los dogmas y en los ritos que siempre respetó, pues reconocía que con tales cosas no se llega al corazón humano. Para ello se necesita amor, ternura y misericordia. Dijo, en cierta ocasión, una de las frases más importantes de su magisterio: Cristo vino a enseñarnos a vivir: el amor incondicional, la solidaridad, la compasión y el perdón, valores que componen el proyecto del Padre que es el núcleo del anuncio de Jesús: el Reino de Dios. Prefiere a un ateo sensible a la justicia social que a un fiel que frecuenta la iglesia pero no tiene una mirada para el semejante que sufre.

Tema recurrente en sus predicaciones es el de la misericordia. Para el papa Francisco la misericordia es esencial. La condena es solo para este mundo. Dios no puede perder a ningún hijo o hija que creó con amor. La misericordia vence a la justicia y nadie puede imponer algún límite a la misericordia divina. Advertía a los predicadores sobre lo que se hizo durante siglos: predicar el miedo e infundir pavor del infierno. Todos, por peores que hayan sido, están bajo el arcoíris de la gracia y de la misericordia divina.

Lógicamente, no todo vale en este mundo. Pero los que vivieron una vida sacrificando otras vidas y poco se importaron o hasta negaron a Dios, pasarán por la clínica curadora de la gracia, en la cual reconocerán sus maldades y aprenderán lo que es el amor, el perdón y la misericordia. Solo entonces, la clínica de Dios que no es la antesala del infierno sino la antesala del cielo, se abrirá para que participen también ellos de las promesas divinas.

Con su clamor en favor de los empobrecidos, con su crítica valiente al sistema vigente que produce muerte y amenaza las bases ecológicas que sostienen la vida, por su amor apasionado y cuidado de la naturaleza y de la Casa Común, por sus incansables esfuerzos para mediar guerras en función de la paz, emergió como un gran profeta que anunció y denunció, pero siempre suscitando la esperanza de que podemos construir un mundo diferente y mejor. Con eso se presentó como un líder religioso y político respetado y admirado por todos.

Inolvidable es la imagen de un papa caminando solitario bajo una fina lluvia, en la plaza de San Pedro, en dirección a la capilla de oraciones para que Dios perdonara a la humanidad del coronavirus y tuviera misericordia de los más vulnerables.

El papa Francisco honra a la humanidad y quedará en la memoria como una persona santa, amable, cariñosa y extremadamente humana. Es por causa de figuras así que Dios todavía se ha apiadado de nuestras maldades y locuras y nos mantiene vivos sobre este pequeño y hermoso planeta.