“Venid, ya he preparado mi banquete; venid a la fiesta”

En la mañana del 9 de marzo, en Madrid y a las puertas de la catedral de la Almudena, nos hemos juntado unas 200 personas en torno a un grito: “Creyentes y feministas.¡Por una Iglesia en igualdad!”
En los 5 años de nuestro movimiento, la Revuelta de Mujeres en la Iglesia, no hemos parado de reivindicar una Iglesia en la que la igualdad y la dignidad de todas las personas sea la costumbre y se acabe con todo tipo de discriminación. Nos inspiran y nos mueven Jesús de Nazaret, su evangelio y las prácticas trasgresoras que el mismo Jesús tuvo con las mujeres, ya hace 2000 años, y sentimos que por coherencia evangélica sus seguidoras y seguidores, su Iglesia, no podemos actuar de otro modo que caminando en justicia y logrando la plena igualdad de las mujeres.
Comenzamos nuestro encuentro con una cálida bienvenida y uniéndonos a otras hermanas y compañeras que se concentraban en otros muchos lugares de España, ante las puertas de sus catedrales y plazas: Alicante, Almería, Antequera, Badajoz, Barcelona, Bilbao, Burgos, Cabra, Cádiz, Ciutadella, Córdoba, Donostia, Granada, Huelva, Huesca, Jaén, Las Palmas, Logroño, Madrid, Málaga, Murcia, Oviedo, Iruña, Salamanca, Santander, Santiago de Compostela, Sevilla, Tenerife, Valencia, Vigo, Vitoria-Gasteiz, Zaragoza y hasta 32 ciudades distintas donde la Revuelta de Mujeres se levanta para alzar la voz contra el machismo y a favor de una Iglesia comunidad de iguales.
Tras cantar juntas lo necesario que es el feminismo en nuestra sociedad y en nuestro mundo, comienza el momento que fundamenta nuestra lucha: el reino de Dios como un banquete al que estamos todas invitadas.
Nuestro primer signo es poner la mesa, cuyo pilar central y fundamental es la Trinidad que con su ternura nos cuida siempre. Otras patas la sustentan: la dignidad, la justicia, la igualdad y la alegría que están en la base de nuestro sueño de Iglesia. Y el tablero, que es el mundo, un mundo lleno de rostros de mujeres diversas. Todas ellas, todas nosotras, somos llamadas a participar de esta comida, porque Jesús nos invita, porque su comensalidad es una comensalidad abierta y en la que las últimas son las preferidas. Jesús hizo de la mesa compartida un acto político y profético: ¿con quién comemos, ¿cómo, dónde y cuándo lo hacemos, a quién invitamos, qué orden tienen las y los comensales…?
Y así Él nos dijo y nos dice hoy y siempre: “Venid, ya he preparado mi banquete; venid a la fiesta” “Id a las salidas de los caminos e invitad a la fiesta de la humanidad a cuantas encontréis”
Y así, invitadas por Él, se han ido a sentando en torno a esta mesa festiva: las mujeres de Gaza representadas por Elena, compañera que ha compartido allí su vida durante más de 20 años; las mujeres con amores divergentes representadas por Juani, compañera de Crismhom que lleva años luchando por los derechos de las mujeres lesbianas dentro y fuera de la Iglesia; las mujeres víctimas de la trata representadas por Candela, voluntaria del Proyecto Esperanza-Adoratrices que lleva años acompañando procesos de liberación de mujeres; las mujeres de Cañada Real, representada por Teresa Pascual, religiosa que comparte su vida desde hace años en la parroquia Santo Domingo de la Calzada en Cañada; las trabajadoras del hogar y cuidados y Las Kellys, representadas por Tita, compañera de Territorio Doméstico; las mujeres con cuerpos no normativos representada por Niurka Gibaja, compañera de Crismhom y teóloga que lucha por los derechos de las personas LGTBI+; las mujeres con discapacidad funcional, las racializadas, las divorciadas, las que pintan canas, las jóvenes que no pueden acceder a una vivienda digna, las que rompen techos y se despegan del suelo del estereotipo de género, las invisibilizadas, las que no tienen ni fuerza para sentarse en esta mesa compartida, representadas por Raquel, Amalia, Aurora, Carmen Ortiz, África, Marga Usano…
Y con estas 12 mujeres sentadas a la mesa circular, sinodal, común y compartida, da comienzo a un momento de mayor recogimiento, de nacer de nuevo con el agua y el espíritu. Desde lo alto se despliega una cortina a modo de agua, y una joven renace… Mientras la Ruah es bailada por cuatro mujeres, otras rocían a los presentes con ramas de olivo, recordándonos nuestra condición de bautizadas y bautizados, la que nos hace a todas y todos iguales. Entonces una voz de mujer grita: ¡¡¡Que entre el pan a la fiesta!!! Y con el deseo de que a todos los rincones de la humanidad llegue el pan que sacia el hambre y la sed de Justicia, se parte y se reparte el pan entre todos y todas las presentes.
Con la emoción a flor de piel por lo espiritualmente profundo y esperanzador de esta performance, pasamos a leer el Manifiesto de la Revuelta que se ha leído también en todas las ciudades del Estado. En él destacamos que somos mujeres creyentes y feministas y que estamos hartas de sufrir la discriminación y la invisibilización dentro de la Iglesia. Trabajamos en la Iglesia y seguiremos trabajando, con valentía y esfuerzo, para recuperar una Iglesia donde las mujeres seamos reconocidas como sujetos de pleno derecho, con voz y voto en todas partes y valoradas por nuestros talentos y carismas.
No estamos solas, remamos con otras compañeras, visibilizando la Iglesia en la que creemos y a la que queremos pertenecer y defender; comprometidas por una Iglesia sinodal; y organizadas, para seguir en Revuelta, para que la Iglesia vuelva a ser una comunidad de iguales y la igualdad se haga costumbre.

Revuelta de Mujeres en la Iglesia de Madrid