Un mundo que nos preocupa, nos duele y nos asusta

Un mundo que nos preocupa, nos duele y nos asusta

Y, además, como me decía el otro día un buen amigo que, curiosamente, es agnóstico: “Lo que nos faltaba, ahora también tenemos al papa Francisco enfermo y ya veremos”.

Los últimos acontecimientos que nos llegan, atraviesan nuestro corazón, nos generan una gran inquietud y nos hieren, destacando el genocidio en Gaza, extendiéndose a Cisjordania, que se está realizando con toda impunidad ante la complicidad de los países occidentales y la indiferencia social; el conflicto cruel en el Sudán y otros tantos rincones del mundo; la llegada de Trump al poder que sitúa a la comunidad internacional al abismo de un conflicto militar de consecuencias que nos asusta pensar y creyéndose el dueño del mundo sin ningún rubor; la continuidad de la guerra en Ucrania como una estrategia de degaste de Europa y Rusia, sacrificando para ello a la población ucraniana; el abandono de las políticas para combatir el cambio climático; la carrera armamentística ilimitada que conlleva grandes recortes sociales, en este sentido la Unión Europea acaba de anunciar una inversión multimillonaria en armamento;  el crecimiento de la ultraderecha, que es expresión del aumento del racismo, la xenofobia, el machismo, el rechazo al pobre y la negación del cambio climático; la consagración de los bulos y las noticias falsas a través de las redes sociales…

Le podríamos añadir alguna situación más, entendiendo que todo esto nos produce agobio y zozobra y hasta preferimos no conocer estas realidades para no pensar porque nos genera angustia vital y nos refugiamos en actividades que nos evadan y nos distraigan.

Tengo que reconocer que también a mí produce mucha angustia vital y, por eso, digo que este mundo nos preocupa, nos duele y nos adusta. De hecho, últimamente manifiesto que si me hubieran dicho hace 30 años que el mundo estaría como está ahora no me lo hubiera creído. Oigo por muchos lugares a personas expresar tristeza y desesperación, en el sentido de “no esperar nada que pueda llamar a un optimismo razonable”.

Pero, no perdemos la sonrisa y la alegría ni el compromiso de seguir caminando por los senderos de la fraternidad universal. A pesar de todo esto, seguimos amando, luchando, soñando, cuidando la vida y cuidando el planeta. Un deseo profundo: Que nuestra vida sea un pequeño signo de esperanza para la humanidad. Y, por ello, quiero terminar este artículo con este cuento.

Era una playa amplia y poco visitada. Kilómetros de arena y soledad. Al subir la marea, las olas llegaban cargadas de espuma y arrastraban docenas de estrellas de mar. El sol en la mañana y la luna en la noche hacían brillar a las pobres estrellas varadas en la arena. Un hombre caminaba todos los días por la playa y contemplaba con tristeza la escena. Un día vio también un niño que iba recogiendo estrellas y las devolvía al océano.

— Le preguntó el hombre: ¿Por qué haces eso?

— Le respondió el niño: Ha bajado la marea, el sol brilla con fuerza y si estas estrellas se quedan ahí, se secarán y morirán.

— Le contestó el hombre: Hay miles de kilómetros de playa repartidos por el todo el mundo. Hay cientos de miles de estrellas por todas esas playas, y, tú aquí te dedicas a devolver al océano unas pocas. No creo que eso influya mucho. ¿Qué importancia puede tener?

El niño miró al hombre, recogió otra estrella y la arrojó al agua y le dijo:

— Para esta sí tiene importancia.

Al día siguiente el hombre y el niño, juntos, se pusieron a devolver estrellas al océano. El sol seguía calentando en el cielo azul, el mar rompía en la playa llenando con su sonido la soledad y algunas estrellas volvieron a encontrarse con la vida.

Que nuestros gestos, hay muchos en el mundo, sirvan para salvar, aunque sea una sola vida, porque para esa persona sí que será importante y, de alguna manera, para toda la humanidad.