Mirada eclesial a las migraciones

Mirada eclesial a las migraciones
Foto | Armada española (Flickr)
En 2024 llegaron a las costas canarias 46.432 personas migrantes, cada una con su historia personal, su realidad, sus sueños, sus frustraciones.

No es una cifra, son nombres y rostros (Alou, Bintou, Awa, Mamadú…) que te cambian la mirada sobre las migraciones cuando compartes con ellos y ellas en el centro donde estoy de voluntario. Se han jugado la vida viajando en condiciones muy precarias.

En Canarias los recursos de acogida están saturados y las infraestructuras siguen siendo insuficientes. Es muy grave la situación de los centros de menores no acompañados, ante la incapacidad de lograr un acuerdo político para redistribuirlos entre el resto de autonomías. Se da una desprotección de la infancia, que muchas veces ve vulnerados sus derechos y, al cumplir los 18 años, quedan en situación de calle. Sin embargo, resulta alentador ver que la Iglesia española está apostando por el proyecto «Corredores de hospitalidad», con el que la diócesis de Canarias y algunas de la península se coordinan para darles una oportunidad de promoción integral. Pero se necesita urgentemente que las diferentes administraciones públicas y los partidos políticos sigan dialogando para hacer efectiva una justa solidaridad interterritorial que ofrezca modelos de acogida digna para atender, no solo sus necesidades básicas, sino también para promover su capacitación laboral e integración social.

Personalmente, lo peor que vivo es el drama de las muertes en el mar. Se te parte el alma cuando escuchas los testimonios de algunos jóvenes que lo han presenciado. Según el informe anual de Caminando Fronteras, en la ruta canaria se han producido 9.757 muertes en 2024, un promedio de 27 muertes al día. Hago mías las palabras del arzobispo franciscano Santiago Agrelo: «Los migrantes son los muertos de nadie y ahí se quedan sin que signifiquen nada». Esta tragedia parece no tener fin.

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Es motivo de esperanza constatar que la Iglesia está firmemente comprometida en la pastoral con migrantes con infinidad de proyectos. En los encuentros y jornadas en las que he participado voy descubriendo la inmensa labor que hacen las delegaciones y entidades religiosas que desarrollan este compromiso. Sin embargo, notamos que la sociedad vive en una indiferencia generalizada y, lo que es peor, parte de ella se está inclinando hacia opciones políticas xenófobas, racistas y egoístas. Existe una instrumentalización ideológica y se fomentan los discursos alarmistas y de odio, sobre todo, en torno a los menores migrantes.

Desde la pastoral de migraciones de la diócesis también estamos intentando acercarnos a la realidad de las personas que llegan desde Latinoamérica, que son la inmensa mayoría de migrantes en Canarias; pasan como «invisibles», porque tienen el mismo color de piel y hablan el mismo idioma; es la migración silenciosa, poco mediática, pero sufre igualmente la explotación y difícilmente le son reconocidos sus derechos.

Todas estas personas no iniciarían un viaje tan incierto y peligroso si en sus pueblos y países se vivieran situaciones más justas y si los países ricos no esquilmaran sus recursos. No son ilegales, alegales o clandestinas; son hermanos y hermanas que llaman a nuestra puerta. Alguien alguna vez nos preguntará, como a Caín: «¿dónde está tu hermano? ¿qué has hecho?».