María Casas: “Si nosotras nos rendimos nada se podrá transformar”

María Casas: “Si nosotras nos rendimos nada se podrá transformar”

Filósofa, docente y militante social, María Casas ha conjugado su vocación educativa con un profundo compromiso con la Iglesia y la justicia social. Su trayectoria, marcada por su formación en Filosofía y Ciencias Religiosas, así como por su experiencia en la docencia, la ha llevado a impartir clases de Filosofía, Literatura, Historia y Religión en distintos centros educativos de Bizkaia.

Desde pequeña, su vida ha estado ligada a la parroquia de su barrio y al movimiento eskaut, donde creció y asumió responsabilidades como monitora y coordinadora. Su militancia feminista y su sensibilidad hacia las realidades de las mujeres vulnerables la llevaron a implicarse en una asociación en Donosti, dando voz a víctimas de violencia y promoviendo espacios de concienciación.

En el contexto de celebración del 8 de marzo, el próximo 6 de marzo participará en Barakaldo en la charla-coloquio, organizada por la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) diocesana, para reflexionar sobre el papel de las mujeres jóvenes en la Iglesia. Comparte con Noticias Obreras su experiencia y su visión sobre los retos que aún quedan por afrontar.

El título de tu charla es “Mujer, joven y feminista en la Iglesia”. ¿Cómo se conjugan estos tres elementos en tu experiencia personal y en la realidad eclesial actual?

Me he criado en el núcleo de una familia creyente y practicante, gran parte de mi vida he formado parte del grupo eskaut de Barakaldo, en el que en mi proceso como monitora fui coordinadora y encargada del pilar de fe (en el eskultismo hay tres pilares fundamentales fe, sociedad y educación), por lo cual pude formar parte activa de la parroquia de mi barrio, espacio que no sentía desconocido por mi entorno familiar.

Por otro lado, mi militancia social y mis experiencias personales me llevaron hasta el feminismo, movimiento que he sentido como acompañamiento en muchos momentos de mi vida. Durante los años que cursé el grado universitario y alguno más estuve militando en una asociación de mujeres de Donosti, lugar donde realicé mis estudios, esos años me enseñaron que el feminismo es un movimiento de ayuda, escucha y hermandad, que en muchos aspectos puede darse la mano con lo que una parroquia se propone.

Ser una mujer, joven y feminista en algunos espacios no me ha resultado fácil, he de admitir que tengo un carácter fuerte, un carácter que muchas personas a lo largo de mi vida han denominado como “contestón”. Eso me ha llevado a darme golpes y llevarme desilusiones, así como se me han ofrecido espacios y voz, se me han cerrado puertas por ser cómo soy, no es fácil querer abrirse camino en espacios, generalmente, “gobernados” por hombres, hombres, casi siempre, mayores que yo con un pensamiento que, en muchos aspectos, se opone al mío.  Ha habido veces que la excusa para silenciarme ha sido mi edad, “eres muy joven, no has vivido lo que se tiene que vivir para formar parte de este diálogo”, y otras han sido mis ideales, mi forma de pensar, mi forma de actuar, el mero hecho ser lo que soy, y ser cómo soy, “alguien con ese raspe no puede formar parte de esto, es demasiado radical”.

La Iglesia debería ser un espacio seguro y abierto, es lo que en muchas ocasiones nos dicen que es, pero a veces, cuando metes la patita por esos mundos de Dios te das cuenta que el camino que queda por recorrer todavía es muy largo.

¿Qué avances y qué obstáculos principales encuentras en la lucha por la igualdad de las mujeres en la comunidad eclesial?

La lucha por la igualdad en la comunidad eclesial debe partir de nosotras, las mujeres, pero es una realidad que si los hombres no nos tienden la mano en esto el camino será demasiado pedregoso, pues es sabido que esta comunidad es un espacio, prácticamente, “dirigido” por hombres.

Las mujeres tenemos más voz y lugar que hace algún tiempo, pero la equiparación sigue sin darse, y por mucho que nosotras alcemos la voz, si no hay hombres dispuestos a abrirnos puertas, y mentes, para que se nos escuche, nuestro trabajo, y esfuerzo, será en vano.

¿Crees que las mujeres jóvenes pueden jugar un papel clave en transformar la Iglesia desde dentro?

Bajo mi punto de vista, las mujeres jóvenes somos un elemento clave, ya no solo en la iglesia si no en la sociedad, en la transformación social.

En lo que a la Iglesia concierne podríamos hacer un trabajo de deconstrucción, y transformación, desde dentro, pero para ello se nos debería dar voz y lugar, asunto que todavía está bastante verde en la comunidad eclesial actual.

Si tuvieras que lanzar un mensaje a las mujeres jóvenes que desean vivir su fe en una Iglesia más justa e inclusiva, ¿qué les dirías?

Lanzaría un mensaje de esperanza e ilusión, diría que nosotras somos la luz del futuro, que no hay que desistir, que nuestra tarea, la de las mujeres, siempre ha sido complicada y silenciada, pero paso a paso el camino se va haciendo. Si nosotras nos rendimos nada se podrá transformar.

A lo largo de la historia hemos ido aprendiendo que la resistencia, la valentía y el trabajo dura ha sido lo que nos ha caracterizado, sin una Campoamor al píe del cañón no se hubiera conseguido el sufragio en España, sin una Ibarruri no se hubiera demostrado que las mujeres también somos merecedoras de puestos de poder, sin artistas como Chavela Vargas, Khalo o Violeta Parra no hubiera sido sabido que las mujeres podemos ser artistas. Este trabajo, esta lucha, la tenemos que seguir llevando a cabo por nosotras y por lo que nos merecemos, pero sin olvidarnos de que si ahora estamos donde estamos es porque ha habido mujeres que estuvieron en las trincheras, en el exilio, en peligro y en el punto de mira por luchar por nuestros derechos y placeres, porque a nosotras entre otras muchas cosas también se nos negó, y todavía existen lugares donde se nos sigue negando, el derecho al placer.

Las mujeres jóvenes somos la chispa que inicia el fuego de la revolución, en casa, en el trabajo, en la calle y también en la Iglesia, en nuestra mano está el trabajo, y las ganas, por la transformación, pero en la mano de los hombres está el darnos voz en espacios que nos son hostiles, inseguros o, simplemente, espacios en los que no se nos quiere dejar formar parte.

La chispa está en nosotras, pero la llave de las puertas, todavía, la tienen ellos.