Las raíces musulmanas de Occidente

Los tópicos, a fuerza de repetirse, amenazan con transformarse en verdades supuestamente incuestionables. Todos los días nos encontramos discursos encendidos que presentan al Islam como una amenaza para Occidente, algo que vendría a ser algo por completo ajeno a nuestra historia, sinónimo por definición de barbarie. Esto es lo que dice la ultraderecha española y también la ultraderecha catalana. La investigación del pasado, sin embargo, muestra nuestras raíces no solo se hallan en la Biblia, también en el Corán.
No podemos presentar lo musulmán como algo extraño a Europa. Pensemos en la España del califato de Córdoba o en los Balcanes bajo el imperio otomano. A poco que investiguemos el tema, nos daremos cuenta de que nuestro patrimonio cultural no sería el que es sin el Islam. La Antigüedad clásica llego a nosotros, en parte, gracias a su contribución.
Viajemos por un momento a la Edad Media. Los soberanos de Bagdad reforzaron su poder presentándose como protectores de las artes. En la capital del actual Irak se fundó la Casa de la Sabiduría, un centro que acogía los traductores encargados de pasar a la lengua árabe los tesoros del mundo grecolatino, además de los de otras civilizaciones. Muchos manuscritos procedían de las expediciones enviadas por los monarcas a Persia, India y otros lugares lejanos, a la búsqueda de viejos textos. Se efectuó así una labor de salvamento que permitió, más tarde, que el legado cultural de la Antigüedad clásica fecundara Occidente.
Avicena se dedicará a comentar a Aristóteles para inquietud de las autoridades cristianas, que sentían amenazada su pureza doctrinal. Más tarde, Averroes se centrará asimismo en el filósofo griego. De esta forma, hará posible que su influencia llegue a un pensador de la magnitud de Tomás de Aquino.
El siglo XIII fue, según el historiador Franco Cardini, un momento de especial proximidad entre el cristianismo y el Islam. En Sicilia, el emperador Federico II Hohenstaufen, conocido por sus enemigos como el “sultán bautizado”, crea una corte donde se presta especial atención a la cultura musulmana, que el monarca admiraba profundamente. Sus médicos eran árabes, lo mismo que sus pajes, sus ayudas de cámara e incluso los miembros de su escolta personal. En sus dominios, figuras como Miguel Escoto se dedicarán, a través de Averroes, al estudio de Aristóteles, en el que encontrarán ideas con las que fortalecer la fe en Jesucristo. Entre los cristianos, este planteamiento novedoso provocó un gran revuelo. Lo habitual era que la filosofía permaneciera subordinada a los estudios teológicos, no que adquiriese una primacía. Así, los partidarios occidentales de Averroes y Avicena pasan a constituir la vanguardia intelectual de Europa.
Deberíamos tener en cuenta todas estas consideraciones históricas antes de etiquetar a los inmigrantes musulmanes, con tremenda frivolidad y desconocimiento, como una amenaza para nuestra cultura. Son lo contrario: una oportunidad para construir una sociedad más abierta, ajena a cualquier narcisismo identitario.

Doctor en Historia. Autor de una tesis doctoral sobre la Juventud Obrera Cristiana (JOC)